O’Sullivan, S. (2015). Barcelona: Ariel.
Nos encontramos con un título (en inglés y en castellano) que refleja a la perfección el contenido del libro. Esta neuróloga británica trata de hacernos partícipes de su fructífero aprendizaje a lo largo de más de dos décadas de trabajo con pacientes (Pauline, Mathew, Shahina, Ivonne, Alice…), cuya sintomatología era propicia para diagnósticos equivocados (de hecho lo fueron), pues buena parte del mundo médico sigue todavía asumiendo que si no hay causa física no hay enfermedad. Se trata de las así llamadas enfermedades psicosomáticas, con un alto número de personas que las padecen (aproximadamente una de cada tres personas que acuden a una clínica de neurología) y con costes muy elevados para los propios individuos o para los sistemas de salud (se proporcionan ejemplos ilustrativos).
La primera premisa de la que se parte es que si el cuerpo afecta a la actividad mental (al cerebro), ésta (éste) también incide en diversas sintomatologías corporales visibles (todo está en tu cabeza, en el caso de las enfermedades psicosomáticas). La segunda es que el malestar y dolor de los pacientes es real, con independencia de que los médicos sean incapaces, incluso mediante tecnologías sofisticadas –tomografía axial computarizada o resonancia magnética- de detectar las causas de estas supuestas enfermedades imaginarias: “El error de ofrecerle al paciente un diagnóstico orgánico ‘por si acaso’ ha conducido a muchas personas a sufrir ataques toda su vida sin alivio”.
A partir de aquí, surge un buen número de conclusiones, que afectan a pacientes, especialistas y a su formación académica. Los pacientes, en general, asumen mal que alguien atribuya sus problemas a causas mentales. Prefieren que se les informe de que algo en su cuerpo no funciona adecuadamente. Tienen la sensación de que los especialistas no les creen. Ello exige un proceso complicado de enseñanza y aprendizaje (doctor/paciente) para el que buena parte de los especialistas médicos no están preparados (“En lugar de aparecer como un mero pie de página en los manuales médicos, los trastornos psicosomáticos debieran reconocerse como un diagnóstico serio de pleno derecho”). Todo esto supone enormes costes psicológicos y materiales (múltiples diagnósticos equivocados, tratamientos farmacológicos en buena medida tóxicos o deterioro personal y social). Los médicos, a su vez, no se sienten seguros: a) al no ser capaces de detectar la causa orgánica que explicaría la sintomatología de sus pacientes; b) al comprobar que los fármacos recetados no sólo no curan, sino que a veces empeoran la situación; c) al constatar sus errores de diagnóstico y tratamiento puestos de manifiesto por otros colegas que sí son conscientes de que todo está en tu cabeza en el caso de este tipo de enfermedades no tan imaginarias. Por eso, parece oportuno recordar a los colegas la máxima médica, primum non nocere. Todo ello lleva a la autora a una fundamentada llamada de atención: se hace necesaria una formación académica en las facultades de medicina, que en la actualidad brilla por su ausencia (salvo en el caso de los estudios psiquiátricos, pero estos pacientes no suelen ir a visitar al psiquiatra), en la cual se ponga de manifiesto que lo psíquico también es real, que ya se conocen en buena medida los mecanismos de actuación de los fenómenos psicológicos sobre los físicos y que ciertas terapias –se mencionan las cognitivo conductuales- podrían ser incorporadas con éxito para el tratamiento de estas enfermedades.
No puedo por menos que sumarme a las evaluaciones positivas ya aparecidas en diversos medios, pues la lectura resulta muy apasionante y conmovedora, nos enseña cómo ponernos en el puesto de este tipo de pacientes, aprendemos a lo largo del texto de los aciertos y errores de los pioneros en este campo y nos exige esfuerzos para superar las barreras limitantes de nuestras respectivas áreas de especialización. Toda una lección de saber hacer, proporcionada por quien no sólo domina la materia desde un punto de vista académico, sino que también viene avalada con el concienzudo esfuerzo de sus varios lustros de trabajo especializado.