Sadin, E. (2018/20). La inteligencia artificial. Anotomía de un antihumanismo radical. Buenos Aires: Caja Negra.
La cuestión que este filósofo y escritor, bien conocido a escala internacional, trata de dilucidar con respecto a la Inteligencia Artificial (IA) es si es una excelente herramienta digital protésica –de ayuda a la ciudadanía- o ya hemos dado un paso más, debido al cual los humanos vamos a acabar modelados –guiados con maestría- por esta técnica capaz de producir discurso o verdad –cambio de estatuto de las tecnologías digitales-.
Por el subtítulo ya podemos inferir, con alta probabilidad de acierto, cuál va a ser el enfoque y la tesis defendida en esta obra. Lo importante será analizar ahora la solidez argumental –científica– empleada.
La primera característica de la IA es la tecno-lógica. Realiza afirmaciones sobre lo real más fiablemente que nosotros. Establece el logos, la verdad de las cosas –tecnologías de divulgación de la verdad-. Es antropomórfica. Se pretende que sea como una especie de clon técnico de nuestro cerebro –procesadores neuronales, redes de neuronas artificiales-. Estaríamos, pues, en la era antropomórfica de la técnica: antropomorfismo aumentado, parcelario y emprendedor, que abarcaría todas y cada una de las distintas facetas –segmentos- de nuestras vidas.
Nos encontramos ante una tecnología de lo integral: digitalización integral del mundo (mano invisible automatizada, interpretación robotizada, singularidad ontológica, paraíso artificial sin intermediarios institucionales), ejerciendo su poder en distintos niveles: iniciativo, prescriptivo y coercitivo –controlocracia-. En algún país ya se cuenta con un ministerio de la IA –Emiratos Árabes Unidos- y en otro (China) con el crédito social –administración automatizada de las conductas: monitoreo algorítmico-.
¿Nos hallamos, pues, ante un manifiesto conflicto de racionalidades? He aquí la cuestión. Como parece ser que sí, se trata de poner frente a frente, por un lado, al antihumanismo radical (tecnologías disruptivas) anteriormente aludido y, por el otro, al surgimiento de otros contra-imaginarios, que implican una oposición también radical: política de legítima defensa contra una obsolescencia humana programada (humanos completamente desvalidos, superfluos). Asistamos con pensamiento crítico a esta confrontación a fin de no dejarnos llevar fácilmente por ciertas fraseologías engañosas de uno u otro tipo –seamos actores de nuestros actos-.
Parece que los humanos estamos tentados a engendrar dobles artificiales –réplicas– de nosotros mismos. Nos centramos para ello en nuestras facultades superiores: las cognitivas. Dado que gracias a ellas podemos evaluar y tomar decisiones –herramientas de ayuda a la decisión-, constatamos que nuestras réplicas ya gozan de esas capacidades, por lo que poco a poco les vamos cediendo el terreno en una serie de actividades que afectan y condicionan considerablemente nuestras vidas.
Debido a la retroalimentación que obtienen, estas réplicas pueden ir adaptándose a la compleja y cambiante realidad que les posibilita un control pleno. Los inviernos de la IA han dado ya paso a una euforia de perfeccionamiento ilimitado. Ante este panorama, ¿podemos dar carta de naturaleza a la concepción de la tecno-ideología?
La IA es un sistema autoadaptativo/autoemprendedor, que aprende (aprendizaje supervisado, no supervisado, por refuerzo…), gracias a su red de neuronas artificiales, por lo que el margen de mejora es casi ilimitado –tecnologías de la perfección, autocrecimiento de la técnica, posprogramación: los scrips-. Es un agente computacional autónomo, muy superior en muchas facetas a los humanos.
En donde es posible ver más claramente las diferencias de las dos racionalidades es cuando constatamos la brecha en la competencia conversacional (inflación informacional, neolengua digital/gerencial contemporánea) entre la IA y los humanos. No solamente sabe más que nosotros, sino que nos aconseja, nos guía, nos orienta verbalmente –asistente digital personal: relación hiperpersonalizada e ininterrumpida– en casi todos los aspectos que consideramos de interés para nosotros –el de la eudaimonia (buena vida)-. Así es posible, además, monetizar nuestra atención a favor de un número más bien reducido de humanos.
Igualmente ocurre, cuando ponemos juntas la aletheia algorítmica –sistemas aletheicos-, gracias a una IA basada en pruebas –sin posibilidad de escape: saber absoluto, omnisciencia, divinidad, error cero, verdad despótica, leviatán algorítmico, racionalidad extrema automatizada-, frente a la verdad humana, con los vaivenes históricos –con las vulnerabilidades consustanciales a la existencia- que le han servido de columna vertebral hasta nuestros días.
Asistimos así a una nueva asimetría radical de verdades que acabará manifestándose ulteriormente como un poderío supremo del poder-kairos, caracterizado por su omnisciencia y omnipresencia, frente al poder manifiestamente limitado de los humanos.
La IA, aplicada colectivamente, organiza bien todo, genera dividendos y da a cada uno lo que desea: buena gestión algorítmica de los asuntos comunes, sin proyectos divergentes. Los humanos, en cambio, mostramos nuestra voluntad de encontrar otros modos distintos de existencia que nos puedan enriquecer: apreciamos la diversidad –el canto de las divergencias– y la inclusión, tratamos de defender activamente lo real –experimentamos-.
Pienso que con lo comentado ya es suficiente para estimular nuestra curiosidad, a la par que para poder juzgar, con conocimiento de causa, sobre un tema apasionante y condicionante de nuestras vidas, la IA. Leamos la obra. Después, valoremos adecuadamente lo leído. Seamos ante todo y sobre todo humanos, a ser posible lúcidos y críticos.