Marsh, H. (2022/23). Al final, asuntos de vida o muerte. Barcelona: Salamandra.
Autor premiado, traducido a una treintena de idiomas y todo un éxito de ventas internacional, ya es bien conocido por nosotros, gracias a su obra Ante todo no hagas daño. Ahora nos va a deleitar este renombrado neurocirujano con su historia –muy bien escrita- de cómo se ha convertido en paciente. No es tan frecuente encontrarse con este tipo de personas, con plena pasión por su profesión –a lo largo de más de 40 años-, acompañada por un desvelo por los sentimientos de sus pacientes. Amor por la ciencia y por la humanidad –sin distanciamiento ni autocomplacencia-, generosamente unidas. Nos hallamos ante un intento de encontrar respuestas científicas a preguntas vitales de especial relevancia, dentro de un marco específico: el de la celebración de la existencia.
Partimos de un hecho que a veces se olvida –con sus implicaciones negativas-: las enfermedades no sólo sobrevienen a los pacientes, sino también a los propios médicos. Eso mismo ocurre con el envejecimiento –cambios degenerativos-: ¿mentimos en lo que decimos, pensando que así es mejor –engaño o autoengaño- para sobrevivir? ¿Hay presiones para hacerlo ante los errores o equivocaciones? ¿Cerebro –inteligencia- corpóreo/a frente a inteligencia artificial? ¿Cómo se relacionan? Preguntas sin duda de gran calado existencial.
La neurociencia actual no cuenta hoy por hoy con ecuaciones matemáticas que nos proporcionen explicaciones científicas a las cuestiones planteadas. No debiéramos olvidar que tenemos unos ochenta y seis mil millones de neuronas –más las correspondientes células gliales– y unos ciento veinticinco billones de sinapsis. Ahí es nada. No es mucho lo que podemos saber –humildad del auténtico científico, sensación de impotencia- del verdadero funcionamiento, consciente e inconsciente (¿cuál es su relación?), de nuestro cerebro: danza circular de la que todo surge (pensamientos, sentimientos, autoconsciencia…). No hay miedo a que nos podamos quedar sin trabajo, científicamente hablando, ¿no?
Lo que sí vamos desvelando en ciencia, que no es poco, son las falsas visiones -no bien fundamentadas: mitos– del pasado: la excepcionalidad humana –dentro del proceso de la evaluación: somos más simios erguidos que ángeles caídos-, la imposibilidad de revertir el envejecimiento –una mayor esperanza de vida incluso saludable-, lo consciente y lo inconsciente no son realidades separadas, sino que forman parte de un todo, lo investigado con personas weird – procedentes de países occidentales, educados, industrializados, ricos y democráticos- no es representativo de lo que le pueda suceder a todo el mundo (la parte no es igual al todo) o la distinción clásica entre razón y emoción –actúan en conjunto, no en conflicto-, como ejemplos ilustrativos.
Otro aspecto importante es el desarrollo de la actitud crítica –los hospitales siempre me recuerdan a las cárceles: Marsh dixit-. Se trata de curar los cuerpos sin ser conscientes de que la mente juega un papel capital tanto en la enfermedad como en la salud –la ignorancia de la actualización en los avances científicos no debiera ser un eximente de la culpabilidad de los profesionales-. Esta actitud se facilita enormemente –no por desgracia en todos los casos- cuando la vida te obliga a asumir el otro rol: en nuestro caso, el de paciente, siendo uno un médico –el otro lado del mostrador-.
El gran mérito de esta obra justamente reside aquí: que un neurocirujano, bien conocido internacionalmente –un auténtico maestro en su área-, nos desvele sin tapujos la cruda realidad que le está correspondiendo vivir -malvivir- en los años que le posibilite el cáncer, bastante avanzado. El trato humano en los recintos hospitalarios deja mucho que desear. Esto ocasiona un sufrimiento añadido, que hace más vulnerable si cabe la propia existencia en esta etapa delicada de la vida. La comprensión –empatía- humana haría sin duda algo más llevadero el día a día de una persona físicamente muy castigada tanto por esta enfermedad como por los efectos del envejecimiento.
Si queremos contar con médicos/as compasivos –amables, tranquilizadores: personas guía a través del paisaje de la enfermedad-, además de sabios –científicos–, y así con cualquier otro profesional –sea el caso de los/las psicólogos, los docentes, los investigadores…-, entonces tal vez la lectura de esta obra constituya una de las mejores recomendaciones que podamos hacer para lograrlo. Queda aquí hecho el oportuno aviso, sin olvidarnos de que la ciencia ha de ser nuestra gran aliada a la hora de vivir intensamente –humanamente- nuestra existencia.