Green, B. (2020). Hasta el final del tiempo. Mente, materia y nuestra búsqueda de
significado en un universo en evolución. Barcelona: Crítica.
Green es de esos
profesores e investigadores que no necesita especial presentación para los amantes del conocimiento científico pluridisciplinar, en la faceta de la divulgación científica. Sus libros ya le han proporcionado el merecido reconocimiento internacional. Como
no puede ser de otro modo, si continúa con su característica trayectoria expositiva –conocimientos bien
fundamentados y presentados con
claridad-, en esta obra tendremos una buena oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos, partiendo del contexto
proporcionado por lo que hoy ya sabemos, con rigor, sobre la evolución –pasado, presente y futuro- de
nuestro universo. ¿Es que no sentimos de inmediato una sana curiosidad de
emprender tan fructífero y enriquecedor –científicamente hablando- viaje?
Comencemos, pues, sin demora este relato científico (relatos encajados con sus traspasos de testigo a cada escala correspondiente –grupo de renormalización-), de la mano de la entropía –leyes de la termodinámica (sin un entorno de baja entropía los humanos no habríamos visto la luz)- y de la evolución -darwinismo molecular y estándar-, siendo conscientes desde un principio de que solo los humanos podemos reflexionar sobre el remoto pasado, imaginar el lejano futuro y percatarnos de la oscuridad última que necesariamente nos aguarda: el desvanecimiento en la negritud (los planetas, las estrellas, las galaxias, incluso los agujeros negros, todo es transitorio, incluida la vida inteligente).
Para comprender el pasado (punto de partida) contamos hoy
con la cosmología inflacionaria: sin
intención ni diseño, sin planificación ni deliberación, el cosmos ha ido
produciendo configuraciones ordenadas de partículas, átomos, estrellas y de la
propia vida, sin que se viole el inexorable aumento del desorden, gracias al paso
a dos de la entropía, catalizada por la gravedad y ejecutada por la
fuerza nuclear. En este contexto, a la entropía
ha de añadirse la evolución. Entre
ambas obtenemos un relato bien fundamentado de esa vida que, al menos en parte,
se puede definir como física orquestada.
La vida, así considerada, ni contraviene ni puede contravenir las propias leyes
de la física.
Esto no significa que, en
la actualidad, el problema difícil –el de la consciencia:
experiencia consciente- esté en modo alguno resuelto, aunque hayamos sin duda
avanzado en su estudio científico, como ponen de manifiesto, en tanto únicamente
botones de muestra, la teoría de la
información integrada –información integrada y diferenciada- o los enfoques fisicalistas –explicación
fisicalista-. De ahí que ya podamos afirmar, con manifiesto apoyo empírico, que
la específica configuración de partículas de cada cual –el yo, la individualidad-,
que aprende, piensa e interactúa, imprime responsabilidad
a cada una de las acciones llevadas a cabo.
En este mismo sentido,
tampoco tenemos resueltos en estos momentos asuntos de capital importancia como
los de la libertad –distinta del libre albedrío-, el origen de nuestro lenguaje, nuestra capacidad de narración, la creatividad…
aunque cada vez vayamos contando con mejores
relatos, si bien sin poder encajarlos aún dentro de un único marco relativamente coherente.
Y del futuro, ¿qué podemos decir con un mínimo de rigor académico –ascenso exponencial hacia el futuro-?
Que el sol, que un día nació –se formó- y que gracias a lo cual nosotros
podemos vivir en nuestro planeta –seguirá posibilitando nuestra vida todavía
durante al menos unos cinco mil millones de años más-, pero después se desvanecerá en la negrura. ¿En medio
del gran desgarro? A medida que nos
alejemos en el tiempo, el espacio será cada vez más negro y desolador: planetas
fríos, estrellas apagadas y monstruosos agujeros negros –hoy amables gigantes-. Nuestros días –en
tiempos cósmicos-, están ciertamente contados para nuestra especie, más allá de
los distintos finales posibles del universo.
Ante este panorama no
precisamente halagüeño de un futuro muy, pero que muy lejano, ¿qué hacer?
Volver a nuestro localismo temporal,
siendo conscientes de que la vida y el pensamiento
muy probablemente no ocupen más que un minúsculo
oasis en el tiempo cósmico –somos efímeros, evanescentes-, pero ¡qué
magnífico oasis! Disfrutémoslo, pues, con elegancia
académica –sabiduría: buenos conocimientos científicos- y con el máximo de consciencia/conciencia posible: podemos crear belleza, desvelar conexiones casi
inimaginables e iluminar misterios. Ello supone ir bastante más allá del carpe diem. Si este fuera el objetivo
último –por cierto sumamente aconsejable-, esta obra sin duda nos puede ayudar
y mucho a conseguirlo. ¡Ahí es nada!