El buen antepasado

Krznaric, R. (2021/22). El buen antepasado. Cómo pensar a largo plazo en un mundo cortoplacista. Madrid: Capitán Swing.

Portada del libro "El buen antepasado"

Un buen escritor, que conoce bien el éxito internacional –best sellers-, se enfrenta en esta obra al reto de responder a algunas supuestas preguntas de las generaciones futuras: ¿qué estamos haciendo hic et nunc para dejarles un planeta sostenible, pues hemos de afrontar retos como el cambio climático, los avances tecnológicos desenfrenados o incluso otras probables pandemias –riesgos existenciales-, entre otros? ¿Seremos considerados en el futuro –ojalá sí- como buenos antepasados?

He aquí el verdadero nudo gordiano. Necesitamos, para su solución, enfoques verdaderamente creativos y con fundamento científico: pensamiento a largo plazo y sobre todo consecuencial –que tiene en cuenta las consecuencias de las acciones realizadas en su momento para las generaciones venideras-. Por el momento vivimos más bien dentro de un cortoplacismo perjudicial –de la tiranía del ahora-, en el que se hace bien patente nuestra miopía temporal. Estamos colonizando el futuro, asumiendo un tempus nullius.

Parce pues que nos hallamos ante una auténtica emergencia conceptual que requiere un marco cognitivo nuevo: el del pensamiento a largo plazo por el bien común, que conlleve una civilización del largo ahora, fruto de un viaje interdisciplinar bien planificado. Gracias al mismo seremos capaces de enderezar el camino del cortoplacismo, aunque siendo conscientes de que este tipo de planificaciones son hidras de muchas cabezas. Este  pensamiento ha de implicar compromisos y  acciones enmarcadas dentro del periodo histórico que nos está tocando vivir, el  Antropoceno, pero teniendo muy presentes los aprendizajes válidos del pasado.

Estas acciones han de contar con el potencial de ampliarse, ser comunitarias, dando vida a la ruta de la transformación frente a la de la reforma o a la de la destrucción. Los rebeldes del tiempo (custodios del futuro) ya han comenzado con sus acciones en la política –democracia profunda (slow news) frente al presentismo político (twitterocracias), democracia digital,  incorporación real de la penalización por ecocidio, descentralización del poder: gobernanza policéntrica -, la economía –economía regenerativa largoplacista, civilización ecológica frente a la crecimanía– y la cultura –etnosfera: los futuros virtuales, el expresionismo temporal-.

Desde el punto de vista individual constatamos que nuestro cerebro adictivo se inclina más por los placeres inmediatos que por las repercusiones futuras para nuestro yo –descuento hiperbólico-. Ahora bien, no debemos olvidar que también somos Homo prospectus, que justamente es lo que más nos diferencia del resto de especies –mono que mira hacia delante: podemos tratar el futuro como si fuera el presente y realizar viajes mentales en el tiempo-. Ha llegado, pues, el momento de ponernos manos a la obra.

Hoy ya sabemos que no sólo el individuo, sino lo que es todavía más relevante, la propia humanidad es meramente un parpadeo de la historia cósmica. Más allá de la actual guerra temporal, nos hemos de adentrar en el tiempo profundo, es decir, en las profundidades del abismo del tiempo, en el ahora en permanente expansión –eones, años luz…-. A partir de aquí, la gran cuestión: ¿cuál será nuestro legado (las consecuencias de nuestras actuales acciones) para las generaciones venideras?

Hemos de tener en cuenta la justicia e igualdad intergeneracional, si no queremos convertir a la ciudadanía futura en esclava. Ésta ha de poder tener el derecho a vivir en un planeta saludable que le permita libremente satisfacer sus legítimos intereses: prosperidad planetaria (el gran aquí y el largo ahora). Para ello podemos utilizar el pensamiento de la séptima generación que otorga poder a la mayoría silenciosa, salvándola de la trampa del progreso (la gran aceleración).

Más allá de los legítimos planteamientos personales –acuerdos o desacuerdos con lo expuesto en esta obra-, poca duda cabe de que su lectura nos ayudará con seguridad a ampliar nuestros horizontes temporales –las relaciones intergeneracionales a largo plazo-, lo que supone tanto un crecimiento intelectual personal como la posibilidad de nuevas acciones sociales –colectivas- en beneficio de las generaciones futuras. Éstas, a buen seguro, nos lo agradecerán, perpetuando así la bondad y empatía de nuestra especie. Anímate, pues. A qué esperas. No desaproveches esta oportunidad.

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