¿Eres una persona polarizada?

Mal asunto. Peligro: aumento de posible raquitismo mental, de cierta asfixia de la libertad de expresión. No será bueno para ti ni para los demás –amarga polarización-. ¿Se podría salir de ella? La sociedad actual nos lo pondrá difícil. Ahora bien, es posible ir disminuyéndola –con esfuerzo e inteligencia-, por lo que la salud mental, personal y social, irá en aumento. Por tanto, merece la pena intentarlo. ¿Alguna primera ayuda con cierto fundamento? Sí, contamos con ella: [Klein, E. (2021). Por qué estamos polarizados. Madrid: Capitán Swing.]. Muy probablemente lo que está ocurriendo en Estados Unidos -diana patente desde el primer momento de este análisis-, valdrá también para nosotros, cambiando, como es lógico, lo que sea oportuno cambiar. Hagamos entonces la prueba.

Para comenzar, hemos de saber que el concepto de polarización es multifacético: polarización ideológica (posturas cada vez más alejadas entre sí), afectiva (partidismo o sectarismo: identidad política -arma arrojadiza-) y social/territorial (social y espacial: estilos de vida, lugares de residencia…). Ahora bien, todos estos tipos se encuentran estrechamente relacionados.

La base sobre la que se asienta nuestro edificio de la polarización está en los sistemas, en descubrir su toxicidad, cuyo resultado final será el de los bien conocidos círculos viciosos: la polarización de los políticos incide en la de los votantes y la de estos en la de los políticos. Así se obtiene un producto manifiesto: los sistemas hiperpolarizdos, en donde la polarización engendra polarización –que no es idéntica a extremismo. Este, pues, va a ser el enfoque: el estudio centrado en los sistemas, que dan cobijo a una retroalimentación de la polarización que los estructura esencialmente.

Una de las claves está en las clasificaciones: cuanto más clasificados por nuestras diferencias, más nos diferenciamos -polarizamos- en nuestras preferencias. En este contexto, la clasificación psicológica se constituye en poderoso condicionante de las identidades políticas –identidad partidista (partidismo negativo: no se necesita tanto el apoyo cuanto la ira, el odio a los otros; megaidentidad, megadivisión)-. Este tipo de identidad no solo condiciona el trato con los demás, sino también nuestra visión del mundo. Incluso puede llegar a cortocircuitar nuestra inteligencia (cognición protectora de la identidad, razonamiento motivado).

De esta forma, las democracias pueden convertirse en una rivalidad de grupos de suma cero: puro tribalismo político, epistemología tribal -favoritismo del propio grupo, junto con la hostilidad hacia los otros (grupos)-. De algún modo, el resentimiento racial -ahora también blanco- condiciona la ansiedad económica. Igualmente, la demografía política incide en las identidades políticas. Cuanta más información política se consume, más acaba distorsionada la perspectiva del otro grupo/bando. Los algoritmos de recomendación se han convertido en motores de radicalización de identidad, potenciando la cámara de eco de la polarización, los entornos polarizados. Concretamente en política, esto se traduce en la dicotomía de partidos débiles -más vulnerables a los demagogos- y un partidismo fuertebinario: seguidores intensos y odiadores en cada polo opuesto-. La democracia debería estar atenta y luchar justamente contra la polarización. Ahora bien, teniendo en cuenta que es necesaria una reforma del sistema político en medio de la realidad actual de esta polarización.

Así ya podemos ir cerrando el círculo: necesitamos la metacognición, gracias a la cual muy probablemente nos hagamos conscientes de la importancia de nuestra identidad -enmarcada en cada grupo, partido político, ideología…- y de cómo esta condiciona nuestros supuestos libres razonamientos. Creo que merece la pena -y mucho- que reflexionemos detenidamente sobre los serios riesgos que corremos con la polaridad, ¿no te parece? A continuación, no habría que olvidarse de ser consecuentes. Así incidiremos, de forma positiva, en nuestra propia salud mental y en la de los demás. Ánimo, pues.