Wilczek, F. (2015). Barcelona: Crítica.
Portada del libro «El mundo como obra de arte»
A lo largo de la primera mitad del siglo XX la corriente fundamental de psicología –el conductismo- asumía que para ser auténticos científicos era necesario utilizar la metodología que tan excelentes resultados había aportado a la física, la disciplina más sólida en esos momentos: los experimentos bien diseñados y perfectamente controlados en su ejecución. Tal era el “poder” de esta rama de la ciencia que en 1900, ante la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, lord Kelvin (William Thomson) llegó a afirmar que no había nada nuevo por descubrir para la física del siglo XX. La obra que ahora comento muestra de forma documentada que los hallazgos más relevantes en la comprensión de lo que es el mundo (desde el nivel de las partículas más elementales hasta el de las especies cósmicas –púlsares, agujeros negros, nebulosas, galaxias-, pasando por nuestro propio planeta) hayan tenido lugar a lo largo del pasado siglo y lo que llevamos del presente, sin necesidad de tirar por la borda o despreciar los saberes provenientes de siglos pasados, muy especialmente los obtenidos desde el inicio de la revolución científica. De hecho, este premio Nobel de Física, trata de compaginar ciencia y arte, mediante conceptos como belleza, simetría, armonía o equilibrio, por lo que no es infrecuente encontrar los nombres de filósofos (Platón, Aristóteles, Descartes, Russell o Whitehead, entre otros), artistas-ingenieros (Brunelleschi o da Vinci) o incluso poetas (como Keats) al lado de los de Galileo, Newton, Maxwell, Faraday, Einstein, Noether o Dirac.
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