LeDoux, J. (2019/21). Una historia natural de la humanidad. El apasionante recorrido de la vida hasta alcanzar nuestro cerebro consciente. Barcelona: Paidós.
El autor, neurocientífico, es bien conocido por sus investigaciones y sus obras –circuitos de supervivencia y sus implicaciones vitales: conductas de supervivencia-, a escala internacional. Lo que se nos ofrece en este libro es el fruto cultivado a lo largo de su fructífera vida adulta –casi medio siglo-. El objetivo final: poner de manifiesto las semejanzas y diferencias fundamentales entre los organismos vivos, con especial dedicación a nuestra especie.
Para comenzar: hemos de ser conscientes de que la conexión de la conducta con la vida mental, al igual que ocurre con el propio mundo psíquico, es una adición evolutiva tardía. Ahora bien, sólo podremos comprender plenamente esta adición si tenemos en cuenta el marco de las estrategias de supervivencia –actividades de supervivencia universales-, que ya aparecen en los organismos unicelulares.
Desde este planteamiento, la especie humana no se caracteriza por su excepcionalidad (punto final de la progresión evolutiva) como por sus diferencias, siempre encuadradas dentro del denominador común de las estrategias de supervivencia –caja universal de herramientas genéticas-, ya presentes en el organismo primigenio (LUCA: last universal common ancestor of all life). Ni siquiera el aprendizaje y la memoria requieren sistemas nerviosos, como se presuponía desde una visión antropocéntrica de estas funciones. De ahí la necesidad de repensar la conducta (somos diferentes, más nuevos sí, pero no mejores).
Para ello hay que retroceder necesariamente en el tiempo hasta la química replicativa que hizo posible la vida, es decir, al tránsito desde la química prebiótica a la bioquímica, a fin de implicarse en el debate en torno a qué fue primero si el metabolismo o la replicación a la hora de explicar el origen de la propia vida. Aparecida ésta, hay un tiempo –unos 1.500 millones de años- en el que únicamente existen arqueas y bacterias –procariotas-, para después convivir con el dominio eucariota -con sus cuatro reinos (protistas, plantas, fungi y animales)-, que evoluciono conjuntamente a partir de un único antepasado común: LECA (last eurokaryotic common ancestor), originado por convergencia y no por divergencia (aviso para los darwinianos estrictos). La evolución continúa y gracias a ella podemos ver cómo los organismos unicelulares posibilitan el surgimiento de los multicelulares, gracias al estadio transicional de las colonias de clones.
Ahora ya sí nos corresponde detenernos en la evolución más específica del mundo animal –metazoos-, al que pertenecemos, para comprender científicamente nuestro cerebro (la magia de las neuronas: desde un principio su función principal ha sido posibilitar la comunicación eficiente entre las células sensoriales y las motoras). El cerebro de los vertebrados supone un extraordinario desarrollo sin precedentes en la historia de la vida (evolución de la flexibilidad conductual debido a la evolución de las nuevas capacidades cognitivas: uso de las representaciones internas, del aprendizaje instrumental, de la deliberación, del lenguaje y de la cultura). Los humanos somos miembros muy recientes de la familia de la vida, todavía en pleno desarrollo.
Este recorrido pormenorizado y bien fundamentado de la historia natural nos ha servido para ser cautelosos y resistirnos a las constantes tentaciones, para legos y científicos, provenientes tanto del antropocentrismo como del antropomorfismo. Si somos capaces de ir superando las trabas conceptuales de ambas perspectivas, tal vez estemos a las puertas de comprender lo específico de los humanos con respecto al resto de seres vivos. El cerebro humano es el único que inequívocamente posee conciencia/consciencia, que no es en modo alguno sinónimo de mente. Este sistema cognitivo único de los humanos se manifiesta en la conciencia/consciencia –conciencia autonoética, el yo como sujeto, autoconciencia reflexiva-, una conciencia de orden superior a través de la lente de la memoria. Esta especificidad se hace más comprensible al descubrir sus antecedentes, que necesariamente hemos de encontrar en algún momento de la historia natural en otros seres vivos (la supervivencia es ancestral, nuestras emociones muy recientes). Ninguna especificidad humana puede, pues, nacer de la nada ni de ningún orden superior ajeno al del propio universo en el que habitamos.
El libro se lee con mucha facilidad, está muy bien documentado e ilustrado, científicamente hablando, trae a colación las principales hipótesis y teorías específicas de cada momento histórico –buena selección de las mejores fuentes- y nos señala, asertivamente, lo que son sus propias aportaciones, al ser una autoridad mundial en el estudio del cerebro. Difícil considerarse bien informado de nuestra historia y de lo que nos puede deparar nuestro futuro como especie y como individuos sin la lectura de este volumen.