Racionalidad

Pinker, S. (2021). Racionalidad. Qué es, por qué escasea y cómo promoverla. Barcelona: Paidós.

El punto de partida es claro: la racionalidad –juego de herramientas mentales- emerge de una comunidad de razonadores que detectan mutuamente las falacias ajenas (que no son pocas en estos tiempos). De ahí la necesidad del libro, sobre todo ante la presente pandemia de necedades, en la así denominada era de la posverdad.

De inmediato nos encontramos con la paradoja de la racionalidad: por un lado, la capacidad para razonar (sea el ejemplo bien patente de los sans: son bayesianos) y, por otro, el cúmulo inmenso de falacias y disparates de nuestros días (las mentiras son más atractivas y se difunden más rápidamente que la verdad -afirmaciones contrastadas, avaladas conjuntamente por el buen razonamiento y por los datos/hechos-), pese a los evidentes logros científicos (esperanza de vida, conocimientos extraordinarios del micro –virus, bacterias, partículas elementales…-, meso – reino del tamaño medio, nosotros y nuestro planeta…- y macro mundo –galaxias, agujeros negros…-), asentados estos avances necesariamente en el correcto razonamiento –lógico y matemático…- y los vertiginosos progresos tecnológicos de nuestros días (microscopios, telescopios…). 

Nacemos con cierta racionalidad ecológica (sistema 1: intuición, sentido común, propensión), que podemos mejorar (sistema 2: razonamiento basado en reglas, leyes de la probabilidad y de la lógica –reglas de inferencia-, teoría de detección de señales o teoría estadística de la decisión, que no puede determinar la verdad, pero sí limitar el daño de los errores…).

Esta mejora  se produce por un aprendizaje que ha de luchar denodadamente contra los distintos sesgos (de confirmación, de disponibilidad, ad hominem, sexistas…), las variadas falacias formales e informales (del jugador, de la conjunción, afectiva… que por desgracia se cultivan con entusiasmo…) y el ruido (dispersión aleatoria o variabilidad no deseada; Kahneman y colaboradores, 2021: RECENSIÓN), es decir, mejora lograda gracias al fomento de la racionalidad lógica.                                  

Ahora bien, la racionalidad perfecta y la verdad objetiva (sueño de una lógica universal, utopía lógica leibniziana…) son aspiraciones que jamás pueden ser alcanzadas, lo que en modo alguno implica que las perspectivas posmodernistas estén en lo cierto. Necesitamos, pues, de un largo aprendizaje, de una verdadera intervención educativa si queremos fomentar la racionalidad. En el camino nos encontraremos con argumentos válidos -formalmente-, pero no sólidos (con atención al contenido), pues no hay correspondencia con la realidad.

Frente a los entimemas –silogismos abreviados-, a las falacias informales, a la ignorancia (impulsada en buena medida por la disponibilidad –noticias-), a los estereotipos –ceguera a las tasas base-,  se ha de contraponer eficientemente la reconstrucción formal y sobre todo el pensamiento crítico. Hemos de ser conscientes de que es preferible trabajar con la racionalidad común de la gente y mejorarla, gracias a la educación –aprendizaje-, que considerar a nuestra especie como incapacitada para hacer frente a falacias, sesgos y ruido, pese a sus innegables conductas irracionales que aparecen por doquier.

De ahí que sea importante el conocimiento de las principales variables que pueden dar cuenta de nuestros comportamientos irracionales, como es el caso del razonamiento motivado, que implica la selección sesgada en favor de lo que creemos que más nos conviene a nosotros o a nuestros grupos ideológicos de pertenencia –sesgo de mi lado, polarización– o de la injerencia   (predominio) de la mentalidad mitológica –creencias: somos intuitivamente dualistas, esencialistas, teleólogos…- en la mentalidad realista (destreza que ha de ser inculcada y cultivada, sobre la base de la apertura mental activa -apertura a las pruebas empíricas-: cociente de racionalidad).

No es de extrañar que por lo hasta ahora dicho, el autor proponga que la racionalidad debiera ser el cuarto elemento básico de cualquier sistema educativo a lo largo de los distintos niveles de enseñanza y a lo ancho de todo mundo: lectura, escritura, aritmética y racionalidad. Sería una buena manera de que todos, dado que la educación es obligatoria, pudiésemos conseguir que la mentalidad realista acabe dominando a la mentalidad mitológica.

Es el momento oportuno para comenzar este hermoso viaje hacia la racionalidad (que es un bien público). Mejoraremos así, con el pensamiento crítico, con la reflexión cognitiva, nuestras vidas, a la par que el mundo nos será a su vez bastante más favorable –circulo en expansión-. Contamos con datos y pruebas sólidas que así lo confirman. No es, pues, un mero deseo o creencia. A qué esperamos.

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Un comentario

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    Gabriel Pinto Cañón

    Como docente, me ha parecido un libro de gran interés, de acuerdo a la reseña elaborada por el Prof. Juan Fernández. Aparte de abordar el hecho en sí de la racionalidad, da un paso más y sugiere cómo promoverla. En ello, es clave la siguiente frase: «la racionalidad debiera ser el cuarto elemento básico de cualquier sistema educativo a lo largo de los distintos niveles de enseñanza y a lo ancho de todo mundo: lectura, escritura, aritmética y racionalidad.» Vivimos en una sociedad donde no es fácil encontrar tiempo para hacer análisis sosegados de aspectos como los tratados en el libro, por lo que el esfuerzo de divulgarlo lo hace especialmente loable.

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