Kelton, S. (2020/21). El mito del déficit. La teoría monetaria moderna y el nacimiento de la economía de la gente. Barcelona: Taurus.
Esta conocida catedrática de economía y políticas públicas tiene aquí un claro doble objetivo: poner de manifiesto tanto los mitos y errores de concepto (el del déficit público -histeria del déficit, la meganumerofobia-) y sus implicaciones económicas y sociales –daños autoinfligidos-, como las aportaciones de la Teoría Monetaria Moderna (TMM), que se define como una perspectiva no partidista que nos describe la realidad de nuestro sistema monetario (lentes de la TMM). Los malos argumentos engendran malas políticas y éstas nos afectan a todos. De ahí la importancia del análisis riguroso de los mitos, de desenmascararlos. El punto de partida de todas estas investigaciones es Estados Unidos, que goza de soberanía monetaria como varios otros países, para los que serían igualmente válidas las conclusiones derivadas de la TMM.
El primero de los mitos reza que los gobiernos debieran diseñar los presupuestos como una familia –modelo (TAB)S: impuestos y empréstitos preceden al gasto-. No es verdad, pues cada Gobierno, que es emisor de moneda (dotado de soberanía monetaria), emite el dinero que gasta, cosa que no ocurre en una familia. El enfoque de la TMM es bien distinto: asume el modelo S(TAB) en el que el gasto va antes que los impuestos y el crédito. Este mito es el más pernicioso de todos.
El segundo establece que los déficits son la prueba de que se ha gastado más de lo debido. No. La clave es la inflación. Ciertamente no existe una forma única de concebir la inflación. De ahí la importancia de dejar atrás las formas inadecuadas para sustituirlas por las que funcionan realmente, gracias a la redefinición del equilibrio presupuestario, que favorecería tanto el pleno empleo como la estabilidad de precios. La mejor manera pues de luchar contra la inflación es anticiparse a ella.
El tercero afirma que los déficits son una carga para la siguiente generación. La realidad es que la deuda nacional no supone carga financiera alguna. No hay que acabar con la deuda, sino corregir nuestro modo de pensar en ella e incluso darle otro nombre.
El cuarto señala que los déficits expulsan o desplazan la inversión privada, minando el crecimiento a largo plazo. Lo que sucede, muy al contrario, es que el déficit fiscal incrementa la riqueza y el ahorro colectivo.
Con el quinto se nos quiere hacer creer que los déficits comerciales ocasionan dependencia del extranjero, cuando lo que realmente supone es un superávit de cosas (frente a las guerras comerciales la paz comercial). El sexto hace referencia a que los derechos socioeconómicos nos abocan a una crisis fiscal a largo plazo. Desde la TMM se pone de manifiesto que los gobiernos con soberanía monetaria pueden sostener esos programas sin estar condenados a sufrir referida crisis fiscal.
Desvelados los mitos, parece llegado el momento de poner de manifiesto cuáles son las verdaderas crisis (verdaderos déficits): la pobreza en la que se hallan muchos de nuestros congéneres, los déficits de empleos de calidad, de ahorro, de sanidad, de educación y democrático, la inexistencia o mal estado de nuestras infraestructuras, la desigualdad creciente y el cambio climático.
En uno y otro caso se nos muestra qué podemos esperar de la TMM: toda una política y una economía nuevas (revolución copernicana). Gracias a ella ha sido posible constatar que los mitos son creencias sin fundamento científico y ella nos posibilita dar respuestas serias y bien fundamentadas a nuestras más esenciales crisis: las que nos afectan como especie. Para la TMM lo importante es la inflación -la gestión del riesgo inflacionario-, la consideración de los límites de recursos reales y la garantía de empleo –derecho universal al empleo, que es un potente estabilizador económico-, no el cómo va ser posible pagar lo que se propone para el bien de la gente (reunir el dinero es la parte fácil).
Este libro es el fruto de una mente madura y bien amueblada, que asume que lo defendido gracias a la TMM es todavía pensamiento minoritario, aunque hoy por hoy mejor fundado científicamente que el resto de los planteamientos existentes. El asumirlo o rechazarlo, como hemos visto, tiene implicaciones determinantes para nuestras vidas. La lectura parece pues obligada.