Hansson, B. (2021/22). Cuestión de olfato. Historias asombrosas sobre el mundo de los olores. Barcelona: Crítica.

Quién mejor que este bien conocido -a escala internacional- neuroetólogo para proporcionarnos una base científica sobre dos realidades estrechamente relacionadas. Por un lado, los más diversos tipos de sabores y olores (información química) –el dulce aroma de la magdalena proustiana- y, por otro, los sistemas de detección –receptores (unos 400 en los humanos)- y de procesamiento de la información –glomérulos, amígdala, hipocampo…-, dando así razón de ser de importantes vivencias y recuerdos de cada vida–En busca del tiempo perdido-. Estamos ni más ni menos que ante el fascinante mundo de los olores.
El olfato es de vital trascendencia no sólo para los animales –incluidos los humanos-, sino también para las plantas –mensajes químicos de atracción para su polinización, de advertencia ante peligros inminentes o de auxilio a los enemigos naturales de sus atacantes (compuestos orgánicos volátiles)-. Unos –animales- y otras –plantas- dependen en buena medida de la información olfativa para su supervivencia y reproducción, las dos funciones más importantes, evolutivamente hablando, para un ser vivo.
Si nos detenemos en los animales, constatamos que el sistema olfatorio presenta una estructura muy parecida: fase de entrada (antenas o nariz), fase de conducción o transmisión (neuronas olfativas sensoriales) y fase de procesamiento de la información (cerebro: bulbo olfatorio para los animales vertebrados o lóbulo antenal para los artrópodos, además de otras áreas cerebrales -amígdala, hipocampo, cortezas…).
Cuando la comunicación se realiza intraespecie, hablamos de feromonas, cuando se lleva a cabo en el ámbito de las interespecies entonces nos referimos bien a las cairomonas, que benefician a los receptores, o bien a las alomonas, que favorecen a los emisores (atracción o defensa). Si son favorables para ambas partes nos hallamos ante las sinomonas –círculos claramente virtuosos en este último caso-.
Desde un punto de vista histórico podemos afirmar con rigor que lo mismo que ha disminuido y sigue disminuyendo la biodiversidad en el Antropoceno, también se han ido simplificando los aromas y el paisaje de olores ha experimentado una drástica transformación –debido a conocidas actividades humanas-,que afecta considerablemente a las plantas, a los insectos –la cantidad (pérdida) y su distribución (expansión)- y a los animales, incluida por supuesto la propia especie humana.
El sentido del olfato nos ayuda, por tanto, a interpretar el mundo químico circundante. Nuestra vida depende, mucho más de lo que nos podemos imaginar de este contexto –la nariz todavía sigue siendo hasta cierto punto un enigma-, afectando a nuestra nutrición, seguridad y calidad de vida –imprescindible para nuestra supervivencia-. Perder el olfato –anosmia o parosmia- nos hace sentirnos ciertamente perdidos. Este sentido, pues, no es en modo alguno trivial.
Buena parte de las viejas creencias sobre los olores y el olfato van paulatinamente quedando refutadas, gracias a los resultados de multitud de experimentos con los que ya contamos. Así podemos decir que para los pájaros, en contra de lo históricamente pensado, sí son muy útiles los olores y el olfato: para su orientación en el espacio, sus relaciones con sus congéneres o algunas de sus discriminaciones vitales (familiares, parejas).
La mayoría de las decisiones importantes de las vidas de todo tipo de criaturas –perros, pájaros, peces, ratones, polillas, moscas, escarabajos, cangrejos…-, incluidas también las plantas, a lo largo de su existencia –desde el nacimiento hasta la muerte-, vienen condicionadas por los olores: oler para sobrevivir y reproducirse, sabiendo que cada especie cuenta con su propio idioma olfativo.
Dentro del Antropoceno constatamos que nuestra forma descuidada de vivir la existencia, por lo que atañe a su repercusión en el medio ambiente –la basura arrojada a los océanos, por ejemplo-, tiene manifiestas consecuencias negativas –en función de los olores- para los peces y las aves, que a su vez afectan muy perjudicialmente a nuestra salud y a nuestra supervivencia –preocupante sin duda círculo vicioso-.
Dados los conocimientos actuales sobre olores y olfato y sus implicaciones –relativamente positivas (estrategias de tipo push-pull) y también relativamente negativas (impostores perfumados), en función de quién es el objeto/sujeto de estudio en cada caso- tanto para las plantas como para los animales e incluso nuestro planeta, ¿qué escenarios futuros cabe imaginar? ¿A qué huele el futuro? ¿Podremos contar con buenas narices electrónicas?
De momento, estamos seguros de que: a) no sabemos por ahora cómo transmitir la información olfativa mediante la tecnología –saludable humildad científica-; b) pero sí podemos inferir que se inventarán nuevas mezclas de olores, que posibilitarán ganancias millonarias, predicciones que, gracias a su buena fundamentación científica, tienen altas probabilidades de cumplirse.
Ante este panorama, parece oportuno intentar prevenir –importancia de la diversidad semioquímica: mezcla estratégica de olores (de nuevo los círculos virtuosos)- antes que remediar –ser víctimas directas o indirectas- por lo que al manejo de los olores se refiere. Si es así, leamos para remediar, prevenir y optimizar. Los futuros de plantas, animales y planeta nos lo agradecerán.