El arcoíris de la evolución

Roughgarden, J. (2013/21). El arcoíris de la evolución. Diversidad, género y sexualidad en la naturaleza y en las personas. Madrid: Capitán Swing.

Si nos hacemos la pregunta sobre qué nos puede decir la ciencia del siglo XXI sobre las cuestiones más trascendentes del sexo y el género y sus derivados –roles sexuales y de género, estereotipos sexuales y de género o asimetrías sexuales y de género- tal vez haríamos bien remitiéndonos a esta obra –un clásico de la biología evolutiva-, que ha visto la luz en castellano recientemente (2021).

La tesis defendida con poderosos argumentos, bien fundamentados en datos, es la de la diversidad inclusiva en las complejas realidades sexuales y de género: el arcoíris de la evolución. Un nuevo enfoque transformador a la par que desestabilizador, que va más allá de la visión  de los machos dominantes y las hembras sumisas. El sexo es básicamente cooperativo: un pacto para compartir la riqueza genética. Los arcoíris biológicos son universales: abarcan a todos los seres vivos –en biología, la naturaleza aborrece las categorizaciones-. Sobre esta base se propone la construcción de la Estatua de la Diversidad, a semejanza de la Estatua de  la Libertad, que posibilite hacer bien visible tanto la diversidad biológica como la cultural –y que sirva de icono también contra la patologización de la diversidad y la obsesión de curar-.

Siguiendo este camino nos encontramos, dentro de la ciencia, con que el tamaño de los gametos –muy grandes en las hembras y muy pequeños en los machos-, más que el dimorfismo aparente, es el rasgo que mejor define la condición de machos y hembras. A  partir de aquí da comienzo la diversidad y con ella la puesta en duda de muchos estereotipos –sistemas de creencias- todavía hoy vigentes: dos sexos luego dos géneros, manifiestos tamaños –y apariencias- distintos para cada dimorfismo, por sólo citar dos de ellos. La diversidad da cuenta de las intersexualidades –genital y gonadal-, de los hermafroditismos secuenciales,  simultáneos y entrecruzados, de los cambios de sexos más frecuentes de lo en un  principio imaginado, lo que supone un patente estilo sexual flexible.

Cualquier categoría biológica pone de manifiesto un arcoíris de diversidad, inmerso en otros arcoíris, en una secuencia sin fin. En este contexto, la inversión de roles sexuales es posible y se constata que se da. Los distintos tipos de poder y las formas de ejercerlo son también muy variadas entre las diversas criaturas de nuestro planeta. Hallamos cifras de monogamias –económicas, reproductivas- muy distintas en aves (en torno al 90 por ciento)  y en mamíferos (sobre un 10%). Es fácil de comprobar versiones distintas de poliginia y poliandria en la naturaleza y también de sesgos reproductivos.

Las sociedades biológicas son, pues, muy diversas y se manifiestan como sociedades multigénero: dos machos y una hembra, machos de tres géneros, tres machos –controlador, evasor y cooperador- y una hembra-, dos machos y dos hembras –cuatro géneros-, tres machos y dos hembras – cinco géneros-. A la luz de estos hechos, no parece que se pueda mantener en pie el modelo universal de macho o de hembra.

El análisis bastante completo de los seres vivos nos muestra cada vez con mayor contundencia la biodiversidad y más específicamente la biodiversidad sexual y de género. El clásico recurso a un predeterminado tipo de naturaleza –de machos y hembras, varones y mujeres-, como fuente de comportamientos naturales puede producir ahora, gracias a los conocimientos científicos, un manifiesto efecto bumerán.

Esta obra en modo alguno pretende decir la última palabra, ni siquiera en lo tocante a la propia biología evolutiva. Sí deja constancia del marco conceptual básico del que parte y que vertebra todo el volumen: la base asociacionista de las células –las relaciones cooperativas, la selección social inclusiva, la interdependencia genética, la interacción gen citoplasma-.

Desde aquí son posibles nuevos enfoques –desde ACIPE defendemos y apoyamos las disciplinas de la  sexología y la generología, diferenciando la buena ciencia (los hechos son susceptibles de falsación) del activismo-, que se hagan eco de la importancia de tener en cuenta precisamente esa diversidad sexual y de género frente a roles, estereotipos y asimetrías que reducen la diversidad a dos únicas categorías. Queda todavía, en consecuencia, mucho camino por recorrer. Lo que sí podemos ya decir es que el principio de la diversidad nos hará personas más libres y más generosas –más sociables y cooperativas-, en lo tocante a las complejas realidades sexuales y de género.  Bienvenidas, pues, todas las personas a la diversidad inclusiva. Para captar su pleno sentido necesitamos que nuestra mente sea abierta, dispuesta a aprender y a actuar en consecuencia.

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