Han, B.C. (2021/22). Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia. Barcelona: Taurus.
Comencemos diciendo que es uno de los filósofos –profesor universitario– más leídos a escala mundial. Es muy probable que la lectura de esta breve obra nos proporcione una buena razón del porqué.
Partimos del régimen de la información –nuestro régimen actual y futuro-, que se define como la utilización de la información y los datos, gracias a algoritmos –inteligencia artificial– que inciden radicalmente en los procesos sociales, económicos y políticos en los que nos hallamos inmersos. De esta forma se produce una vigilancia psicopolítica, a través de los datos –dataísmo, redes abiertas, algoritmos-, de nuestros comportamientos (perfiles de comportamiento), aunando la aparente libertad –sensación de libertad, libertad sentida, libertad de la yema de los dedos- y una real vigilancia.
Para ello todo debe presentarse –ser transparente- como información, de forma que las personas queden atrapadas en esta información –en la prisión digital-, dominadas por ella –por el poder inteligente: por los medios digitales, por los influencers-. La identidad deviene así en mercancía. Con la revolución digital, la persona poderosa es la que manda sobre la información en la red.
Con esta digitalización acelerada de nuestro mundo, las democracias pueden degenerar en infocracias: intercambios de gustos, infoentretenimientos, infodemias. Los medios digitales potencian la sociedad paliativa, produciendo y consumiendo constantemente información: comunicándonos siempre a la búsqueda del atractivo de la sorpresa para sumergirnos en el parmente torbellino de la actualidad –zombis del consumo-. De esta forma, nos podemos olvidar del dolor e incluso de la esencia de la propia democracia, dado el predominio del cortoplacismo y de la consideración de las personas como algoritmos completamente oportunistas (información psicográfica: psicogramas).
Los dark ads (publicidad oscura), las fake news (noticas falsas) contribuyen a la división, a la polarización, envenenando de este modo los discursos y debilitando así la democracia: distorsiones infocráticas de la democracia. En las guerras de la información no son los mejores argumentos los que prevalecen, sino los algoritmos más inteligentes, en medio de una jungla impenetrable de la información: guerra memética. La infodemia es resistente a la verdad, lo que dificulta enormemente la convivencia democrática y la realización personal y social.
La democracia en tiempo real –digital-, vista en su momento como la democracia del futuro, ha quedado reducida a una completa ilusión. El otro está a punto de desaparecer y sin él las opiniones no son discursivas, representativas, sino doctrinarias y dogmáticas. Nos hacemos sordos a la voz del otro, sin dar opción a la racionalidad comunicativa, ocasionando así la desintegración del mundo de la vida a la par que fortaleciendo el universo posfactual de las tribus digitales. Acabamos escuchándonos sólo a nosotros mismos.
Los dataístas asumen que el big data y la inteligencia artificial nos posibilitan una visión global casi perfecta, pues continuamente se están produciendo procesos de optimización para el bien de todos. Se impone, pues, la racionalidad digital frente a la comunicativa, dando de esta forma el paso de la democracia a la infocracia, en tanto posdemocracia digital –minería de la realidad, intercambio eficaz de información, infocracia asada en datos-.
El punto final lo hallamos en el nihilismo del siglo XXI –crisis de la verdad-, que es el fruto de las distorsiones patológicas de la sociedad de la información –se socaba la distinción entre verdad y mentira-. Estamos muy bien informados, pero desorientados. La mercancía sustituye a la verdad. No se concede margen para la parresía valerosa–decir la verdad-, por lo que la circularidad entre la parresía valerosa y la democracia acaba desapareciendo. El fin del trayecto nos aguarda: la infocracia –la caverna digital: atrapados en la información posfactual, en su fugacidad-.
Tras la lectura de esta obra, uno no puede quedar indiferente. Ha de reflexionar y ha de tomar decisiones –esperemos que saludables- para nuestro propio bien y el de nuestras sociedades. No hay tiempo que perder.