Anatomía de una epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las enfermedades mentales

Whitaker, Robert (2011). Madrid: Capitán Swing.

Portada del libro anatomía de una epidemia

Portada del libro anatomía de una epidemia

Los psicólogos y psicólogas educativos han de desempeñar básicamente tres funciones capitales en los contextos formales de educación: las evaluaciones clínicas y educativas, los asesoramientos a los distintos agentes de la comunidad educativa y las intervenciones psicoeducativas, pudiendo ser éstas de tipo correctivo, preventivo u optimizador. En ocasiones, nos vamos a encontrar con ciertas “modas” (de disfunciones o problemas escolares) a las cuales se puede hacer frente desde distintas profesiones, con muy diferentes planteamientos o enfoques.

El autor del libro que ahora comento nos ofrece una visión muy crítica y documentada sobre algunas de esas modas (el boom bipolar, el TDAH, la depresión, como ejemplos representativos) para las cuales, sobre todo en el último cuarto del siglo XX, se ha propuesto como solución terapéutica más eficiente, por parte sobre todo de los psiquiatras, la ingesta de medicamentos que supuestamente ayudan a “equilibrar” la química cerebral. De ahí la fama alcanzada bastante recientemente por marcas comerciales de fármacos como Risperdal, Ritalin o Prozac, en tanto casi panaceas de curación, quedando bastante en penumbra, por ser benévolos en el juicio, sus efectos secundarios. En algunos casos son incluso los propios fármacos los que consiguen hacer crónica y empeorar (efecto rebote) una conducta manifiestamente insatisfactoria para el propio individuo y las personas más cercanas. Es necesario, por tanto, ser conscientes de que las pruebas acumuladas, y pormenorizadamente recogidas en esta investigación, ponen en evidencia que a veces este tipo de comportamiento disminuye o desaparece gracias a otros tratamientos (psicoeducativos, por ejemplo) o incluso sin ningún tipo de intervención o debido sólo al efecto placebo. Por supuesto que, en ocasiones, en modo alguno se ha de descartar una intervención combinada de fármacos más actuaciones psicoeducativas.

La lección importante que deberíamos retener es que si un periodista y escritor estadounidense, como es el autor, ha sido capaz de adentrarse, ciertamente con mucho esfuerzo y tesón, en este mundo tan supuestamente especializado de la relación entre fármacos y enfermedades mentales, lo menos que podemos hacer los psicólogos y psicólogas educativos es conocer con cierta profundidad estos tratamientos médicos prescritos para determinadas disfunciones con las que a buen seguro, más temprano que tarde, nos hemos de encontrar.

Una vez más, los mecanismos concretos y específicos de la actuación de los fármacos (en torno a la sinapsis y a los neurotransmisores) y los condicionamientos circulares (contexto externo e interno y cerebro) saltan a la vista. De ahí que para nuestro éxito, como profesión, debamos contar con una visión realista de qué es lo que cabe esperar de cada fármaco, teniendo siempre en cuenta todos los efectos, los positivos y los negativos, los esperados y los no previstos, los deseados y los indeseados y, además, siendo conscientes de la reacción diferencial de las personas a los mimos. En este sentido, nuestra situación puede ser privilegiada, al poder conocer tanto a los individuos como los contextos en los que se desenvuelven en su vida diaria (escolar), por lo que nos será posible conseguir un seguimiento de los tratamientos (farmacológicos o psicoeducativos) a lo largo del tiempo, que a otros especialistas, por razones obvias, les es imposible.

Por lo anteriormente dicho, parece claro que sería muy saludable la lectura de esta obra, tanto para los que se preparan para ejercer su profesión, por ejemplo, cursando un máster en Psicología de la Educación tras su licenciatura o grado en Psicología, como para los que ya se encuentran en pleno ejercicio profesional, dentro de los diversos contextos escolares.

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