Bevins, V. (2023/25). Si ardemos. La década de las protestas masivas y la revolución que no fue. Móstoles (Madrid): Capitán Swing.

Su autor, reconocido a escala internacional, nos presenta una radiografía periodística -periodismo de investigación- de la década de los falsos amaneceres. Reflexionar sobre el pasado con el ánimo de atisbar el futuro puede resultar una buena estrategia. Veamos entonces qué puede dar de sí. Comprobémoslo.
Década -1 de enero de 2010 al 1 de enero de 2020-: la historia de las protestas masivas (Primavera Árabe, Brasileña…) con consecuencias inesperadas -lo contrario de lo que se pedía en muchos casos-, a escala internacional (España, Túnez, Brasil, Turquía, Chile, Bolivia, Egipto, Ucrania, Sudán, Iraq, Argelia, Australia, Indonesia, India, Líbano, China -Hong Kong-, Haití… más de 30 países). Una explicación bien fundamentada de lo ocurrido requiere del análisis tanto de los factores comunes como de los específicos/diferentes -como así se hará-. Comenzamos, pues.
Aprender a protestar -política de protesta: política prefigurativa (Mayo de 1968: ola mundial de lucha revolucionaria; Internacional Situacionista; Perestroika)-. Un final no precisamente feliz: más ciudadanos que caían en las condiciones del tercer mundo que aquellos que entraban en el primero. La década de las protestas masivas no terminó funcionando como se anhelaba.
Pero las protestas masivas no paraban: el movimiento altermundialización -otra mundialización es posible; promundialización, pero contra los partidarios del neoliberalismo-, Indymedia -sitio web antiautoritarismo-, izquierdistas del sur global – como alternativas al neoliberalismo y al imperialismo, en pro de la justicia social, la soberanía nacional y la solidaridad entre los pueblos del Sur-.
Se trataba de practicar, al menos en cierto modo, el horizontalismo –movimientos de horizontalidad: el asambleísmo, ser autonomistas, antirrepresentación política…-. Se deseaba una nueva forma de actividad política –los reyes y las reinas de las calles-. Incluso una parte de la burguesía organizada comenzaba a unirse a la revuelta. Parecía que se estuviera haciendo historia –visualización de la disidencia (plaza Tahrir), transformación del poder (organización rizomática), Maidán (movimiento horizontal y autoorganizado; parlamento popular; con visiones contrapuestas o incluso contradictorias en no pocos casos)…-.
El modelo Tahrir -inspirado, de algún modo, en el levantamiento de Túnez- se irá corporeizando en distintas ciudades del mundo: ¡Democracia real ya!, en Madrid, con extensión por España y fuera de nuestras fronteras (plaza Síntagma, de Atenas; Plaza de la Dignidad en Santiago de Chile…). En Estados Unidos surgió y se extendió el movimiento Occupy Wall Street. Una lección aprendida es la de negociar mientras el movimiento está vivo -el arte de la disidencia-. Otra: las grandes protestas no suelen acabar con grandes victorias inminentes.
El paso del mundo analógico al ámbito digital (coordinación digital, guerras digitales, comunidades digitales sin líderes): cambiar literalmente el mundo se podía hacer ahora desde las redes sociales (Sillicon Valley, Wired…). Desde ellas se impulsaría la democratización global -la revolución sería tuiteada; el Che Guevara del siglo XXI será la red-. Era ciertamente la fe de los liberales tecnooptimistas.
Nos hallamos, como vemos, ante una compleja realidad –analógica y digital (internet, redes sociales –Facebook, Twitter, Instagramm, WhatsApp…-, canales de noticias nacionales e internacionales), que posibilita tanto el bien (logros, éxitos humanos, democracia…)- como el mal (costes y víctimas humanas, dictaduras…), con sus vencedores y vencidos -de derechas o de izquierdas- o con los pertinentes acuerdos entre las partes -cumplidos o incumplidos-.
Una pregunta sustancial suele surgir de inmediato: después de cada victoria o derrota, ¿qué planes concretos hay para implantar en el futuro? Igualmente, otras cuestiones empezaron a ver la luz: la falta de estructuras jerarquizadas, ¿no podría conducir a una cierta tiranía?, ¿cómo conciliar de manera eficiente a movimientos tan diversos?, ¿el pueblo realmente estaba ahora debidamente representado por esos movimientos?, ¿cómo se decide quién está dentro y quién está fuera?
Lo que realmente se constata es que, en general, se da una considerable diversidad entre las personas que se manifiestan, lo que a su vez va unido a los propios prejuicios e ideologías de los informantes. Ante esta intrincada realidad, las personas que han de tomar decisiones -los políticos, de cualquier signo ideológico- no lo tienen precisamente fácil.
En este contexto, los análisis científicos -de la buena ciencia– pueden ser de utilidad para las partes implicadas en cada situación, sobre todo si se quiere lograr un futuro digno para la ciudadanía. Una sociedad mejor, en definitiva. La aplicación de una metodología científica -menos sesgada- puede ayudar a clarificar el funcionamiento de nuestras sociedades, sin duda muy complejas. La lectura de este libro difícilmente defrauda –estudio serio y diligente-. Bien escrito. Saca el justo -equilibrado- provecho de sus diversos informantes –entrevistas: cuatro años- provenientes de los disantos países -una decena- en los que ha trabajado su autor. Nos puede ayudar -y mucho- para aprender a no cometer errores parecidos -pensamientos teleológicos, por ejemplo- y para encontrar algún otro tipo de alternativas –herramientas que funcionan-, siendo conscientes de que el fracaso es una opción.
