willis bien

Las bondades de la naturaleza

Willis, K. (2024/25). Las bondades de la naturaleza. Una visión pionera sobre los secretos y las virtudes de las plantas. Barcelona: Salamandra.

La biodiversidad es un hecho bien constatado. A partir de aquí surgen versiones contrapuestas sobre la actitud que debiéramos mostrar ante la naturaleza –dominarla o sintonizar con ella-. Dejarse guiar al respecto por esta profesora (bióloga: paleoecóloga) londinense –competente en la materia– nos será de gran ayuda a nosotros y a la propia naturaleza (si desapareciéramos como especie, la naturaleza continuaría tal vez en mejores condiciones que las actuales). Claro aviso para navegantes.

Procedamos entonces con los análisis de sus argumentos científicos, a fin de no caer en ningún tipo de pseudociencia. ¿Podríamos hablar ya en nuestros días de una espiral virtuosa, fruto de la interacción -sintonía- entre seres humanos y naturaleza? Este es justamente el meollo de la cuestión.

Sigamos, pues. El primer núcleo de interés: por un lado, los biobancos de población -centros de recursos biológicos– y, por otro, los sensores medioambientales instalados en satélites, con su índice de vegetación de diferencia normalizada (NDVI) -relación salud/vigor y verdor en un determinado lugar-. Los resultados obtenidos, fruto de las correlaciones realizadas, apoyan claramente el círculo virtuoso de salud humana y plantas.

Con esto en mente, el siguiente paso es tratar de comprender los mecanismos precisos de cómo nos afecta -física y mentalmente- esa interacción de los sentidos y la naturaleza. El de la vista: se constata que sentimos una profunda atracción por las diversas paletas de colores de la naturaleza -distintos colores de las plantas y la sensación de bienestar, incidencia diferencial de la dimensión/complejidad fractal de lo visto (luz reflejada)…-.  El color -de hojas y flores- importa, pues tiene efectos mensurables -positivos: reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo… – en nuestra vida cotidiana.

¿Qué ocurre con el olfato -casi un sentido olvidado-? La ciencia del olfato ha sido una especie de Cenicienta. La investigación sobre los perfumes vegetales protectores está todavía en su infancia científica. Ahora bien, ya contamos con algunos datos que nos indican que oler ciertos componentes -compuestos químicos/compuestos orgánicos volátiles: coníferas, cítricos, lavanda, rosas… – supone introducir algo físico en nuestro torrente sanguíneo, lo que conlleva ciertos efectos beneficiosos para la salud -relajación fisiológica, potenciación de nuestro sistema inmunitario, reducción de la ansiedad…-

Continuemos con el oído sonidos curativos (potencial reparador -disminución del estrés fisiológico y psicológico-, mejor rendimiento cognitivo, reducción del dolor) y perjudiciales (aumento del estrés, ansiedad, depresión)-. Una conclusión parece relativamente clara: escuchar ciertos sonidos de la naturaleza impacta positivamente en la reducción del estrés -fisiológico y psicológico-. Pero hay más: cuando juntamos los sonidos, la vista y los olores naturales mejoramos todavía más nuestra salud física y mental, nuestras funciones cognitivas.

En cuanto al tacto: lo estudiado hasta el momento es más bien preliminar, si bien cabe inferir que también este sentido -el contacto con elementos naturales (maderas, plantas…)- tiene su incidencia -positiva y negativa- en nuestro bienestar, pero es preciso seguir investigando para poder llegar a conclusiones sólidas.

¿Y qué pasa con los sentidos ocultos microbiota (microorganismos) y microbioma (ecosistema completo)-? Pues que es un área nueva de estudio muy prometedora. Se trata de analizar nuestra relación -indirecta- con los microbios ambientales (microbioma ambiental natural: la microbiota asociada a plantas, suelos, hojas, aire que nos rodea; renaturalización)-, dada su clara incidencia directa en nuestro microbioma interno y, por ende, también en nuestro bienestar global (microbiomas sanos y enfermos, interacciones salud intestinal y cerebral, sistema inmunitario y enfermedades asociadas…). Los diseños biofílicos (pared verde activa, ecosistemas integrales…) pueden estar llamados a cumplir esta saludable solución al posibilitar una interacción oculta tan positiva para nosotros. Los paisajes sensoriales exteriores desempeñan igualmente funciones semejantes –parques urbanos (mapas de paisajes olfativos)…-: se puede mejorar la biota ambiental y con ello nuestro bioma interno y nuestro estado de salud. Si a esto le añadimos el cultivo de la jardinería, nuestra visión será incluso más completa y fundamentada (jardines terapéuticos: terapia hortícula -demencia, esquizofrenia…-).

Vayamos concluyendo ya. En consecuencia con lo dicho, prescribamos naturaleza: baños de bosque, huertos familiares y comunitarios -horticultura urbana-, horticultura de guerrilla, entre otras beneficiosas acciones. Son buenas para nosotros y buenas para la naturaleza: espiral virtuosa (reducción de daños, restauración y desarrollo de capacidades, aumento de la riqueza…).

La autora es muy consciente de que los conocimientos rigurosos sobre la interacción naturaleza y sentidos son todavía relativamente escasos, aunque entiende que merece la pena cultivar este campo, para nuestro bien y el de la propia naturaleza. Creo sinceramente que la lectura de esta obra -plena de humildad científica– te podrá venir bien. Prueba, entonces.

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