Una red viva

Eagleman, D. (2020/24). Una red viva. La historia interna de nuestro cerebro en cambio permanente. Barcelona: Anagrama.

Ayudarnos a conocer lo mejor posible nuestro cerebro -sistema dinámico y fluido-, que nos deslumbra por su liveware -cambios funcionales y estructurales en función de un medio en continuo cambio (interacción adaptativa permanente: reescritura de los propios circuitos)- es el objetivo de este bien conocido internacionalmente neurocientífico. Si además es un consagrado buen escritor, capaz de describir en lenguaje claro las características fundamentales de este complejo órgano -86.000 millones de neuronas, comunidad viva de billones de entrelazamientos neuronales-, ¿qué más podemos pedir? No perdamos entonces el tiempo. Aprendamos sobre nosotros mismos disfrutando.

Prepárate, pues, para comprender mejor, gracias a un nuevo marco general, quiénes somos, cómo hemos conseguido llegar a la situación en la que nos encontramos e incluso hacia dónde, con cierta probabilidad, nos dirigimos -el futuro-. El número de neuronas y sus conexiones superan con creces el de las combinaciones genéticas: las instrucciones genéticas (unos 19.000 genes) juegan un papel menor del imaginado en el ensamblaje de las conexiones corticales (centenares de billones de conexiones neuronales). La estructura de nuestro cerebro refleja, en consecuencia, el entorno diferencial en el que se desarrolla (las neuronas que se activan juntas acaban conectándose).

La metáfora del hardware y software (el cerebro sería algo semejante a un ordenador) ha de dejar paso, por tanto, a la del liveware (cerebro como una máquina de tareas o un operador metamodal). Gracias a ello, el cerebro puede optimizar considerablemente el rendimiento en una variedad muy amplia de entornos, aunque dentro sin duda de ciertos límites (podemos, por tanto, ser escultores de nuestro propio cuerpo, pero con condiciones en el desarrollo de esa inicial flexibilidad –esta disminuye con la edad, es decir, el momento importa: se constata una flexibilidad menguante-). Hemos de estar atentos, pues, a los periodos sensibles y también -necesariamente- a las distintas zonas del cerebro y a las diferentes áreas de contenido –rasgos del mundo-.

Los dispositivos con los que venimos a este mundo son los que hemos heredado a lo largo de la evolución, aunque podríamos haber contado con otros. Aquí vislumbramos una puerta abierta para el futuro (dispositivos de sustitución sensorial de alcance global: la mejor manera de predecir el futuro es creándolo), ya que el cerebro puede procesar datos para todo uso, siendo los datos los que, al menos en buena medida, crean las áreas en nuestro cerebro. La persona que somos surge, por tanto, de todas nuestras interacciones, pudiendo llegar a decir que cada uno es el mundo.

Además, no solo podemos arreglar lo estropeado en nuestro cuerpo -que un déficit deje de serlo, al hacer que vuelva a la normalidad-, sino también mejorarlo (ampliar nuestros sentidos: campo de la neuroprotésica). Podemos, por tanto, ir más allá de lo dado por nuestra genética, añadiendo incluso nuevos mundos (adición sensorial) que hasta ahora han permanecido ocultos para los humanos. En definitiva, parece posible ya en nuestros días que el cerebro sea el dispositivo de mejora sensorial directa.

También, cuando pensamos más en las salidas (outputs) que en las entradas (inputs), nos encontramos con el mismo principio: el cerebro se las arregla bien para manejar debidamente el cuerpo:  hay una manifiesta adaptación de los recursos para resolver mejor los problemas del mundo circundante (circuito de retroalimentación entre los mundos internos y externos).  Un cerebro livewired se adapta solo cuando hay cambios: crea biodiversidad. Los campos cerebrales se extienden, se comprimen y se reubican para mejorar en todo momento -eficiencia (el cumplimiento de las predicciones)- su relación con cada cambiante entorno. La plasticidad existe a lo largo y ancho del cerebro a todos los niveles. Estamos además ya al inicio de la era biónica, más concretamente dentro de este marco en el que se tratan de aplicar los principios del livewiring a lo que construimos (sensores biomiméticos…), imitando a la Madre Naturaleza (máquinas de autoconfiguración).

Este neurocientífico nos habla de la específica -nueva- lente del libro. Gracias a ella, es posible ver la realidad de nuestro cerebro, de nuestro cuerpo, ampliada. Los cerebros constantemente redibujan sus gráficos organizativos -autorreconfiguración-, a fin de dar solución a los retos vitales a los que han de enfrentarse, según la información recibida (infotropismo: maximizar la información, los datos importantes, relevantes). Anímate pues a leerlo y comprobarás que ciertamente es así. De ahí, un par de epítetos de los muchos recibidos: brillante, espléndido. Los ratifico.

Marcar el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *