Decidido

Sapolsky, R. (2023/24). Decidido. Una ciencia de la vida sin libre albedrío. Madrid: Capitán Swing.

Portada del libro

Ya conocemos bien al autor (https://acipe.es/comportate). Sus obras no suelen caracterizarse por dejar indiferentes a sus lectores. Seguro que esta tampoco, como se verá de inmediato.

Punto de partida -tesis-: no somos ni más ni menos que la suerte biológica y ambiental acumulada (no tenemos libre albedrío). Si juntamos todos los resultados científicos de todas las disciplinas científicas relevantes, esa sería la conclusión científica.

Analicemos críticamente las bases de apoyo, en tanto amantes de la buena ciencia -frente al desconocimiento o a la mala interpretación (crisis de la replicación en determinadas disciplinas, charlatanería académica)-.

Si los argumentos son rigurosos -y aceptamos la tesis-, todavía nos quedaría el análisis científico de las implicaciones, que se refieren concretamente a cómo podríamos vivir mejor contando con ese fundamento de la no existencia del libre albedrío: hay muchísimo menos albedrío de lo que piensas. No hay manera de justificar científicamente la creencia fatal de que deberías ser capaz de controlar lo incontrolable.

Veamos, pues, de qué estamos hablando. Comenzamos -nobleza obliga- con los experimentos de tipo libetianos y sus conclusiones: somos conscientes de nuestras decisiones unos milisegundos -o segundos- después de que el cerebro ya se haya puesto en movimiento en la dirección de la decisión (la sensación de libre elección no sería, pues, más que una ilusión post hoc).

No obstante, parece que el libre albedrío ha sido capaz de sobrevivir al libetianismo, pero ¿resulta relevante?  Lo veremos cuando seamos capaces de responder a esta cuestión que vertebra toda esta obra: ¿de dónde viene esa intención de hacer algo -toma de decisión- en primer lugar? Para ello, necesitaremos, además de las explicaciones proximales –libetianismo-, las distales, que son muy importantes.

Así, ya podemos afirmar que lo que somos es el resultado concatenado de: a) segundos –experimentos libetianos-, b) minutos -el cerebro es estructural y funcionalmente maleable (neuroplasticidad)-, c) décadas y cientos o miles de años (epigenética, estilos de crianza, diferencias culturales -culturas individualistas, colectivistas, rígidas, laxas-, diferencias de entornos -selvas, desiertos-…) y d) periodos geológicos (coevoluciones: genes,  diferentes entornos históricos… hasta el origen mismo de la vida, dentro del marco general de la historia conocida del universo –Big Bang…-). Sobre todo ello no nos es dado tener control, que precisamente es a donde, finalmente, se quería llegar. Es necesario, por tanto, tener en cuenta una larga -muy larga- secuencia de influencias (ir alejando el zoom). El panorama, desde esta perspectiva, cambia radicalmente.

Se trata ahora de afinar lo más y mejor posible, ya dentro de este contexto de secuencia de influencias, esto de que hay menos albedrío de lo que piensas disminución de nuestra ignorancia-, después de poner de manifiesto que tratar de justificar el libre albedrío (imprevisibilidad no es lo mismo que indeterminismo) mediante la teoría del caos -caos = libre albedrío-, o de la indeterminación cuántica (no es la leche materna que alimenta al libre albedrío), no nos lleva a su justificación científica.

No aparecen por ningún lado las supuestas autoridades centralizadas, ni ningún plan o creador de planes, que den razón de ser de nuestras complejidades emergentes, incluidos nuestros cerebros (emergencia no es equiparable tampoco a libre albedrío).

Vamos pues ya con algunas matizaciones. Las ilusiones tan fuertes del libre albedrío -sin base científica- no son tan buenas como nos las hemos imaginado hasta ahora, pues por lo que vamos conociendo, gracias a la ciencia, somos la suma de todo aquello que no podemos controlar: nuestra biología, nuestros entornos y sus respectivas interacciones (somos nuestra historia).

En cuanto a ciertos comportamientos, los más firmes creyentes en el libre albedrío no parecen ser más prosociales que los que se muestran mucho menos convencidos, al igual que ocurre si nos fijamos en conductas inmorales -no son peores unos que otros: rectitud moral-. A esto se ha de añadir que en ambas poblaciones nos encontramos con que los cambios -de conducta- son posibles, pues contamos tanto con engranajes biológicos -mecanismos- capaces de explicarlos (Aplysia enseñada…) como con intervenciones de tipo social de relativa probada eficacia (modelos de cuarentena, rehabilitación, prevención…). 

Por lo ya comentado, se trataría de una obra obligada para conocernos mejor y así poder vivir más humana y felizmente, sin necesidad de inculpar, por nuestra ignorancia, a las víctimas o a nosotros mismos.

Aunque pueda parecer a primera vista contraintuitivo -carencia de libre albedrío y humanismo-, pueden convivir gozosamente, a la luz de los datos aportados por distintas disciplinas científicas. Además, las fundamentadas explicaciones han estado acompañadas en todo momento de una fina ironía. Anímate, pues, a leer el libro, pues puede resultar de gran utilidad vital, tanto para ti como para el trato -mejorado- con los demás. El cambio es posible. Atrévete.

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