La era de la resiliencia

Rifkin, J. (2022). La era de la resiliencia. Reimaginar la existencia, resilvestrar la tierra. Barcelona: Paidós.

Su autor, renombrado en el ámbito internacional, nos propone en esta obra -ya recensionamos otra– un trayecto (hoja de ruta) desde la era del progreso a la era de la resiliencia –ahí es nada: empleo resiliente y ética de la gestión responsable, orientada al cuidado del mundo natural-, desde la eficiencia (productividad e ingresos) a la adaptación (su antídoto: rearmonización, diversidad, regeneratividad, empatía), si es que queremos sobrevivir y prosperar, en medio de unas auténticas crisis existenciales como las actuales.  

Se ha constatado que a medida que aumenta la eficiencia –la nueva divinidad de la era del progreso, olvidando el alto precio que se ha de pagar por su consecución- disminuye la resiliencia (que implica adversidad y adaptación positiva): nos volvemos más incapaces de cambiar, de reestructurarnos, de lograr una rearmonización. Así pues, por la cuenta que nos trae, comencemos de inmediato este apasionante e ilustrado viaje.

Lo primero traído a colación es el evangelio de la eficiencia –inspirado en el modelo de equilibrio newtoniano-, con sus típicos análisis de coste-beneficio –su medida-, es decir, el taylorismo –toda una cruzada-, que ha acabado extendiéndose a casi todos los campos de la vida, incluido el propio hogar (principios de la ingeniería doméstica), bajo el paraguas de la ciencia dominante (la racionalidad). También la educación sucumbió a este enfoque –al credo tayloriano– a lo largo de casi todo el siglo pasado. Los efectos indirectos – impactos imprevistos- no eran tenidos en cuenta: ya estamos padeciendo los peligros del manifiesto cambio climático o la ampliación de brechas de muy diverso tipo –urbano/rural, digital…-.

Este evangelio, aplicado ahora a la propia naturaleza –a la eficiencia agrícola: primero la denominada Revolución Verde y después la revolución agrícola biotecnológica- ha dado como frutos no deseados: el coste oculto de la agricultura industrial, la factura entrópica, la huella ecológica, las sindemias o el agotamiento de nutrientesvaciado de nutrientes-. Sin suelos sanos la producción de alimentos saludables disminuye –epidemia mundial de obesidad y sus devastadoras consecuencias-.  El golpe definitivo se produce con la mercantilización de las esferas de la tierra: la biosfera, la hidrosfera (quien domina el mar, domina el comercio), la litosfera (el suelo que pisamos) y la atmósfera, que se convierten en propiedades manipulables (Tierra poseída, Homo urbanus) para su explotación comercial: eficiencia mercantil con su correspondiente factura entrópica.

Igualmente, este evangelio está estrechamente relacionado, como no podía ser de otro modo, con nuestra comprensión y vivencia del espacio y el tiempo. El espacio y el tiempo han sido, en definitiva, racionalizados, demarcados y separados de sus contextos originales –su relación con la naturaleza-. La imprenta, el teléfono y sobre todo internet son también tres claros ejemplos potenciadores, entre otros, de la consecución de la entronizada eficiencia.

Hoy vivimos dentro de la producción ajustada (estrategia de los cinco ceros: cero defectos, cero averías, cero retrasos, cero papeleos y cero existencias). Contamos ya, por tanto, con un cálculo preciso del espacio y del tiempo: el tiempo digital está congelado en el espacio, con la consiguiente pérdida de agencia personal y tal vez capacidad cognitiva. Nos hallamos de lleno dentro de una cultura de vigilancia digital, a la espera de una futura singularidad: predominio de la tecnología inteligente sobre la humana.

Hay, pues, considerables consecuencias (destrozos: holocausto medioambiental) para nuestra existencia, debido a todo este tipo de externalidades negativas –efecto acumulativo-. ¿Qué ocurre, además, con las incógnitas ignoradas, con el futureo –gobernanza anticipatoria-?

Pasemos pues ya a ver qué nos depara la Revolución Resiliente –resiliencia no como estado de ser, sino como manera de actuar (avanzar) dentro de un planeta interactivo– para hacer frente a los efectos negativos no tenidos en cuenta desde la era del progreso y de la eficiencia.

Si empezamos por nosotros mismos, hemos de hablar de un yo ecológico, de un patrón de vida temporal –dinámico, abierto-, de un ecosistema, que es una comunidad biológica de organismos interactuando entre sí y con su entorno físico. De ahí la importancia de los distintos relojes biológicos interconectados o del código bioeléctrico (campos electromagnéticos), de la sucesión ecológica, a la hora de comprender un sistema autoorganizado emergente.

Nuestra especie, en consecuencia, también es un distinguido patrón de vida, que está integrado con otros patrones –animales y plantas-, dentro de un contexto cambiante, como es el de nuestro universo. Por ello, debiéramos centrarnos y analizar los sistemas socioecológicos adaptativos complejos en la nueva era de la resiliencia –hincapié en la adapatabilidad a una tierra en proceso de resilvestración para sobrevivir y prosperar en el Antropoceno-. Pasaremos de la computación en la nube a la computación en la niebla. Facilitamos de este modo la circularidad, gracias a la interconectividad digital: del PIB al ICV (índice de la calidad de vida), de la globalización a la glocalización y a la paritocracia de pares distribuida (lateralización de la gobernanza, surgimiento de la conciencia de la biofiliacivilización empática, relacionalidad-). Nos dotaremos así de infraestructuras digitales y resilientes 3.0 –internet de las cosas-.  

Esto sí que puede suponer un cierto cambio de paradigma (marco conceptual). ¿Te lo vas a perder? Yo no te lo aconsejaría. Ánimo, pues, con la lectura. Te volverás una persona más resiliente, en un mundo también más resiliente –resiliencia ecosistémica-.

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