El extraño orden de las cosas

El extraño orden de las cosas. La vida, los sentimientos y la creación de las culturas. Damasio, A. (2018).  Barcelona: Destino.

Portada del libro

Portada del libro «El extraño orden de las cosas»

El autor de esta obra no necesita especial presentación, ni como investigador ni como gran divulgador científico, en el ámbito de las neurociencias (El error de Descartes; Y el cerebro creó al hombre, son dos claros ejemplos ilustrativos de su reconocimiento internacional). El planteamiento a lo largo de su trayectoria investigadora y de difusión científica presenta una doble vertiente: por un lado, constata que se ha producido, tanto en el contexto científico como en el social, una sobrevaloración de la dimensión racional de los humanos (neurocentrismo, cerebrocentrismo, cortexcentrismo). Los datos de investigación hoy acumulados (aparecen referencias a autores y obras que ya hemos reseñado en esta misma Sección) nos indican de forma clara que no hay apoyos empíricos para tal tipo de asertos (conjunto de valoraciones tan excesivamente positivo). Por otro lado, se han infravalorado los sentimientos: no se ha tenido en cuenta que éstos son factores de motivación y agentes de control y negociación de las empresas culturales humanas. Sentimientos y razón están condenados a un permanente abrazo reflexivo bidireccional.

                El objetivo en este libro es, por consiguiente, fundamentar la hipótesis de que no hay manera de entender científicamente a las personas sin tener en cuenta, conjuntamente y de forma integrada, su dimensión cognitiva y sus sentimientos (no siendo válida, por tanto, la corriente definida por el enfrentamiento entre sentimientos e intelecto, tan extendida aún hoy en día; no sería tampoco cierto que el origen único de la mente es el cerebro). En esta labor investigadora, la perspectiva fundamental que adopta Damasio es la filogenética (a semejanza de lo realizado por Darwin para su teoría de la evolución), aunque teniendo en cuenta sus implicaciones ontogenéticas (la realidad de cada uno de nosotros), como buen conocedor que es de la estructura y funciones del cerebro y del cuerpo humano.

                La realidad vertebradora y contextualizadora de su argumentación sobre los sentimientos (y por extensión de las mentes y los cuerpos humanos) es  la homeostasis (sus dinámicas e imperativos). ¿Qué es pues la homeostasis, que aparece ya en el origen mismo de la vida, en las bacterias y se extiende al resto de seres vivos, incluidos por supuesto los humanos? El poderoso imperativo que permite a cualquier organismo vivo resistir (mantenerse vivo, en equilibrio, con estabilidad) y prevalecer (prosperidad, proyección en el futuro, manera más eficiente de vivir, gestión de la energía, reproducción). El metabolismo guiado por la homeostasis definiría el origen de la vida, siendo ésta la fuerza impulsora de la evolución y sobre la que actuaría la selección natural (sin necesidad de diseñador previo). Este concepto difiere, pues, del más convencional, que quedaba limitado al mantenimiento del equilibrio de los procesos vitales: a la regulación de la vida. 

Los sentimientos (espontáneos u homeostáticos y provocados), dentro de  este marco, aparecen como los agentes auxiliares de la homeostasis: son las expresiones mentales del estado homeostático. Son ubicuos. Hemos de comenzar constatando que sin cuerpo, mal que nos pueda pesar, no hay mente. Nuestro organismo, tal cual hoy sabemos, contiene un cuerpo, un sistema nervioso a su servicio y una mente que deriva de ambos. Los sentimientos humanos son experiencias mentales (mapas o imágenes de percepción), una de cuyas características más diferenciadoras es su valencia: calificación de lo sucedido (realidad rememorada), de lo que ocurre en cada momento (dentro de nuestro organismo y en los contextos que nos circundan) y de lo que cabe imaginar que puede ocurrir (prospección, imaginación), como bueno, malo o algo intermedio entre ambos extremos.  A ella ha de unirse su poder para captar nuestra atención y su condición de factores de motivación (del intelecto creativo). Los sentimientos impregnan de esta forma toda nuestra existencia, condicionando, para bien o para mal, nuestras decisiones. Además, sin los sentimientos no es posible entender y explicar científicamente la mente consciente: no es necesario recurrir a ningún tipo de homúnculo;  los sentimientos son determinantes en la constitución de la  subjetividad y en la  integración de las experiencias, primer y segundo componente, respectivamente,  de la consciencia.  

Los sentimientos, en definitiva, guían a la inteligencia hacia determinados objetivos (atención y motivación por los mismos), son positivos o negativos (valencia) y tienen que ver con: a) el propio cuerpo del individuo (no sólo con su cerebro, su mente o su consciencia); b) con los cuerpos de los demás en sus múltiples interacciones; c) y con los contextos materiales y culturales en los que se desarrollan los individuos y las sociedades (creación de las culturas), por lo que es necesario tenerlos en cuenta (dar una explicación científica de ellos) para una visión no sesgada de la propia condición humana.

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