Wilkinson, R. y Pickett, K. (2019). Igualdad =. Cómo las sociedades más igualitarias mejoran el bienestar colectivo. Madrid: Capitán Swing.
En ocasiones son los psicólogos lo que hacen aportaciones relevantes a otras disciplinas. Uno de los casos internacionales mejor conocido es sin duda el de Kahneman, quien recibió el Premio Nobel de Economía (en 2002), trabajando desde la Psicología. Los economistas se vieron obligados a poner en duda un dogma hasta ese momento presente (la plena racionalidad de la toma de decisiones en el ámbito de lo económico), pues se habían de incorporar a partir de entonces los sesgos cognitivos, condicionantes de ese tipo de decisiones, como así hicieron de hecho los llamados economistas conductuales.
Ahora, desde la Epidemiología, sus autores nos ofrecen, tanto en su obra anterior (Desigualdades: un análisis de la (in)felicidad colectiva, de 2009) como en este volumen, de casi 400 páginas, abundantes datos (cuantitativos, cualitativos, estadísticos, experimentales…) que apoyan la relación entre sociedades más y menos igualitarias (democracia económica; brecha de ingresos: ensanchamiento de la brecha salarial) y multitud de índices referidos a la salud (en positivo y en negativo) de los ciudadanos (autoestima, felicidad, bienestar, rendimiento académico, narcisismo, estrés, consumismo –consumo ostentoso-, adicciones, ansiedad –por el estatus-, depresión, esquizofrenia y algunas otras enfermedades mentales).
Esto nos obligará (al menos a los psicólogos/as) a admitir que las desigualdades materiales (desigualdad de rentas o ingresos –patrimonio-, a escala nacional, familiar o individual) o sociales (clase o estatus), estrechamente relacionadas, tienen profundas consecuencias psicológicas y sociales (mezcla y cohesión social). No podemos, pues, mantenernos en una cierta ceguera con respecto a la incidencia de la clase, del estatus y de las igualdades y desigualdades económicas sobre las semejanzas y diferencias de un número muy considerable de dimensiones individuales (impactos sociosanitarios de la desigualdad de ingresos), asumiendo que éstas dependen básicamente de nuestra propia naturaleza (capacidades naturales), es decir, de nuestros cuerpos (del entorno natural más que del social).
Lo que en esta obra se trata de poner de manifiesto, con abundancia de datos (con sus correspondientes gráficos en buena parte de los casos), provenientes de distintas disciplinas, incluida por supuesto la propia Psicología, es que cada sistema social propicia una orientación diferente, que se materializa –epigenética: diferencias epigenéticas; perfil epigenético; la expresión genética que puede revertirse– en desarrollos emocionales y cognitivos distintos, tal cual se muestra en las claras y manifiestas diferencias asociadas a las sociedades más igualitarias frente a las más desiguales.
Hasta aquí las patentes asociaciones (correlaciones) entre igualdad/desigualdad económica y social e índices diferenciales (psico y socio sanitarios) de desarrollo humano, que son difíciles de negar dado el aval de la ingente cantidad de datos aportados, pero que no se han de transformar de inmediato en afirmaciones en las que esté implícita la causalidad (sobre todo en el sentido más clásico de esta expresión), sino en el reconocimiento de la bidireccionalidad o el condicionamiento circular (la resiliencia es posible). Si esto es tenido en cuenta se evitarán fácilmente posibles malinterpretaciones o interpretaciones exageradas (qué es más importante la herencia o el medio, el contexto natural o social), a la par que daremos un salto hacia adelante en la dirección que apuntan los avances más actuales de diversas disciplinas científicas, también de la Psicología: somos capaces de aprender como ninguna otra especie, al mismo tiempo que este aprendizaje modifica estructural y funcionalmente nuestro cerebro. En el tema que nos ocupa la traducción de lo dicho es lógica: las sociedades igualitarias o desiguales son capaces de transformarnos y diferenciarnos a la vez que nosotros somos capaces de modificar un tipo de sociedad en otra, en función de si optamos por el bien de las mayorías (o incluso de la casi totalidad de los humanos) o el de las minorías en cada sociedad.
La tesis que se defiende es clara desde el mismo título del libro: las sociedades igualitarias mejoran el bienestar individual y colectivo, mientras que las no igualitarias lo empeoran. Aunque nada más fuera que por el hecho de conocer la documentación, bastante exhaustiva, que presentan para su defensa y el rigor científico con que llevan a cabo esta compleja tarea, merecería a todas luces la pena la lectura de esta obra. A buen seguro nos hará reflexionar, más allá del acuerdo o desacuerdo con la mayoría o sólo con algunos pocos de sus abarcadores postulados. Es especialmente recomendable para los psicólogos/as, académicos y profesionales, y para los educadores, dadas las posibilidades de cambios que se nos ofrecen y la trascendencia de los mismos, tanto a escala individual como social. Igualmente, cualquier persona que aprecie en algún grado la cultura y el conocimiento puede sacar considerable provecho de su lectura. Para los políticos más diversos: bien pudiera considerarse su obligatoriedad.