La revolución transhumanista

La revolución transhumanista. Cómo la tecnomedicina y la uberización del mundo van a transformar nuestras vidas.  Ferry, L. (2016). Madrid: Alianza Editorial.

Portada del libro

Portada del libro: «La revolución transhumanista»

El objetivo del autor es diáfano: dar cuenta de lo que se entiende por la revolución transhumanista, aunque no exista pleno consenso al respecto. A lo largo del texto se van poniendo de manifiesto sus implicaciones (sobre todo, aunque no exclusivamente, en el terreno de la medicina y de la economía –economía colaborativa-), tanto en los momentos actuales como con vistas al futuro inmediato. Se trata de ilustrar cómo estas patentes repercusiones están transformando ya considerablemente nuestra existencia (en todas sus facetas), en unos casos positivamente (ideal terapéutico), mientras que en otros parece que podamos correr serios riesgos (ideal del aumento y la perfección). Incluso podríamos estar encaminándonos a  un transhumanismo posthumano: la creación de una nueva especie. A este respecto, como ejemplo paradigmático de esta revolución transhumanista, merece ser citada  la Universidad de la Singularidad, financiada por Google, en Silicon Valley.

Estamos refiriéndonos claramente a los frutos de la convergencia de las nuevas tecnociencias agrupadas bajo el acrónimo NBIC: nanotecnologías/nanociencias, biotecnologías, tecnologías de la información/Informática (big data, internet de las cosas) y ciencias cognitivas/cognitivismo (inteligencia artificial, robótica). Su solo enunciado parece invitarnos a una seria reflexión que vaya mucho más allá de la apriorística toma de posición en favor de una de las dos posiciones extremas, claramente enfrentadas: la de los bioconservadores (respeto a ultranza a lo dado por la naturaleza y para algunos a lo creado por Dios) o la de los bioprogresistas (podemos marcar el paso y los fines a la naturaleza y a los seres humanos, gracias precisamente a los conocimientos provenientes de las nuevas tecnociencias, sin ningún tipo de restricciones). Los primeros, en su versión más fuerte, estarían cercanos a la prohibición casi total o total de cualquier tipo de manipulación biotécnica que conlleve cambios en la supuesta naturaleza humana, mientras que los segundos, también en su versión más fuerte, serían partidarios de no poner la más mínima traba a los avances de las tecnociencias, aplicados a los humanos.

Para buena parte de la comunidad científica la opción más idónea es un cierto equilibro entre estas dos versiones fuertes, necesariamente consensuado y sometido a revisión, siendo conscientes de que nos corresponde a los humanos dar sentido tanto a  nuestras vidas como al mundo que nos circunda. De ahí la necesidad de una regulación sobre los múltiples aspectos implícitos en esta revolución: células madre, clonación reproductiva, hibridación humanos/máquinas, ingeniería genética, por sólo citar algunos de ellos. Hemos de establecer normas (leyes) sobre el uso y el abuso de la biocirugía, las nanotecnologías, la robótica, la inteligencia artificial, la medicina regeneradora, internet de las cosas y demás derivados de las nuevas tecnociencias.

Ahora bien, el gran problema reside, en nuestros días, en saber cómo regular los nuevos conocimientos y las potentes tecnologías (NBIC) en beneficio de la ciudadanía y lo que todavía es más importante, en lograr que lo regulado se cumpla. Aquí el autor, trata de ofrecernos un marco generalista y bastante filosófico, cuyo máximo valor, creo, es el de la estimulación a la reflexión, que no es cosa menor. Parece que hoy podemos superar, al menos en parte, la lotería natural. De esta forma podemos, en cierto modo, hacer realidad el eslogan from chance to choice.  Ahora bien, lo que se debiera evitar es caer en la hybris, es decir, en la arrogancia y en la desmesura. Un claro ejemplo de ello es el optimismo solucionista de los tecnófilos a ultranza. Una solución filosófica, que el autor apunta, es recuperar el sentido griego de lo trágico, que nos llevará al acuerdo, a la regulación que establece límites matizados, gracias a los cuales superaríamos el todo está permitido o el todo está prohibido.

Al final nos quedamos con que: a) es necesaria una regulación consensuada, materializada en normas (leyes); b) necesitamos mecanismos que garanticen el cumplimiento de lo regulado. Sin ningún género de dudas, todo un mundo por delante, en el que sería deseable que seamos capaces de  superar los optimismos y pesimismos extremos en torno al potencial y la realidad de esta revolución transhumanista. Espero y deseo que los amantes de la Psicología de la Educación podamos colaborar en este inmenso y apasionante proyecto colectivo e interdisciplinar.

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