La red oculta de la vida

Sheldrake, M. (2020). La red oculta de la vida. Cómo los hongos condicionan nuestro mundo, nuestra forma de pensar y nuestro futuro. Barcelona: Planeta

Portada del libro

En este apartado de recensiones hemos seleccionado libros relevantes sobre bacterias y virus, pero hasta ahora ninguno sobre hongos (más del 90% sigue sin clasificar). Parece llegada la hora de suplir esta carencia, más cuando el autor ya en la dedicatoria muestra su agradecimiento a éstos de los que tanto ha aprendido y sobre todo si tras la lectura comprobamos que nos pueden modificar la forma de ver el mundo que nos rodea (una visión más cercana a la realidad cambiante, pues todas las formas de vida son procesos más que cosas).

Tienen la llave para entender nuestro planeta (las relaciones micorrícicas han incidido considerablemente en la evolución del clima y de la vida en la tierra) y nuestras formas de pensar, sentir y comportarnos. Nos desengañan de nuestras ideas preconcebidas, provenientes sobre todo del punto de vista tan casi exclusivamente centrado en el cerebro o incluso en el centrismo vegetal: el mismo hongo, la misma planta, en cada marco diferente establecen relaciones dispares, con resultados distintos. Magnífica lección de realidad diversa.

Todos vivimos y respiramos hongos. A nivel molecular los hongos y los humanos son bastante parecidos. Ahora estamos empezando a comprender las complejidades y sofisticaciones de los hongos (las redes de micelio: la computadora fúngica, con sus procesadores elementales y sus puertas de decisión, surgiendo a partir del enmarañamiento de las hifas). Somos ecosistemas que rebasan fronteras y rompen categorías.

Mantenemos una considerable dependencia de los hongos, en tanto regeneradores, recicladores y tejedores de redes que unen mundos, aunque la comunicación química entre ellos todavía no nos sea plenamente conocida y sus sistemas de reproducción sean todavía idiosincráticos.

La relación o simbiosis (rasgo omnipresente de la vida: microbioma, nanobioma, picobioma –intimidad de los desconocidos-) entre hongos y plantas dio lugar a la biosfera, gracias a la cual podemos vivir en la tierra. Las plantas tienen vida social gracias a los hongos (nueva visión centrada en éstos; Wood Wide Webs). Más del 90% de todas las especies de plantas dependen de los hongos micorrícicos.

Los hongos nos pueden enseñar más de lo que nos imaginamos sobre el mundo  complejo que nos rodea y en el que ha tenido lugar la vida (las levaduras nos han domesticado -culturas micofílicas y micofóbicas-).  De hecho, de la eficiencia de las asociaciones micorrícicas depende en buena medida la salud y el bienestar de la humanidad.

Así, tal vez haya llegado el momento de vernos y examinarnos como holobiontes (reunión de organismos diferentes que se comportan como una unidad –sistemas adaptables complejos-), es decir, como organismos simbióticos (virus, bacterias y hongos forman parte esencial de nuestro organismo, de nuestro yo y de nuestras relaciones con nuestro entorno). La disciplina encargada de este nuevo campo, la neuromicrobiología, pone el foco justamente en la interacción entre la flora intestinal y el cerebro: el eje microbioma-intestino-cerebro.

Aparte de estos asuntos nucleares, que son trascendentales para nuestro verdadero ser en el mundo, también sabemos que las setas psilocibinas han estado condicionando (manipulación fúngica) el comportamiento de seres vivos a lo largo de los siglos y, por supuesto, en la actualidad: el impacto de estas setas en nuestros pensamientos y creencias es considerable.

Además, hoy en día, más allá de nosotros mismos, los mohos mucilaginosos se están utilizando para calcular las mejores salidas de un edificio en caso de incendio o para resolver problemas matemáticos o para programar robots. El nuevo mundo de la micofabricación (más allá del de la micorremediación) ya está manifiestamente entre nosotros (tecnologías micológicas, soluciones fúngicas).

Aquí y ahora tal vez sea preciso recordar que nuestro yo necesariamente se ha de definir y comprender, científicamente hablando, como yo y mis circunstancias, estando entre ellas las bacterias, los virus y, en estos momentos, también los hongos, según se encarga de poner de manifiesto, de forma bien documentada y gratamente, el autor de esta obra. La ciencia de redes es pues ineludible. Bienvenidos a esta nueva visión, gracias a la cual –a su concepto clave: a la red oculta de los hongos– podremos hacer frente de forma más eficiente –más saludable-  a los riesgos venideros –como especie- y a los del planeta en el que habitamos, muy dependiente de nuestras –responsables o irresponsables- conductas. La micología ciertamente está todavía en su fase embrionaria. La lectura de esta obra cobra por ello especial relevancia.

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