Sinclair, D. A. con LaPlante, M. D. (2019/23 -5ª ed.-). Alarga tu esperanza de vida. Cómo la ciencia nos ayuda a controlar, frenar y revertir el proceso de envejecimiento. Barcelona: Grijalbo.
Es difícil negar que el envejecimiento es muy importante para cada uno de nosotros y, en estos momentos –siglo XXI-, para la humanidad. Necesitamos como agua de mayo que alguien, justamente considerado como una autoridad mundial en la materia –líder en genética y longevidad-, nos haga partícipes de los conocimientos científicos con los que contamos y, sobre todo, con su correcta –saludable- interpretación.
Incluso podemos ya indicar que vamos a ser testigos privilegiados de una nueva visión –teoría científica-: la de la teoría del envejecimiento por pérdida de información –teoría audaz: como buenos científicos, dice el propio Sinclair, nos hemos de esforzar por desacreditarla y ver cuánto tiempo sobrevive-. Da toda la impresión de que, desde este nuevo planteamiento, va a ser posible prolongar la vida gozando de buena salud –se prolonga la vitalidad: esperanza de salud-. No perdamos, pues, el tiempo. Vamos al grano del asunto.
Primer núcleo de conocimientos fundamental: el envejecimiento y las enfermedades que conlleva se deben a múltiples marcas distintivas: daño en el ADN, acortamiento de telómeros, pérdida de proteostasis, disfunción mitocondrial, agotamiento de las células madre, entre otras. Tratadas estas marcas, es posible ralentizar el envejecimiento, prevenir las enfermedades y retrasar la muerte.
Segundo núcleo todavía más esencial –lo novedoso de esta obra-: hay un denominador común de todas ellas –una causa subyacente-. La pérdida de la información (inestabilidad inherente del genoma, inestabilidad epigenética), tanto de tipo digital –A, T, G y C del ADN-, como analógico –epigenoma: cromatina-. De forma muy sintética: …ADN roto > inestabilidad del genoma > alteración en la compactación del ADN y de la regulación de los genes (epigenoma) > pérdida de identidad celular > senescencia celular > enfermedad > muerte.
Así, desde esta privilegiada atalaya podemos vislumbrar, entre otras cosas, la actuación de los genes de la longevidad y de la vitalidad, siendo en la actualidad ya conscientes de que los genes no evolucionaron para causar el envejecimiento y de que el epigenoma usa nuestro genoma para crear la música de nuestra vida –sinfonía epigenética-. El exceso de ataques y daños celulares acaban distrayendo y saturando a los señaladores epigenéticos, dando así lugar al envejecimiento –ruido epigenético-: se produce, pues, por los cambios epigenéticos que tienen lugar cuando se activan las alarmas de daños en el ADN.
Un concepto vertebrador en este contexto es el circuito de supervivencia –beneficioso a corto plazo y, a la par, perjudicial (envejecimiento) a largo plazo-, ocupado en la reparación continua de nuestro ADN –más de dos billones de roturas al día en nuestro cuerpo-, que ha ido evolucionando a lo largo de la historia de la vida en nuestro planeta y que hoy entendemos mucho mejor, gracias al conocimiento de algunos de los papeles esenciales de las sirtuinas: estabilidad del ADN, su reparación, la supervivencia celular, el metabolismo y la comunicación entre las células. A partir de aquí surge una predicción: será posible resetear el envejecimiento celular (cambio radical de pensar el envejecimiento). ¿Iremos viendo su cumplimiento? He aquí la cuestión.
Algunas pistas útiles para que evitemos perder la información vital, para que podamos hacer frente –científicamente- a la vejez, que ahora ya comienza a ser considerada como una enfermedad. La nueva ciencia del envejecimiento parte del hecho de que no hay leyes biológicas, químicas o físicas que establezcan que la vida tiene que terminar.
Una de ellas: la restricción calórica sin malnutrición, que no sólo aumenta la longevidad, sino que garantiza la vitalidad, al activar el circuito de supervivencia, limitando la comida. Otra: el ejercicio, gracias al cual retrasamos el acortamiento de los telómeros. Ayuno más ejercicio es sin duda un buen consejo, avalado por los datos. Además, ya estamos a punto de contar con medicamentos seguros contra el envejecimiento (rapamicina, metformina…), dada la abundancia de pruebas en una variedad amplia de estudios con animales y humanos. Parece, pues, que el reloj del envejecimiento se puede revertir (vacuna contra el envejecimiento, una reprogramación celular –el ADN viejo retiene la formación para volver a ser joven-).
Es difícil que con lo ya dicho no sintamos una motivación imperiosa por la lectura inmediata del libro (la vejez es una enfermedad que mata al 90% de la población). Lo que ya se puede garantizar es que es altamente improbable que salgamos defraudados, dado que podemos aprender a vivir más y mejor, si incorporamos los avances vertiginosos que son producto del duro trabajo llevado a cabo por la comunidad científica (estamos dentro de la actual era de la innovación -mundo biomonitorizado-: no podemos recetar e intervenir como si todas las personas respondiésemos del mismo modo).
El horizonte es, por tanto, muy prometedor, si nos atrevemos a practicar un cierto samaritanismo global. Nuestro futuro está ciertamente en nuestras manos, asumiendo –como humanos- los límites pertinentes, desvelados por un pensamiento crítico –el proporcionado por la buena ciencia-. Leamos, asimilemos y practiquemos. Así viviremos más y envejeceremos mejor: llegaremos a ser más empáticos, compasivos, clementes y justos (más humanos, en definitiva).