De ahí que nos detengamos ahora en este pequeño libro titulado The slow professor. Desafiando la cultura de la rapidez en la academia, que viene acompañado de Slow humanities. Un manifiesto, redactado por profesores de la Universidad de Granada. La presentación y la traducción han corrido a cargo de Beltrán Jiménez.
Hay afirmaciones bien fundamentadas que a veces olvidamos, con las consecuencias negativas derivadas de este olvido. Cualquier cultura, enfoque, herramienta humana, por el hecho de serlo, no puede ser perfecta. Caeríamos en un oxímoron. Por eso la ciencia, en esencia, es puro camino que vamos recorriendo al andar –necesaria humildad científica-.
Vivimos ciertamente en un contexto internacional académico en el que se premia ante todo y sobre todo las publicaciones y en buena medida la competitividad (rankings de universidades, de revistas, de libros, de profesores…), que ha dado lugar a lo que ya se denomina como cultura de la rapidez –ethos corporativo de la velocidad, exhibición del ajetreo, distracción-.
Junto a los aspectos positivos, que ciertamente se exhiben en esta cosmovisión -hoy por hoy corriente mayoritaria-, por necesidad lógica –afirmación bien fundamentada- ha de haber aspectos algo menos positivos o negativos, como se encargan de poner de manifiesto las profesoras Berg y Seeber, autoras del libro.
Bienvenida, pues, esta aportación enraizada en el slow movement, pero que va más allá del mismo –extiende sus principios a la academia- hasta lograr una nueva combinación específica de preocupaciones filosóficas, políticas y pragmáticas.
Desde esta perspectiva se aboga por potenciar la pasión y el placer de investigar en sí, dentro de espacios que posibilitan la requerida lentitud –atención-, superando así el clima asfixiante de la competitividad y la rentabilidad –crecimiento patológico-, característico de la universidad corporativa –comparaciones perfeccionistas, capitalismo académico/investigador-.
Este tipo de universidad afecta a la práctica profesional y al bienestar de las personas que trabajan en ella –cultura de la aceptación-. Crea un profesor/a agobiado, supervisado, frenético, estresado y desmoralizado –no place to learn, conocimiento rápido, sin apertura a la alteridad, sin desaceleración del tiempo académico-.
Ante esto, se requiere espacio –entre la torre de marfil y la línea de montaje- y sobre todo tiempo (la velocidad mata: sentimientos de fragmentación frente a tiempo atemporal –bear with us, while we think, ciencia del pensamiento, superación de la enfermedad del tiempo, conocimiento lento-).
Espacio y tiempo para la reflexión, el diálogo y la deliberación –entornos de apoyo, compañerismo-, pues hemos de ser conscientes de que el bienestar del profesorado afecta considerablemente a todo el proceso de enseñanza y aprendizaje. Se suele volar en una clase lenta –valga la aparente paradoja-, sobre todo cuando utilizamos la inteligencia contextual y encarnada, con su correspondiente goce –placer- por lo que se está enseñando y aprendiendo, gracias al desarrollo de las emociones grupales, al contagio emocional positivo.
Nos adentramos de este modo, con esta obra, en una parte de la vida secreta de la academia. Los encomiados valores individualistas y meritocráticos de la actual universidad corporativa dificultan considerablemente la conciencia colectiva del profesorado y el pensamiento crítico –alfabetización crítica-, tan imprescindibles para nuestro bienestar (o bien-devenir) personal, institucional y social.
Esta obra nos posibilita contar con otra perspectiva del mundo académico, distinta de la predominante, a escala internacional. Las al menos dobles perspectivas enriquecen nuestra visión de la realidad estudiada, en este caso el profesorado universitario. Con la aquí presentada y defendida se nos (les) permite disfrutar además de ser productivos. Anímate, pues, a enriquecerte tú, a la par que nos enriquecemos todos y, por supuesto, las sociedades en las que nos está tocando vivir. El futuro muy probablemente será más humano y de mayor calidad productiva, académicamente hablando.