Suleyman, M. y -con- Bhaskar, M. (2023). La ola que viene. Tecnología, poder y el mayor dilema del siglo XXI. Barcelona: Debate.
El Homo tecnologicus está con nosotros. Somos nosotros (no existe el ser humano no tecnológico). Nos enfrentamos en estos momentos a una ola (¿tsunami?) tecnológica gigante (de inteligencia -artificial- y vida -sintética-, con previsibles grandes beneficios y también peligros, sin precedentes en ambos casos -el éxito del plegamiento de proteínas…-), que transformará la civilización humana y alterará el curso de la historia para siempre (IA dixit).
Si esto es lo que dice la propia Inteligencia Artificial, ¿qué podemos hacer al respecto? Es bastante probable que nuestra vida particular y la de nuestra especie nos pueda ir en ello: nuestra supervivencia. Por eso hablamos del gran metaproblema del siglo XXI -el Homo tecnologicus podría verse amenazado por su propia creación; hay que tener en cuenta que la tecnología es una orquesta sin director-.
¿Quién está capacitado para sabiamente aconsejarnos? Es difícil equivocarse: en esta obra puede estar, en buena medida, alguna de las vías de solución -plan de contención y control para escapar del dilema utópico/distópico– que tanto necesitamos: una respuesta proactiva, superando la aversión al pesimismo (tecnoélite contraria al pesimismo). Procedamos en consecuencia: sinteticemos de la mejor manera posible lo que se nos expone, con sólidos argumentos y pruebas. Después, pasemos a la acción correspondiente.
Desde un punto de vista histórico, las olas de tecnología e innovación han seguido un principio básico. Primero, experimentar, repetir y utilizar para, después, crecer, mejorar y adaptarse. En un comienzo parecen imposibles, pero ulteriormente se muestran como inevitables. En todo caso, suelen producir un laberinto de consecuencias -positivas y negativas- que es difícil de predecir y anticipar (cambios exponenciales actuales), siendo así que estamos hablando de cuestiones existenciales para toda la humanidad.
Al comienzo, como ha ocurrido a lo largo de la historia, el miedo y la desconfianza hacen acto de presencia -resistencia ante lo disruptivo-. Después, la tecnología se expande -no hay una manera realista de retroceder: la innovación es insaciable-, sin apenas importar las barreras levantadas, reemplazando -al hacer más y mejor por menos- a sus predecesoras (la excepción -de contención parcial-: las armas nucleares, biológicas y químicas). La gran cuestión actual: ¿será posible contener el poder tecnológico desatado, garantizando que se mantiene al servicio de los humanos y de nuestro planeta? He aquí la gran cuestión.
En nuestros días, tras la superación del invierno de la inteligencia artificial, AlphaZero (autoaprendizaje: jugando contra sí mismo) gana a AlphaGo (aprendizaje que parte del conocimiento humano), que a su vez había ganado al máximo exponente de la inteligencia humana en el juego go (mucho más complejo que el juego del ajedrez).
La tecnología ha experimentado una transición de fase: ya no es sin más una herramienta, sino que está siendo capaz de diseñar la vida -biología sintética- y sobrepasar a nuestra inteligencia -la IA-. Nos hallamos, pues, ante una cristalización cruzada (átomos, bits y genes). Hoy ya la IA forma parte inseparable del tejido social y es tan omnipresente como la propia internet. Además, la IA seguirá
mejorando -no es ciencia ficción: avances exponenciales- sin que por el momento seamos capaces de vislumbrar dónde se podría encontrar el límite. En estos momentos ya estamos en el inicio del dominio de la IAC, es decir, las inteligencias artificiales capaces, que superarán un test de Turing moderno. Es pertinente, por tanto, hablar de una metatecnología transformadora, capaz de generar sistemas de todo tipo.
El contexto de esta megaola es la polinización cruzada. En este específico marco se incluyen la robótica –el cuerpo de la IA-, la computación cuántica, gracias a la cual la química y la biología serían legibles, la energía –(vida + inteligencia) x energía = civilización moderna- y la nanotecnología avanzada. Sus cuatro rasgos más destacados son la asimetría, la hiperevolución, la omnicanalidad (generalidad y extrema versatilidad) y la autonomía -cobrar vida propia, automejora-.
La tecnología es así política, una forma de poder, con acceso democratizado, al igual que ocurre con los riesgos (ampliación de la vulnerabilidad, empoderamiento de los agentes dañinos, proliferación de los ultrafalsos, infocalipsis, Estados nación debilitados, catástrofes, IAtrocracia, tecnodistopía). Es pertinente tener en cuenta además que, en el futuro, en pocos ámbitos las personas serán mejores que las máquinas.
Si esto va a ser así, más nos vale desarrollar lo antes posible métodos de contención y control
adecuados -alejados del tecnooptimismo y del tecnocatastrofismo exaltados-, como algunos de los indicados en este libro (cómo contener lo que parece incontenible mediante un nuevo tipo de gran pacto -10 pasos hacia la contención: seguridad, auditorías, cuellos de botella/resortes de frenado, implicación crítica, beneficio + propósito, gobierno y regulación, tratados/alianzas, cultura autocrítica, movimientos de la ciudadanía y coherencia progresiva, que es un camino angosto-). Creo que nos ponemos en buenas manos. Buen futuro entonces.
Estupendo panorama lleno de retos y posibilidades.
Yo me siento hace tiempo homo tecnologicus, desde que obtuve respuesta a mi pregunta sobre en qué momento evolutivo está actualmente la especie humana.
Y también me siento perennial, dispuesta a aprender y a reivindicar, donde proceda, todos los valores que he podido aprender en mi existencia: progreso, justicia, libertad, derechos, salud, alegría. Y disfrutar de esta vida.