Schama, S. (2024). Cuerpos extraños. Pandemias, vacunas y salud de las naciones. Barcelona: Debate.

El autor, merecidamente galardonado internacionalmente, por su buen trabajo como historiador, va a tratar de convencernos, con rigor, de que en nuestros días más que de extraños -naturaleza, por un lado, y humanos por otro- debiéramos hablar de familiares -sin la falsa creencia de la separación: indivisibilidad de la humanidad y la naturaleza-, que se esfuerzan conjuntamente ((bioecología) en el afrontamiento de los grandes desafíos –peligrosas infecciones-, con altas probabilidades de consecuencias nefastas para ambos (naturaleza y humanos), si no pensamos y actuamos de manera diferente a como lo hemos venido haciendo hasta ahora.
La erradicación de las enfermedades exige el trabajo colaborativo de ciencia, política, cultura y personas. A primera vista, parece por tanto una lectura prometedora y a buen seguro que lo será, si tenemos en cuenta el fructífero trabajo pasado de su autor, traducido a más de una docena de idiomas. No obstante, como amantes de la buena ciencia, hemos de ponerlo a prueba.
Lo que irá apareciendo a lo largo de sus más de 400 páginas es un conjunto de escenas históricas de la comedia humana, que pueden acabar en tragedias. Que comience pues el espectáculo de la cruda realidad.
Hoy ya asistimos a una destrucción catastrófica de la biodiversidad que, si sigue así, ocasionará la extinción de al menos un millón de especies antes de finalizar el siglo XXI. La demografía está afectando seriamente a la geografía por lo que estamos transformando el futuro de la vida de nuestro planeta y no precisamente para mejor (deberíamos consecuentemente reconocer los estrechos lazos que unen vidas y destinos de humanos y no humanos –zoonosis inversa, red de salud global-). La materialización de acciones encaminadas al reconocimiento de estos vínculos no debiera ser considerada como la obra de cuerpos extraños -la buena ciencia, producida por los buenos científicos/as, nunca debiera ser un cuerpo extraño para la sociedad-.
La historia, que nos ilumina, es muy diversa. Los ejemplos son múltiples. Aunque nos cueste reconocerlo aún, la bidireccionalidad nos enriquece. Así, de este a oeste: la efectividad de la inoculación de la viruela, practicada en oriente, bien lo pone de manifiesto, sobre todo tras las enormes reticencias en occidente (el sistema médico británico es muy superior a cualquier cosa -a la inoculación- en la que participan las ignorantes matronas de Oriente). Al final, desvelada y reconocida la creencia errónea -la inoculación: de peligrosamente foránea a hábito nacional (seguro, rápido y agradable)-, todos hemos ganado, como hoy ya es bien patente. La verdad se ha acabado imponiendo al error.
En la otra dirección, nos encontramos con el cólera. Aquí el recorrido es de oeste a este. Una de las figuras destacadas fue Proust -padre-, el geógrafo de la pandemia -el cólera-, un hombre del futuro, con reconocimientos oficiales de sus servicios a la causa de la sanidad pública (logros en la cooperación internacional contra el cólera). La otra gran figura es Haffkine, un héroe judío moderno, que fue el primero en crear una vacuna eficaz contra infecciones bacterianas letales (autoadministración del patógeno que había matado a millones de personas: el cólera).
Después de la viruela y el cólera parece llegado el momento de hacer referencia a la peste (a los heraldos del mal: ratas y pulgas) y, sobre todo, a los esfuerzos de los protagonistas (Kitasato, Yersin…) por mostrar que el origen de la peste era microbiano y, de esta forma, poder lograr, con ulterioridad, la anhelada vacuna. Al final, como cabía esperar, toca el turno a la COVID-19: somos aquí testigos, consternados, de unos errores -ignorancias- que se repiten, sin que aparezca el debido aprendizaje.
En este sentido es como la historia se vuelve auténtica maestra, pues nos indica que sin los conocimientos científicos -de mujeres, varones…- no hay pasibilidad de hacer frente a las mortíferas infecciones, siendo así que también es necesaria la colaboración internacional -científica, cultural y política (poder)- para que todo funcione adecuadamente, es decir, que se asuma que hemos de remar, al estar en el mismo barco -naturaleza (la salud de la tierra) y personas (la salud de nuestros cuerpos)-, en la misma dirección: la marcada por la buena ciencia, provenga de donde provenga, bien del este o bien del oeste.
Es imprescindible, pues, romper barreras culturales –trampas y guerras culturales-, manifiestamente contraproducentes en este ámbito, al servicio de una especie humana no separada de una naturaleza que la vio nacer y desarrollarse. Hay, en consecuencia, que cuidarse mutuamente. En ello, con toda razón, nos puede ir la vida. Merece, por tanto, la pena estar bien informados. Leamos, entonces.