Haidt, J. (2024). La generación ansiosa. Por qué las redes sociales están causando una epidemia de enfermedades mentales entre nuestros jóvenes. Barcelona: Deusto.
El autor no necesita presentación, a escala internacional. Nosotros ya hemos recensionado una obra compartida. El asunto tratado aquí es de manifiesta actualidad: salud mental y redes sociales. Además, tras la pertinente constatación –diagnóstico– (desde 2010 ha aumentado considerablemente en los jóvenes la depresión, la ansiedad, los suicidios, las autolesiones…), se nos ofrece un conjunto de remedios (reformas) muy concreto: más control del uso de teléfonos inteligentes, menos redes sociales y más juego libre y responsabilidad. Detengámonos, como corresponde al buen científico, tanto en la solidez de lo afirmado como en la viabilidad de las soluciones propuestas.
El periodo analizado abarca desde aproximadamente 1980 hasta nuestros días, con especial hincapié en la segunda década del presente siglo (XXI) y muy concretamente en la Gran Reconfiguración (2010-15). En cuanto a las generaciones, el objetivo diana es básicamente la generación Z. La idea central que se tratará de defender sólidamente -con base científica- es que la sobreprotección en el mundo real –doble hélice de ansiedad y duda– y la infraprotección en el virtual son las principales causantes, en la generación Z, de sus ansiedades –generación ansiosa-.
Comenzamos con una serie de constataciones: los conflictos familiares constantes (padres atrapados, impotentes…) a causa del uso -mejor abuso/uso problemático- de las herramientas tecnológicas actuales (teléfonos inteligentes, redes sociales, videojuegos…) de sus hijos/as -manifiestas diferencias entre unos y otras: perfeccionismo socialmente prescrito, comunión y agencia, pornografía, videojuegos…-, lo que ha dado lugar a un aumento internacional sincronizado en las tasas de ansiedad y depresión en adolescentes –oleada o tsunami de trastornos interiorizados-, de forma muy patente entre 2010 y 2015.
Las tecnologías adictivas –surgidas gracias a la aplicación de conocimientos científicos interdisciplinares- cosecharon enormes logros en el paso del mundo analógico al ámbito digital (incorpóreo, asincrónico…), sobre todo en la segunda década de esta centuria. Ahora bien, con ello, una buena parte de competencias claves para la infancia y la adolescencia, logradas mediante el juego libre –infancia basada en el juego-, la sintonización -movimientos, turnos, emociones…- y el aprendizaje social -criaturas culturales…-, no se han podido desarrollar debidamente en el nuevo contexto digitalizado (las redes sociales son los motores de conformidad más eficientes jamás inventados), con los perjuicios correspondientes: los derivados del paso de una mentalidad modo descubrimiento (reflexivo jardinero) -personas antifrágiles– a otra denominada modo defensa (carpintero) –seguritarismo: inhibidores de experiencias–, tan prototípico de nuestros días, en los que constatamos un claro predominio de lo digital sobre lo analógico.
Frente a una infancia (niñez y adolescencia) basada en el juego y con hitos o ritos de paso según las diferentes edades (6, 8, 10, 12, 14, 16, 18 y 21 años), hoy nos encontramos con el auge de otra basada en el teléfono (equivalente a todos los dispositivos con conexión a internet), en la que la edad -el desarrollo– ha dejado de tener importancia, dando lugar a cuatro prejuicios importantes (típicos de los usuarios intensivos): la privación social, la falta de sueño, la fragmentación de la atención y la patente adicción -enganche- (debido a la utilización de programas de refuerzo de razón variable…).
Fundamentado científicamente el diagnóstico – incidencia de los teléfonos inteligentes y las redes sociales en el aumento de la depresión y la ansiedad durante la Gran Reconfiguración (2010-15)– parece llegado el momento de pasar a la acción –consecuente-. Ya se ha comenzado a alzar la voz, ahora hay que unirse (acciones colectivas de cooperación que impliquen coordinación, normas sociales, soluciones tecnológicas y leyes), convirtiéndonos en agentes participativos del posible cambio, centrado al menos en estas cuatro reformas: sin teléfonos inteligentes hasta aproximadamente los 14 años -la edad importa: el sano desarrollo-, tampoco las incursiones en las redes sociales antes de los 16, sin prácticas distractoras de teléfonos inteligentes en los colegios -durante toda la jornada escolar- y el fomento de la independencia, el juego libre -no estructurado- y la responsabilidad -autonomía-, tanto en los ámbitos escolares como en la vida cotidiana. Sin duda, queda mucho por hacer y, además, hemos de saber que es viable lo propuesto, en modo alguno imposible. Se cuenta ya con suficientes experiencias exitosas.
Oportuna lectura, por lo ya indicado, para reflexionar con fundamento y, después, decidir consecuentemente -sobre las enfermedades colectivas inducidas por las redes sociales-. Nos va mucho en ello: nuestra salud física y mental y la de nuestras sociedades. Ahí es nada. Unámonos por esta buena causa. Las generaciones futuras nos lo agradecerán y nosotros seremos capaces de vivir de forma más satisfactoria (espiral virtuosa: con asombro reverencial, dejando crecer).