Cómo funciona el mundo

Smil, V. (2022/23). Cómo funciona el mundo. Una guía científica de nuestro pasado, presente y futuro. Barcelona: Debate.

Ya contamos con otro libro recensionado de este bien conocido autor –a escala internacional-. La cuestión que ahora le preocupa es la siguiente: ¿cómo hacer para que ante una realidad bien constatada –la actual atomización del saber científico– podamos, no obstante, contar con unos conocimientos asentados –rigurosos- sobre el funcionamiento básico de nuestro mundo moderno, evitando en lo posible sesgos y falsedades? Esta es la cuestión a la que se tratará de dar respuesta sólida –desde la perspectiva del explorador de amplios horizontes y de gran divulgador científico (más de 40 libros)- en esta obra.

¿Qué es lo que seremos capaces de comprender/aprender –científicamente- tras su lectura? Siete van a ser los núcleos de interés. En primer lugar, la comprensión de la energía, gracias al análisis de las principales conversiones energéticas a gran escala –sustitución de las fuentes de energía (animadas o somáticas por las inanimadas o extrasomáticas)- desde los primeros tiempos  hasta nuestros días.

El mundo moderno es el resultado acumulativo de estas conversiones. En 2020, más de la mitad de la electricidad del planeta sigue generándose gracias a la quema de combustibles fósiles. Cada uno de nosotros cuenta hoy con casi 600 veces más de energía útil que nuestros congéneres de comienzos del siglo XIX (situación sin precedentes). Lo que necesitamos en buena medida es desvelar esas cajas negras –las realidades (aparatos) de nuestros días-, que siguen siendo un misterio para la mayoría de usuarios, mediante el conocimiento de sus dispositivos, que funcionan debido a  los diversos tipos de energía. Hemos de llevar a cabo una reducción progresiva de nuestra dependencia de aquellas energías que justamente han posibilitado el surgimiento del mundo moderno. Este es el gran desafío.

El segundo núcleo de interés, después del de la energía, es el referido a la producción de alimentos. Aquí también es importante hacer hincapié en las transiciones: de la caza y la recolección –bastante variada- a la agricultura –más limitada-, pero con el inmenso éxito reciente debido a la agricultura de precisión (necesidad de los combustibles fósiles y la electricidad -aportaciones antropogénicas-).

Esto ha hecho posible que podamos hablar con rigor de una civilización actual, en general, bien nutrida –cereales, aves, hortalizas, pescados y mariscos-, que depende en estos momentos necesariamente de los combustibles fósiles, aunque sin duda son necesarios considerables esfuerzos –viables– para una reducción significativa de fertilizantes nitrogenados sintéticos.

La tercera diana –núcleo- se va a centrar en la comprensión del mundo material, más concretamente de sus cuatro pilares fundamentales –indispensables para el funcionamiento de nuestras sociedades-: el cemento –actualmente consumimos más en un año que en toda la primera mitad del pasado siglo-, los aceros, los plásticos y el amoniacoel gas que da de comer al mundo: sin amoniaco sintético en torno a la mitad de la población mundial actual no podría alimentarse-.

¿Cuál será el ritmo de disminución de la generación antropogénica de los gases de efecto invernadero o de la más correcta utilización de estos pilares en el mundo actual? En buena medida, en la respuesta que demos estará el tipo de futuro que vamos a tener para la humanidad y el planeta.

Ya podemos avanzar al cuarto asunto de preocupación: la globalización –proceso y producto humano que necesita ser reajustado (sus 4 etapas)-. En 2020 el tráfico mundial de divisas llegó a casi 7 billones de dólares al día y los flujos globales de información han de computarse ya en yottabytes (1024) de datos. Los grados de globalización no son inevitables.  Es pertinente reflexionar sobre las ventajas y desventajas de cada grado.

Veamos ahora la preocupación por los riesgos –naturales y artificiales, voluntarios e involuntarios- de nuestros días. Resulta pertinente realizar una evaluación mínimamente ecuánime –bien fundada, tras asumir que no hay métrica perfecta o claros patrones universales- para no caer en extremismos –exageraciones polarizadas o temores irracionales- que resultan bastante peligrosos para la propia vida.

Hay que llevar a cabo una educación de la ciudadanía, basada en datos, a la par que tomar medidas de gran eficacia: más y mejor información previa, desarrollo de vacunas, avisos públicos, evacuaciones oportunas, zonas de exclusión… siendo siempre conscientes de que una existencia libre de riesgos es imposible.

El penúltimo objetivo –núcleo- hace referencia al entorno: el cuidado de la única biosfera que tenemos, evitando transgredir los límites de la seguridad planetaria (cambio climático mundial –emisiones antropogénicas, sensibilidad climática-, pérdida de biodiversidad…). No es bueno dejarse guiar por los mitos y desinformaciones –tampoco por las veleidades académicas equiparables a ciencia ficción- que pululan por doquier. Los datos de la buena ciencia son fundamentales

El último, como cabría inferir, se refiere del futuro: ¿apocalipsis –armagedón-?, ¿singularidadtecnooptimismo-?, ¿actuaciones, a escala global, basadas en la buena ciencia? Esta lectura te sacará de dudas. Apresúrate, pues. Puede estar en juego el tipo de futuro y de planeta en el que habitas. Va en serio.

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