Hari, J. (2022/23). El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla. Barcelona: Península.
Este afamado divulgador -periodista- no se anda por las ramas, ya desde un comienzo. Deberíamos, en consecuencia, ir al grano antes de distraernos, a fin de no tener que llegar a esta triste conclusión: intenté vivir, pero me distraje.
Merece, por tanto, la pena alejarse lo más posible de nuestra incipiente -o tal vez avanzada (cada cual que realice su autoevaluación)- incapacidad de concentración: progresiva fragmentación, cultura atencional patogénica (pandemia: contaminación mental).
Iniciamos así este viaje que parece prometedor y de vital importancia para nuestra salud, pues tiene como objetivo el recuperar la concentración, la atención. Hay un vacío considerable al respecto. ¿Cómo proceder entonces? Constatando que las big tech -grandes compañías tecnológicas- algo tendrán que decirnos, además de asumir la correspondiente responsabilidad, más que meramente inculpar a las
víctimas de su intoxicación digital.
A un problema sistémico (distracciones y vidas mermadas; falta de atención y dificultad para la resolución de problemas personales y sociales) le corresponde una solución sistémica. Necesitamos, por tanto, ir más allá del punto de vista personal y de la acción individual. Nos estamos refiriendo a una responsabilidad colectiva.
¿Qué nos dicen los análisis realizados con macrodatos sobre la atención prestada a los diversos asuntos? ¿Surge algún patrón? Sí: que los temas aparecen y desaparecen cada vez con más rapidez -la Gran Aceleración-. Nuestra atención colectiva va menguando –ciencia de las interrupciones: distracción
tecnológica-, debido a la inundación de información, pagando así un elevado precio: el del agotamiento progresivo de los recursos atencionales de nuestro limitado cerebro y el de la adicción (acabamos enganchados).
Tratar de evitar las distracciones constantes es el primer paso para recuperar la atención plena –el flujo (¿mindfulness?)-, pero si nos quedamos ahí, tal vez aparezca únicamente el vacío. Este ha de ser pues llenado: necesitamos metas sin fragmentación (luz de estrella, luz del día y luz de estadio).
Para ello tenemos que dormir bien, comer adecuadamente y evitar entornos altamente contaminados (un cóctel tóxico), condiciones necesarias para poder prestar atención, gracias a lo cual se nos posibilita superar el mundo de los superficiales para adentrarnos en las inmersiones placenteras -las buenas lecturas (paciencia cognitiva: los libros)-. Centrarnos en el foco, posibilitando a su vez la divagación mental en situaciones de poco estrés y bastante seguridad, nos aleja del tsunami de distracciones –diseñadas: captación y saqueo de nuestra atención-, a la par que nos posibilita conseguir nuestros propósitos más creativamente –aprendemos a pensar-.
Hoy nos hallamos inmersos en un capitalismo de la vigilancia, que hace negocio con nuestra atención programada –tiempo de pantalla, tecnología invasiva-, restando concentración para nuestros planes vitales –tiempo de vida-. Es pues el diseño -para distraer- y el objetivo –para ganar dinero– lo verdaderamente importante para nuestra atención –personal y colectiva-, no la herramienta en sí. Como efecto colateral, por si lo anterior no fuese ya grave, es que acaba incendiando a la sociedad (polarización, radicalización, estado de hiperalerta…), además de inculpar a las víctimas (optimismo cruel…).
¿Estamos a tiempo de parar la maquinaria que nos roba la atención? Esta es la gran cuestión. Ante todo, y sobre todo, necesitamos, en consecuencia, prestar mucha más atención sostenida a este asunto, tanto individual como socialmente (se necesitan cambios estructurales, una lucha -visible- colectiva para cambiar las reglas, dado que estamos ante una sociedad con graves problemas de atención). Así, podremos lograr un empoderamiento atencional para una planificación saludable (derecho a desconectar, concentrarnos juntos).
Mas, ¿cuáles serían las posibles vías para alimentar nuestra capacidad de concentración? Una puede ser la prohibición -regulación- del capitalismo de la vigilancia (suscripción, titularidad pública, desactivación del scroll infinito…). Otra, la disminución del estrés (financiero: más trabajo no equivale a mejor trabajo, ni crecimiento económico debiera ser igual a éxito) y de la hipervigilancia por falta de seguridad. También la restauración del juego libre en la infancia: aprender a través del juego (más motivación intrínseca, más atención) y la semana laboral de cuatro días o una renta básica garantizada. Ya se hizo mención tanto al dormir y comer bien como al evitar la contaminación.
Hemos llegado al final del viaje durante el cual se ha constatado que ciertamente nos están robando
la atención. Ahora bien, hemos podido igualmente vislumbrar algunas vías de recuperación –ganar la guerra contra la distracción, la rebelión de la atención-. Dada la radical trascendencia del asunto, yo no dejaría pasar la oportunidad de mejorar nuestras vidas, gracias justamente a la lectura de esta obra y a sus derivadas implicaciones. Ánimo, pues.
Muy interesante