Especialización y amplitud: las dos caras complementarias de la buena ciencia

Portada del libro

Es bastante frecuente ver contrapuestas la especialización –hoy en día la hiperespecialización-, como condición imprescindible del avance de la ciencia, frente a la amplitud de miras derivada de la interdisciplinariedad y del interés por materias académicas variadas, que dificultaría en buena medida justamente el progreso científico.

Desde ACIPE no sólo no apoyamos esa contraposición tan de moda en estos momentos del siglo XXI, sino que defendemos, científicamente –congresos y revista (especialización) y recensiones de libros de un amplio espectro temático (amplitud), su necesaria complementariedad. No estamos solos en esta defensa, como lo pone de manifiesto el trabajo relativamente reciente de Epstein (2019). Al tener que hacer frente a entornos malos y problemas inciertos, la amplitud es invaluable. Ante los entornos o problemas buenos, la especialización reducida suele ser muy eficiente. Unidas ambas –especialización y amplitud-, el avance científico es incuestionable.

Son varios los ejemplos empíricos que se traen a colación en este libro para, en primer lugar, deshacer el mito de la superioridad de la especialización temprana (Tiger) frente a la tardía (Federer), que es no sólo aplicable al ámbito de los deportes, sino a todo el resto de contextos, incluido por supuesto el científico. Además, no afecta exclusivamente a las personas sino a los sistemas enteros, como es el caso de las sociedades. En determinadas situaciones puede incluso conducirnos a tragedias de consideración, debido al predominio de la visión de túnel sobre la del rompecabezas (accidente del transbordador espacial Challenger). Superado cognitivamente el mito, ya podríamos, en segundo lugar, analizar la paradoja de Moravec –máquinas y humanos, frecuentemente, tienen fortalezas y debilidades opuestas-. Podemos inferir con cierto rigor que  las habilidades que parecen ser fáciles para los humanos, gracias a los largos procesos de selección natural –generalmente inconscientes y automatizadas-, resultan difíciles de entender y ejecutar desde la ingeniería inversa y que aquellas habilidades que nos exigen mucho esfuerzo –lógica y computación, por ejemplo- suelen ser más fáciles de diseñar y materializar por y desde las herramientas digitales,  bien alimentadas gracias al eficiente funcionamiento de sus algoritmos. En un principio, esto resulta contraintuitivo. En ciencia claramente no lo es.

Algo semejante ocurre con la especialización y la amplitud, aparentemente contrapuestas, pero científicamente complementarias.

Traigamos a colación, en tercer lugar, algunos ejemplos ilustrativos de diversos campos. Empecemos con el de la reciente pandemia (COVID-19). Hoy ya es bien sabido que los  hiperespecializados  virólogos –nacionales e internacionales- en modo alguno hubiesen sido capaces de hacer frente de manera eficiente a todas las consecuencias nefastas producidas por su diana de estudio: el virus SARS-CoV-2. Hay que señalar aquí las relevantes funciones desempeñadas por personas encuadrables dentro del marco de la amplitud: por los investigadores de otras disciplinas -interdisciplinariedad-, por los políticos –de diversas ideologías-y, sobre todo, por la propia ciudadanía, gracias a sus adecuados comportamientos.

Tomemos otro caso bien significativo: ¿cómo hacer frente al ya bien patente cambio climático? ¿Se puede conseguir sin la colaboración conjunta de los más diversos especialistas y de aquellas personas que gozan de una considerable amplitud de miras, incluidos todos nosotros como miembros de la especie humana? De nuevo, es válido aquí el principio de que la unión hace la fuerza. Un empuje –fuerza- que sin duda requiere del trabajo conjunto, bien estructurado, de personas con conocimientos muy diversos y de todos nosotros –al menos de la mayoría-.

Pasando de lo más general –cuya claridad argumentativa es manifiesta- a cuestiones más concretas, ¿qué ventajas conlleva la complementariedad? Pensemos en la educación: ¿qué ocurre cuando además de enseñar qué pensar –materias y  contenidos específicos- también tenemos como meta importante el enseñar a pensar especialización tardía-? Intuimos, y con razón, que nos hallaríamos ante otro tipo de personas –más completas- e, igualmente, ante otro tipo de sociedades –más sostenibles-. Precisamente las que en estos tiempos difíciles más necesitamos.

Iniciado el camino, ahora ya sólo nos queda hacer la invitación a la lectura del libro de Epstein para descubrir más abundancia de datos –ejemplos-, de muy diversos campos, que avalan el enfoque aquí defendido, más concretamente el del valor de la amplitud, considerada ésta a través de sus distintas escalas: personal, social y la de la propia humanidad.

Bienvenidos, pues, a la mesa de negociación entre erizos –de mirada reducida a un campo de estudio, especializados, pues- y zorros –polímatas, integradores-. La ciencia, nosotros y las sociedades saldremos muy beneficiados. Creo no ir mal encaminado si afirmo que buena falta nos hace. Es el momento oportuno, en consecuencia, para emprender semejante viaje, dando cabida a la expansión de la amplitud, a la hibridación innovadora, al aprendizaje con disensos,al pensamiento ambidiestro y flexible. Prueba y verás.

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