McIntyre, L. (2018). Posverdad. Madrid: Cátedra.
¿Son incompatibles la ciencia y la posverdad? Esta es la cuestión a la que se tratará de dar respuesta documentada en esta pequeña obra (189 páginas), muy centrada en el contexto estadounidense, manifiestamente divulgativa y escrita por el filósofo y profesor de la Universidad de Harvard, McIntyre.
Hay un acontecimiento especialmente significativo: este vocablo –posverdad- se hizo de dominio público muy recientemente, como lo atestigua el hecho de que en el 2016 los diccionarios Oxford la declararan palabra del año. ¿Significa esto que con anterioridad no habíamos asistido a los fenómenos connotados y denotados por ella? En modo alguno.
Ante todo, hemos de preguntarnos por el significado de posverdad. Hace referencia a cierta supremacía ideológica, gracias a la cual se trataría de obligar a los demás a creer en algo, más allá de si los hechos respaldan o no tal creencia. Se crearán, si fuera preciso –si la causa ideológica o de intereses políticos, religiosos o económicos lo requieren-, los ya bien conocidos por la opinión pública como hechos alternativos (selección de algún dato –o invención del mismo- que apoya la propia posición, en detrimento de los hechos que patentemente la contradicen).
Para comprender este Zeitgeist, este estado actual de la situación, hemos de detenernos en algunos fenómenos relevantes. Por un lado, el negacionismo científico. Se han de elaborar estrategias (por ejemplo: las que usaron las tabacaleras para mantener su próspero negocio o las empleadas frente al cambio climático a fin de conservar los beneficios económicos de algunos oligopolios) para ocultar los consensos mayoritarios de los científicos sobre la relación tabaco/cáncer o la influencia antropogénica en el cambio climático. Con este objetivo en mente, han desempeñado un papel importante diversos think tank (centros de pensamiento con marcada orientación ideológica), minimizando o tergiversando en sus informes el impacto de las conclusiones bien fundadas de las distintas disciplinas científicas, a fin de dar cobertura a la alternativa ideológica a la que sirven y cuyos intereses pueden verse condicionados negativamente por la verdad científica, por los hechos y las teorías bien fundamentadas. Por otro lado, las corrientes posmodernistas (primero desarrolladas por las izquierdas y después utilizadas sin escrúpulos por las derechas) también han contribuido al fomento del escepticismo e incluso a la lucha fervorosa contra la verdad científica. No existe tal cosa, dicen: la verdad objetiva. No hay, por tanto, una única narrativa. Es necesario un proceso total y global de deconstrucción, llevado a cabo para las distintas materias (estudios de la ciencia; expertos fuera de la academia; falsas equivalencias), de forma que se acabe con el monopolio “ideológico” de los investigadores, de los científicos, de los académicos, pues su objetivo final (encubierto) es el poder, el dominio sobre el resto de los humanos. El posmodernismo es, en consecuencia, el padrino de la posverdad.
Pero no sólo el posmodernismo o el negacionismo han constituido el propicio caldo de cultivo para el florecimiento presente de la posverdad. El conocimiento moderno de los sesgos cognitivos (efecto Dunning-Kruger; sesgo de confirmación…), puesto de manifiesto por disciplinas como la psicología y que ha contribuido sin duda a un mejor y más completo conocimiento del homo sapiens, ha sido manipulado y explotado ex profeso por los “amantes” de la posverdad para promover determinadas ideas, creencias o ideologías, desacreditando cualquier otra fuente de información que no sea la que se corresponde con sus propios hechos alternativos (silo informativo, razonamiento motivado…). En esta misma línea de argumentación hay que incluir: a) el declive de determinados medios de comunicación tradicionales –prensa de prestigio– ; b) el auge de las redes sociales, lugares propicios para explotar nuestra ignorancia y nuestros sesgos cognitivos por quienes dominan su funcionamiento y defienden sus lucrativos e ideológicos intereses; y c) las falsas noticias (fake news), presentes incluso durante la revolución científica y la Ilustración. A las falsas noticias digitales se las podría considerar, al menos en parte, como las herederas de la prensa amarilla. Han pasado de ser cibercebo a desinformación, al amparo del beneficio económico, político e ideológico. Hay personas que mienten y a las que se les miente. En ambos casos, la que sufre es la verdad.
Ante esta situación, ¿es posible algún tipo de contraataque (contranarrativa) en esta sociedad posfáctica, dada la manifiesta incompatibilidad entre la ciencia y la posverdad? Aunque es un asunto de vital trascendencia, no contamos con herramientas suficientemente bien desarrolladas. Sólo son posibles ciertas sugerencias de carácter general: desafiar los intentos de oscurecer los hechos (afirmando la falta de relación entre vacunas y autismo, por ejemplo), luchar contra las manifiestas falsedades con información refutadora (sí hay relación entre ciertos tipos de actividad humana y cambio climático), asumir que nosotros, debido a nuestros sesgos, también podemos ser víctimas de la posverdad (combatirla dentro de nosotros mismos, siendo más escépticos o luchando contra el sesgo de confirmación –más y mejores fuentes de información-; uno tiene sus opiniones, pero no sus hechos; es necesario huir del pensamiento mágico). La ciencia, pues, tiene aquí trabajo específico que hacer (muy especialmente la psicología), además del ya clásico de proporcionarnos el conocimiento objetivo de la realidad.