Libro muy recomendable para los psicólogos/as educativos, sean éstos académicos o profesionales. ¿somos todos enfermos mentales? Allen Frances. Editorial Ariel, 2014.
Se trata del libro del Presidente del Comité del DSM IV Allen Frances, autoridad donde las haya en el estudio y el diagnóstico de enfermedades mentales. El título es una interrogación, ¿Somos todos enfermos mentales?, que no deja lugar a dudas de su verdadera intención: poner de manifiesto los abusos hallados en el DSM-5. Está traducido en la editorial Ariel (2014).
Y ¿por qué puede ser útil para nosotros, los psicólogos educativos? Pues porque, generalmente, investigamos y trabajamos (realizamos evaluaciones en los centros docentes), asumiendo como “verdadero” lo que en este manual se dice. El autor, nada más comenzar su obra nos lanza la primera advertencia: “…no fuimos capaces de predecir ni prevenir tres nuevas falsas epidemias de trastornos mentales infantiles…”. ¿Se puede imaginar el lector a cuáles se refiere este profesor universitario? Es probable que sí, pues nos encanta hablar de ellas en nuestras clases: autismo (nos gusta todavía más decir espectro autista y, probablemente, con razón), déficit de atención (nos encanta mucho más –está más de moda- el TDAH) y tal vez, en menor grado, el trastorno bipolar infantil. Respecto del TDAH afirma que se ha hecho omnipresente en las revistas, en televisión y en las consultas de pediatras (y de los psicólogos añado), por lo que se puede decir que ha nacido una epidemia inesperada, triplicándose los índices TDAH. Buena parte de este incremento, según constata, es el resultado de falsos positivos, “a los que les iría mucho mejor sin ser diagnosticados”.
El problema, que sirve de hilo conductor a lo largo del libro, es que el uso y abuso de diagnósticos vagos supone una sobredosis de medicación, por lo que llega a comparar a las compañías farmacéuticas con los cárteles de la droga (tal vez, desde mi punto de vista, haya cierta exageración o falta de precisión). Lo que sí comparto plenamente es su aseveración de la euforia (o inflación) diagnosticadora de nuestros días y que, cómo no, nos acecha por doquier (de hecho, según afirma: es la clave del éxito). Prefiero a este respecto, e igualmente comparto, la sabiduría hipocrática, a la que él también alude: es mejor saber qué tipo de persona padece una determinada enfermedad que conocer qué clase de enfermedad padece una persona (en sus justos límites, obviamente, y siempre manteniendo un equilibrio). Pero la crítica no para aquí. Afirma que “el DSM-5 era demasiado importante para dejarlo en manos de un grupo de expertos bienintencionados pero equivocados”. Ciertamente, qué mal hace el “experto” bien intencionado. Debiéramos preferir quizá al mejor formado. Me recuerda esto, no puedo evitarlo, a otro libro de Mulet (2015) sobre la “medicina sin engaños: todo lo que necesitas saber sobre los peligros de la medicina alternativa” (lo recomiendo: está publicado en Destino). La fe es buena para la religión, pero muy mala para la ciencia.
Conviene, pese a lo dicho, no creer que el autor rechaza de plano todo tipo de diagnóstico, pues con total asertividad declara que “cualquiera de los extremos es igual de peligroso: un concepto expansivo de trastorno mental que elimine la normalidad o un concepto expansivo de normalidad que elimine el trastorno mental”. De hecho hace referencia a dos conceptos que hemos repetidamente explicado en nuestras clases, referidos a los tests: los de especificidad y sensibilidad, a fin de controlar los posibles falsos positivos y falsos negativos, según carguemos demasiado las tintas –sesgo, no equilibrio- en cualquiera de ellos a expensas del otro.
Por si con lo dicho, todavía no ha quedado claro por qué debería ser útil la lectura de este libro para los psicólogos/as educativos, el autor, a mediados de su obra, ya nos lo aclara: “Las prestaciones escolares deberían basarse en necesidades académicas, no en un diagnóstico psiquiátrico”. Podía haberlo dicho extendiéndose más, pero difícilmente lo habría dicho mejor