Palacios del pueblo

Klinenberg, E. (2018/21). Palacios del pueblo. Políticas para una sociedad más igualitaria. Madrid: Capitán Swing.

Este sociólogo, premiado y reconocido internacionalmente, trata de poner de manifiesto que nuestro futuro democrático no solo ha de implicar valores compartidos -lo que en modo alguno es ya poca cosa-, sino igualmente espacios compartidos. Pasemos de inmediato a ver los argumentos académicos, pues si encontramos apoyos empíricos para esta tesis, tal vez estemos ante una buena vía para solventar las polarizaciones sociales tan patentes en nuestros días a lo largo y ancho de nuestro mundo. Infiero que ante esta halagüeña perspectiva tu motivación intrínseca ha aumentado. Buen comienzo, entonces.

Como inicio tenemos las denominadas por el autor infraestructuras socialeslos espacios físicos y las organizaciones que configuran las relaciones personales– y que inciden en los desarrollos del capital social configuran el mundo-, en positivo si son saludables y en negativo si no lo son. Son estas infraestructuras las que condicionan las relaciones sociales -su existencia o su carencia-, que a su vez influyen en la salud, la longevidad o las enfermedades físicas (obesidad, tabaquismo…) y mentales (depresión…).

Lo que constatamos es que las sociedades de nuestros días están fragmentadas, divididas y enfrentadas. Parece como si se hubiese venido abajo el pegamento social: disminución de intereses comunes y de vínculos sólidos, junto a una menor calidad de los servicios públicos.

Si esto es así, se vislumbra una vía saludable de salida: la construcción de espacios físicos –entornos construidos– donde la ciudadanía pueda reunirse para estrechar lazos entre ellos –cohesión social-. Hoy ya sabemos que el entorno material y social condiciona sin duda, para bien o para mal, nuestros comportamientos. Es, pues, pertinente la inversión en infraestructuras sociales.

Parece llegado el momento entonces de echar un vistazo a la gran variabilidad de las infraestructuras sociales -centros educativos (en tanto instituciones sociales), bibliotecas (presuponen lo mejor de la gente: palacios del pueblo), librerías, guarderías, centros de mayores, asociaciones, parques, piscinas públicas (no segregadas), espacios verdes peatonales, huertos vecinales (de desiertos alimentarios a destinos alimentarios), terrenos deportivos…- y conocer las notas estructurales que las definen y las diferencian de otros tipos de infraestructuras no sociales. Son, básicamente, puntos de encuentro, en los que predomina el cuidado y la participación ciudadana (efervescencia colectiva).

Afortunadamente, se constata por doquier una fuerte demanda social de este tipo de infraestructuras. Además, las intervenciones en espacios determinados -infraestructuras sociales- suelen tener más probabilidades de éxito que las realizadas directamente en personas, al menos en ciertas áreas vitales -disminución de robos, delincuencia, vandalismo y de otros comportamientos antisociales- e igualmente en aspectos existenciales mucho más positivos, como puede ser el del aprendizaje en comunidad –el sitio en el que estás define relativamente bien quién eres cuando el objetivo principal es animar a la gente a aprender: el caso de ciertos tipos de bibliotecas, como ejemplos ilustrativos-.

Si estamos dispuestos a hacer frente a las muertes por desesperación -por sobredosis…- en continuo aumento, tal vez debamos detenernos en la actual paulatina pérdida de vínculos saludables -de capital de recuperación-, debida entre otros factores a: a) la falta de cohesión y apoyo social, b) la pérdida de comunidad -descomposición del tejido social-, c) unas redes sociales más endebles. Esto ocurre cuando faltan justamente las pertinentes infraestructuras sociales: los espacios/refugios comunitarios, los entornos naturales, las zonas de restauración (sitios saludables, terreno común, communitas), que se constituyen en claros antídotos frente a los lugares más vulnerables (entornos insalubres si aplicamos el índice múltiple de carencias medioambientales).

Si los problemas actuales -vitales- a los que nos enfrentamos son muchos y graves, las vías de solución debieran ser muy variadas. En esta obra se nos ofrecen precisamente algunas, centradas en maneras de hacer hasta ahora no muy consideradas: la creación de infraestructuras sociales (proyectos de adaptación con predominio de relaciones horizontales en los que se hace hincapié en la proconstrucción en vez de reconstrucción), dado que parecen más eficientes que otras intervenciones excesivamente centradas en las personas en sí. Lo menos que podemos hacer pues es, en primer lugar, conocerlas mejor y, después, intentar aplicarlas, siendo conscientes desde un comienzo de la demanda de un gran esfuerzo, tanto de tipo material como humano. De esta forma, nosotros y el mundo que nos rodea nos convertiremos -a la par- en más saludables. Nos jugamos mucho en ello, ¿no crees?

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