Planeta silencioso

Goulson, D. (2021/23). Planeta silencioso. Las consecuencias de un mundo sin insectos. Barcelona: Crítica.

Portada del libro

Este profesor de biología, bien conocido a escala internacional, parte, como cabía inferir, de un hecho bien constatado: el cambio climático, que supone una real amenaza de destrucción de nuestro planeta enfermo. Dado que los humanos formamos parte de la naturaleza y, por tanto, somos esencialmente naturaleza, no debiéramos contribuir más a su aniquilamiento, pues de esa forma llevamos a cabo, por pura lógica, el propio.

Pero, nos podemos con toda razón preguntar: ¿y qué papel desempeñan en todo esto los insectos? El objetivo del libro es justamente ofrecer una respuesta, desde la buena ciencia, a esta cuestión, que como tendremos oportunidad de comprobar con su lectura es tremendamente relevante para nuestro planeta y, por ende, para nosotros mismos: son esenciales para nuestra supervivencia. Comencemos, pues, sin más demora el oportuno aprendizaje que nos conducirá del temor –el miedo- al amor por estas criaturas fascinantes e inteligentes.

 Lo primero,  el oportuno breve resumen filogenético, gracias al cual se nos desvela la acción a ciegas de la evolución durante milenios: ventajas del surgimiento de las alas, las metamorfosis –de oruga a mariposa, de gusano a mosca-, las migraciones, la formación de sociedades –el superorganismo- con su correspondiente especialización.

Para hacernos una idea comparativa: por cada humano hay aproximadamente un millón de hormigas. En cuanto a peso: equivalencia plena en los totales (humanos/hormigas). Vemos, en consecuencia, que no podemos competir en cantidad, pero ¿qué ocurre en cuanto a la importancia?

Si se extinguiera la humanidad, es probable que el planeta se pudiera regenerar. No ocurriría lo mismo si los insectos desaparecieran. Revelador, ¿no? ¿Qué les sucedería a los insectívoros si desapareciera su fuente de alimentación?

En la actualidad, en torno a un 80% de la población humana mundial consume insectos –de forma directa- y sin duda bastante más cuando también tenemos en cuenta la forma indirecta: a los propios insectívoros. A esto hemos de añadir la función esencial de la polinización zoófila. Sin ella nuestra calidad alimenticia disminuiría. También ahora se ha comenzado a utilizar la bioprospección: la búsqueda de  componentes químicos de los insectos para su uso en nuestros medicamentos.

Con esta nueva perspectiva en mente –centrarse ante todo y sobre todo en las funciones beneficiosas: son polinizadores, recicladores y nos sirven de alimento-, tal vez nos acerquemos a una visión bastante más realista de lo que son y suponen los insectos. Incluso,  a partir de ella, ya podemos considerarlos como criaturas maravillosas.  De hecho, sin ellos el mundo se nos vuelve inhóspito –triste, empobrecido- e injusto.

La dura realidad de nuestros días –el Antropoceno– nos muestra que se está acelerando la desaparición de la biodiversidad. En el caso de los insectos, constatamos que han sufrido un claro declive: están despareciendo a gran velocidad –tanto en número como en su distribución-. ¿Eso es lo que queremos realmente dejar en herencia planetaria a nuestros descendientes?

Lamentablemente, somos víctimas del denominado síndrome de las líneas de base cambiantes: aceptamos como normal el mundo que nos ha tocado vivir, sin ser conscientes de los cambios graduales negativos –pérdidas- que lo hacen diferente al de generaciones anteriores (amnesia generacional).

Si queremos de verdad prevenir, necesitamos conocer las causas del declive vertiginoso (del apocalipsis de los insectos). Aunque no contamos con una teoría sólida al respecto, sí se han encontrado ya ejemplos –factores antropogénicos estresantes– que, interactuando (ciclos de retroalimentación positiva), inciden en la progresiva disminución (cascada de extinciones,  reducción de la diversidad botánica):

a) la pérdida del hábitat natural, su hogar, sustituido por los hábitats antropogénicos (ecocidio); b) los pesticidas que ponen en peligro la vida silvestre (tierra envenenada): insecticidas (neonicotinoides…), herbicidas (glifosato…) y fungicidas-; c)  los fertilizantes con sus consecuencias devastadoras –su lado oscuro menos investigado y divulgado-; d) y, por supuesto, el cambio climático (con el aumento de unos desastres naturales que conllevarán muchas pérdidas de vidas humanas y sin duda de insectos), entre otros muchos factores (contaminación lumínica, traslado de animales y plantas a otros lugares distintos a sus hábitats naturales –especies alóctonas/invasoras-…).

Si los humanos surgimos de la naturaleza, en ella vivimos y a ella volveremos desintegrados, más nos valdría cuidarla –mimarla (huertos/jardines urbanos: comunidad vegetal natural),  agricultura ecológica…– para que no acabemos convirtiéndola en tierra inhóspita (inhabitable: Armagedón medioambiental). Si así ocurriera, nuestro porvenir puede llegar a ser cualquier cosa –muertes por desesperación– menos halagüeño. ¿Dónde está nuestra inteligencia y nuestro amor cuando más los  necesitamos?

Todos podemos hacer algo. Ante todo concienciación y aprender a vivir en armonía con la naturaleza. A la par, realizar acciones consecuentes: naturaleza por doquier –medioambiente sano, libre de pesticidas-. Con un objetivo claro: comportamientos –buenas prácticas– siempre en beneficio de los insectos, de nosotros mimos y de nuestro planeta.

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