Acaba de ver la luz esta obra de Coeckelbergh [Coeckelbergh, M. (2024). La ética de los robots. Madrid: Cátedra], de quien en su momento hicimos aquí la pertinente recensión de otro de sus libros.
Ante los robots (de muchas clases: drones asesinos –matanzas selectivas-; asistentes o compañeros sociales –robots niñeras-; diagnosticadores, terapéuticos, cirujanos y exoesqueléticos; industriales –industria 4.0-; de servicios -esfera económica-; coches autónomos…), algunas personas sienten auténtico temor -pesadillas-, mientras que otras muestran su fascinación -nuevo becerro de oro-, unas los consideran nuestros sirvientes, otras los perciben como entes poderosos –máquinas rebeldes– a los que habrá que servir, dado su creciente poder en nuestras sociedades muy digitalizadas –automatizadas-. Son, pues, entes o criaturas -androides/humanoides- inquietantes: producen extrañeza, inquietud. ¿Cuál es la posición moral de los robots? ¿Agentes o pacientes morales?
Hay un hecho bien constatado, en todo caso: los robots están aquí para quedarse. Además, ya tenemos con nosotros la ciencia de la robótica. Ante esta situación, deliberemos. ¿No sería bueno pensar de forma crítica tanto sobre sus usos -o abusos- como sobre sus desarrollos -beneficios y oportunidades potenciales-? Hablamos de los espejos robóticos (todo sobre los humanos): espejos para la reflexión sobre lo humano y la ética. He aquí una valiosa perspectiva, sobre todo para la propia humanidad (concepciones transhumanistas, las de la hibridación -poshumanas- y, por supuesto, las medioambientalistas y ecologistas).
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