Sauvage, J.-P. (2022). La elegancia de las moléculas. La belleza de la química a través de las preguntas de la existencia. Barcelona: Plataforma Actual.
Hace bien el autor, Premio Nobel de Química (2016), en destacar desde un primer momento que la química es la gran desconocida de las ciencias fundamentales, pese a su relevancia para nuestra existencia, dado que su objetivo lo constituyen los componentes -ingredientes- básicos de la vida, con una verdad contraintuitiva incluida: un organismo vivo está formado por moléculas desprovistas de toda vida (como espectáculo contraintuitivo: la fotosíntesis -cianobacterias, fotosíntesis vegetal-). Veremos pues aquí la belleza de la química en todo su esplendor, al darnos a conocer el vínculo –pasarela– entre moléculas y vida.
De ahí la pregunta esencial: ¿qué da vida a la vida? Los humanos, pésimos demiurgos, todavía seguimos sin ser capaces de crear vida en los laboratorios, pese a los intentos por lograrlo. ¿Seremos al menos capaces de conseguir imitarla? Esta es la cuestión a la que se va a intentar dar respuesta en este libro, centrado en la ciencia de las moléculas (propiedades moleculares, reacciones químicas…). Resulta pertinente asimilar críticamente –hueco a la razón– los contenidos de este volumen, con el fin de estar mejor informados y poder decidir mejor sobre nuestro futuro.
El objetivo básico del químico/a (de síntesis) es la síntesis, debida bien preferentemente a su imaginación o bien a la imitación de una ya existente en la naturaleza. Sus campos: la química inorgánica y la orgánica, siendo conscientes de que las moléculas de la biología pueden ser obtenidas a partir de moléculas minerales. Adiós, pues, a las teorías vitalistas. Viva la vitamina B12, como un buen ejemplo ilustrativo de lo realizado en esta área específica de conocimiento: la síntesis molecular.
A inicios de la tercera década del siglo XXI conocemos la sinfonía de la naturaleza (sea el de la fotosíntesis o el de las reacciones químicas en el corazón de la ATP sintasa), pero lo más que podemos hacer es silbarla. No somos capaces de su completa reproducción. Se nos resiste, en consecuencia, la plena comprensión de la vitalidad química, aunque seamos capaces de fabricar –sintetizar– moléculas que pueden imitar procesos biológicos importantes.
Entramos así de lleno en la química supramolecular que nos desvela las propiedades inéditas surgidas gracias a los enlaces débiles. En este contexto es prescriptiva la alusión a los criptatos (uno de los inventos más importantes del siglo XX), que son materiales cristalinos sintéticos capaces de captar electrones –trampas para electrones-, con importantes aplicaciones en diversos ámbitos (médico, farmacéutico, industrial…). La química posibilita, de este modo, fabricar infinidad de moléculas (antibióticos, antiinflamatorios, materiales para la informática…), de enorme utilidad para nuestras vidas.
Un núcleo fundamental de preocupación en el mundo de los químicos/as es sin duda el de la ruptura fotoquímica o fotólisis del agua por vía molecular. Su reproducción en el laboratorio proporcionaría las bases teóricas de una emancipación de los hidrocarburos, allanando el camino así para una energía limpia y cuasidefinitiva. Si bien las semillas han sido plantadas, se niegan, de momento, a germinar. Todavía, pues, hemos de esperar para lograr ver hecho realidad este hermoso sueño.
La investigación ha de seguir en el nuevo campo de estudio de los anillos entrelazados y nudos moleculares –nanométricos– hasta conseguir la pertinente carta de nobleza académica (catenanos –máquinas moleculares: nanorobots–). La motivación ha de ser la misma: afrontar un desafío ambicioso esperando obtener al final un objeto molecular con propiedades inéditas y apasionantes. Pensando en la vida, tenemos ya los ingredientes, ahora nos falta la receta: una buena estrategia de síntesis.
Al autor no se le olvida echar una ojeada al lado más oscuro de la química (que es la ciencia que establece un puente entre las leyes del universo y las reglas de la vida): el que puede constatarse en patentes ejemplos dentro de la industria química (su nefasta contribución -mal uso o abuso- al considerable deterioro medioambiental de nuestro planeta: fertilizantes, pesticidas…), con un objetivo claro: que la cultura científica se sobreponga a la incultura o al virus –pandémico– de la irracionalidad, que se extiende por doquier. Nos encontramos ante una obra muy breve -no llega a las 200 páginas, bien escrita, que da cuenta tanto del proceso investigador -muy útil para quien se inicia en la investigación en cualquier campo del saber-como de sus productos –de enorme utilidad existencial (no importa lo que haya que esperar para ello)- y que han dado lugar, como cabía imaginar, a un reconocimiento mundial de su autor como científico Nobelizado. ¡Ahí es nada!