La larga lucha de ACIPE a favor de un profesorado que reclama, como agua de mayo, especialistas en Psicología de la Educación

Cuando alguien es capaz de desvelar necesidades verdaderamente sentidas –es lo que se hizo desde ACIPE ya en su día, con la estrecha colaboración de las Instituciones Académicas, Profesionales y Representantes de Padres y Profesores de toda España (ver adjunto)-, no es de extrañar que se logren acuerdos –como así sucedió al inicio de la segunda década del siglo XXI- con los representantes parlamentarios de los distintos grupos políticos.

Trascurrida algo más de otra década, hoy es todavía más patente, si cabe, la necesidad de la incorporación de los/as psicólogos educativos a los centros educativos. Los datos son contundentes: las comparaciones, al menos en Estados Unidos, entre los centros con y sin estos profesionales muestran claras diferencias a favor de los primeros, como cabía  inferir a la luz de los conocimientos de que disponen dichos especialistas (https://www.infocop.es/view_article.asp?id=3149).

Tengamos en consideración que el sistema educativo formal de cualquier país del mundo cuenta con dos grandes protagonistas –profesores y alumnos, además de las familias y las sociedades-, personas –alumnos y profesores- que en modo alguno son sólo cognición –error de errores donde los haya, a la luz de los hallazgos científicos actuales (Damasio, 2018; LeDeux, 2019-, y que están en continua interacción a lo largo de buena parte de sus vidas.

Si esto es un hecho bien constatado,  entonces -por lógica elemental, apoyada por los correspondientes datos de investigación- se hace imprescindible la presencia de psicólogos/as educativos, al ser estos profesionales los que justamente son expertos en las evoluciones –positivas y negativas- de estas personas en sus complementarias dimensiones: intelectivas, de personalidad, afectivas y sociales (Fernández, 2011, 13).

Hoy ya vamos siendo conscientes de que las unidimensionalidades, en cualquier terreno, conllevan visiones a las que acechan considerables peligros, incluso en aquellas facetas consideradas casi sacrosantas, como puede ser la del propio mérito La tiranía del mérito-.

Despertemos, pues, del sueño. Abrámonos a los horizontes de la buena ciencia, aquella caracterizada por el escaso ruido (Kahneman, Premio Nobel, dixit). Los alumnos, los profesores, las familias y las sociedades saldrán ganando -y mucho- con la incorporación de tales profesionales, especializados en Psicología de la Educación, a los distintos centros en donde se imparte la educación formal, cuyo objetivo último en modo alguno puede reducirse al desarrollo cognitivo.

Podemos, sin advertirlo, si nos centramos única y exclusivamente en lo intelectivo, engendrar personas más bien desequilibradas, dado el diferente grado de cultivo de las otras dimensiones esenciales, estrechamente entrelazadas. Si el cerebro no es únicamente cognición –evidencia hoy palmaria, para cualquier científico mínimamente preparado-, las personas no pueden reducir su vida al desarrollo cognitivo, a expensas de los otros desarrollos: de la personalidad, afectivos y sociales.

Lo que hoy ya está siendo evidente en los centros –problemas que van más allá de los intelectivos, aunque también sufrimos desgraciadamente éstos- ha de servir de alerta para el presente y el inmediato futuro. Todavía estamos a tiempo. La salud mental importa. Cambiemos pues de vía: nos lo dice quien tiene acreditada autoridad para hacerlo: Morin.

Este cambio de vía lo hemos de hacer unidos: sociedad, familias, profesorado, alumnado y los especialistas en Psicología y Educación, tal cual han acreditado los abundantes datos y, muy concretamente, el testimonio singular de una breve narración del Premio Nobel de Literatura -Vargas Llosa, El País, 19/12/2010- que lo vivió personalmente: el cambio radical -desde un muy bajo rendimiento a niveles de excelencia- del colegio público de Rinkeby (Estocolmo), gracias, entre otros factores, a la dedicación especializada de los dos psicólogos del centro.

Póngase a prueba lo aquí dicho y seremos testigos de cómo la nueva vía nos proporcionará una realidad educativa mucho más satisfactoria y más humana. ¿Por qué vivir entonces mal, educativamente hablando, si contamos con posibilidades reales de gozar y disfrutar ampliamente con los aprendizajes -y las enseñanzas-, caracterizados por ser inclusivos e integrales?

Marcar el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *