Convergencias. El orden subyacente en el corazón de la ciencia. Watson, P. (2016). Barcelona: Crítica.
Es muy probable que algún lector aficionado a la lectura de las recensiones que han ido apareciendo en esta página web de ACIPE, escritas por su Presidente, se pueda preguntar con toda razón por el porqué de las obras seleccionadas, tan aparentemente alejadas de una Psicología de la Educación. Una buena respuesta se encuentra en este libro, pues su tesis es la de la convergencia (la idea más profunda del universo; la unidad del mundo observable): las distintas disciplinas (física, química, biología, psicología, sociología o antropología, entre otras) han ido confluyendo durante los últimos 150 años en una coherente y bien fundamentada narración sobre la historia del universo, sobre nuestra propia historia. Esta convergencia nos ayuda a explicar la mayor y única historia que hay: la Gran Historia.
El libro nos proporciona un recorrido, bien fundamentado (históricamente hablando: su autor es historiador y periodista) por la principales convergencias (de ahí el título) de los distintos campos del saber, ayudado e inspirado en todo momento por las obras y autores más destacados (muchos de ellos galardonados con el Premio Nobel) de cada área de conocimiento.
Como cabe imaginar, en un principio se comentarán los principales hitos que desembocaron en la teoría unificada de la física y la química de principios del siglo XX (unificación de espacio y tiempo, de masa y energía). Para ambas disciplinas el gran reto de futuro es saber si es posible contar con una gran teoría: teoría unificada o teoría del todo. Se espera que ésta sea capaz de integrar las cuatro grandes fuerzas o interacciones de la naturaleza: la electromagnética, la nuclear fuerte (mantiene al núcleo atómico unido), la nuclear débil (explica el decaimiento de los quarks; la desintegración) y la gravitatoria. Las tres primeras están ya unidas: teorías de la gran unificación (mecánica cuántica), pero no así la cuarta: teoría de la relatividad. La teoría del todo parte de que estas fuerzas son manifestaciones fenomenológicas de una única fuerza. Aquí el futuro tiene la palabra de si será posible conseguir esa anhelada única teoría.
En un segundo gran momento se pondrán de manifiesto las interacciones entre esta primera gran unión de física y química y la biología: ¿es posible reducir las explicaciones biológicas a las proporcionadas por la física y la química, si queremos una biología plenamente científica? O más bien, admitido por supuesto un contrastado solapamiento unificador (biología cuántica), ¿podríamos o incluso deberíamos hablar de un claro valor añadido de la biología (autoorganización, emergencia, evolución…) que ofrece una explicación más abarcadora e integral de nuestro mundo y de nosotros mismos? De nuevo hemos de apelar al futuro para la clarificación de esta cuestión. Ahora bien, hoy por hoy no parece que el reduccionismo duro (si todo el universo está compuesto de idénticos elementos, basta el estudio de los mismos para tener una explicación completa y exhaustiva del mundo y de sus habitantes) sea la postura más prometedora para entender científicamente la realidad de los humanos en este mundo. A su vez, hay que indicar que sin atender a los frutos cosechados tras la aplicación histórica de un reduccionismo blando corremos el peligro de no entender en esencia lo que somos y lo que nos rodea.
Pero las convergencias no acaban aquí. ¿Cómo dejar de lado el papel aglutinador de las matemáticas o de la información? ¿No se han de tener en cuenta las aportaciones de la astronomía o la cosmología? Los hallazgos de disciplinas tan aparentemente distintas como la geología, la botánica, la lingüística, la arqueología, la climatología, la oceanografía, la etnografía o nuestra querida psicología son traídos a colación (mediante un hilo conductor: la convergencia) para poder culminar esa Gran Historia, construida sobre todo en los últimos 150 años, gracias a la cual nuestra visión del mundo y de nosotros mismos ha cambiado tan radicalmente.
Los educadores no debiéramos en modo alguno desconocer este contexto si queremos que nuestros alumnos reciban una auténtica formación científica. Además, nos ayuda a enmarcar los logros psicológicos dentro de una coherente y bien fundamentada historia del universo y de la humanidad.