Ante todo no hagas daño

Marsh, H (2014). Ante todo no hagas daño.  Barcelona: Salamandra

He aquí un libro que, desde la neurocirugía, nos puede ofrecer enseñanzas muy valiosas para los psicólogos y psicólogas educativos. El autor, uno de los más relevantes neurocirujanos actuales de Inglaterra, ha decidido exponer con el máximo de objetividad posible lo que supone de aciertos y errores la vida de cualquier profesional de la salud, más concretamente su propia historia de intervenciones quirúrgicas en enfermedades de su especialidad, como pineocitoma, aneurisma, hemangioblastoma, meningioma, ependimoma, glioblastoma, infarto, meduloblastoma, entre otras. Además de proporcionarnos una descripción precisa y rigurosa de cada patología, de las necesarias habilidades de los especialistas y de las tomas de decisiones (acertadas en la mayoría de los casos pero fatales en otros), lo que conviene destacar como uno de sus grandes valores para nuestra especialidad –la Psicología de la Educación- y para sus académicos y profesionales, es lo que, con toda intención, aparece en el título: ante todo, no hagas daño.

Para conseguir esto, el autor destaca varios aspectos que resultan de capital importantes para nosotros. Ante todo y sobre todo se ha de poner todo el esmero en el diagnóstico diferencial. Sin una acertada evaluación (diagnóstico), todo se complica. Los instrumentos (tests) son necesarios, pero no suficientes para llevar a cabo correctamente esta función. Además, se requiere la confluencia de pruebas antes de emitir un diagnóstico para salir del paso que puede acabar convirtiéndose en profecía autocumplida.

Tras la evaluación, el asesoramiento. Marsh insiste, con ocasión y sin ella, en la importancia de hablar con el paciente, ponerse en su situación de desamparo, asumir y ser consecuente con la confianza que está poniendo en nosotros, en tanto especialistas o expertos. De hecho, él no puede dejar de revivir en sí, cuando tuvo que ser intervenido por sus colegas, la situación de angustia y desamparo de sus propios enfermos. No sería buena idea, pues, en nuestros ámbitos escolares, asumir el modelo del déficit (derivado del modelo médico clásico) para nuestras intervenciones psicoeducativas, sino el modelo diferencial, que implica fijarnos en las fortalezas (de conocimiento o salud) frente a las debilidades que puedan presentar en esos delicados momentos de vulnerabilidad nuestros principales agentes educativos: estudiantes, profesores o padres.

El punto tal vez más ilustrativo de esta obra para nosotros sea el de pensar y actuar como si siempre que implantamos un programa de intervención (bien haya sido seleccionado o elaborado), éste necesariamente tuviera que producir efectos beneficiosos. De ahí la insistencia del autor: trata por todos los medios de no hacer daño. La buena voluntad no es garantía de la bondad del programa. El que esté disponible en el mercado tampoco. Siempre hay que estar con el ojo avizor para descubrir todos los posibles efectos: los previstos y los imprevistos, los deseados y los indeseados, los positivos y los negativos; en definitiva, todos, nos gusten o nos disgusten, pues nuestros interlocutores se lo merecen, al estar financiada, privada o públicamente, nuestra actuación de profesionales.

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