Wilson, E.O. (2019/20).- Génesis. El origen de las sociedades. Barcelona: Drakontos.
Si hay algo que no es necesario hacer en esta ocasión, es justamente la presentación de su autor, dado su merecido reconocimiento internacional. Se pregunta desde el primer momento sobre qué somos, qué nos creó y qué queremos llegar a ser. No se encuentra satisfecho con las respuestas provenientes de las religiones y confía en lo que nos puedan aportar campos científicos como la paleontología, la antropología, la psicología, la biología evolutiva y la neurociencia. Desde su atalaya privilegiada de investigador muy productivo a lo largo de muchos lustros, de sus dos premios Pulitzer y de ser uno de los grandes maestros de la Nueva Síntesis, nos ofrece una brevísima obra (obra de síntesis), a fin de dar respuestas (científicas), en su conjunto, a las tres grandes cuestiones antes planteadas.
Su punto de partida: lo que él denomina certeza casi absoluta. Todas y cada una de las partes del cuerpo humano y de la mente tienen una base física que cumple con las leyes de la física y la química. Todas ellas se originaron mediante la evolución por selección natural, que es multinivel -individual y grupal-, siendo así que las mutaciones proponen a la par que los ambientes disponen. Nos encontramos ante la evolución de la flexibilidad de los genes, como pone bien de manifiesto el caso del bichir del Nilo, pez capaz de modificar sus patas y su comportamiento en función de las exigencias de adaptación a dos ambientes muy diferentes: la tierra o el agua.
¿Cómo es posible llegar con rigor a dicha certeza? Un primer requisito es el repaso a las grandes transiciones de la evolución: el origen de la vida, células complejas (eucariotas), reproducción sexual, organismos compuestos por múltiples células, sociedades y lenguaje. El segundo es enfrentarse al dilema de las grandes transiciones: es necesaria la existencia de un altruismo en niveles inferiores para alcanzar los altruismos superiores, salvando así un aparente dilema paradójico para la propia selección natural.
De esta forma, es posible saltar al tercer requisito, centrado en el principio universal de modularidad: división de los sistemas biológicos en grupos semiindependientes pero cooperadores. La modularidad es la precursora de la cooperación y de la división del trabajo. Ya estaríamos así a las puertas de la eusocialidad: fenómeno poco común y de aparición tardía, filogenéticamente hablando. El origen de esta eusocialidad no es el parentesco cercano, como se ha venido creyendo hasta ahora, sino que éste depende precisamente de la eusocialidad.
Avanzando en los requisitos, nos encontramos con la selección de grupo, en tanto mecanismo explicativo de la eusocialidad. Se trata del hecho de que algunos miembros del grupo pueden acortar sus vidas o reducir su reproducción en beneficio del propio grupo (altruismo), si ello supone ventajas competitivas sobre los grupos competidores. Esto requiere que el comportamiento social avanzado conlleve un cambio fundamental en el propio código genético. En definitiva, la selección de grupo predomina sobre la selección individual. Se genera de esta forma una ventaja para todos los cooperadores, perpetuando así la eusocialidad
Y así llegamos, de la forma más sintética posible, a la aparición de nuestra especie, que ha seguido una ruta ya probada en otros animales eusociales conocidos y que es fruto de la unión de los miembros cooperadores. En el caso de los humanos es el producto debidamente combinado de la cooperación, de las comidas compartidas, de las conversaciones, de la división del trabajo y de la inteligencia social. La selección de grupo, junto a la individual, fue pues clave en el origen de las sociedades humanas. Las interacciones sociales fueron un componente esencial para la evolución cerebral y la más sofisticada inteligencia.
Hasta aquí una síntesis de lo expuesto por Wilson con un lenguaje claro y conciso, que es muy de agradecer. El mayor o menor grado de acuerdo de cada lector con lo aquí por él defendido es otro asunto bien distinto. En todo caso, lo que sí podemos afirmar es que bien merece la pena la lectura de este pequeño (parco en páginas) libro, fruto de la sabiduría consolidada del autor, en su etapa de la senectud.