Por qué morimos

Ramakrishnan, V. (2024). Por qué morimos. La nueva ciencia del envejecimiento y la búsqueda de la inmortalidad. Barcelona: Pasado & Presente.

Este Premio Nobel de química establece, con humildad -existen discrepancias en esta área de conocimiento: la gerontología-, el marco de su investigación –el hilo narrativo que hilvana todo el trabajo– desde el inicio: el envejecimiento humano es un caso particular del crecimiento y declive de los sistemas complejos. Apasionante, ¿no? Veamos que da de sí el volumen.

Como buen científico, parte de un hecho constatado: somos la única especie consciente de su mortalidad –inevitabilidad de la muerte: muerte del recipiente-. La pregunta entonces es obvia: ¿sería posible, de algún modo, la inmortalidad? De ahí la búsqueda constante, a lo largo de la historia, de la misma, o al menos, ya en nuestros días -dos últimos siglos-, de la mejora de la salud en la vejez y el aumento de la longevidad, gracias a la ciencia y a la tecnología (mecanismos de regulación de la producción y destrucción de las proteínas, por ejemplo).

Es oportuno dejar constancia de la pertinencia de las matizaciones en el ámbito de la buena ciencia. Una de ellas: dentro del marco de la teoría de la evolución, constatamos la existencia de los genes relativamente inmortales y de los cuerpos patentemente desechables. Claro aviso para navegantes, tanto de la mortalidad como de la inmortalidad -todo tiene su fin, incluso para la hidra o la medusa inmortal-. Son, por tanto, inútiles los esfuerzos de la gente por negar la muerte (crioconservación, transhumanismo -inmortalidad mental basada en el silicio-, velocidad de escape de la longevidad…). La variabilidad, además, hace acto de presencia cuando se examina la durabilidad de la vida, tanto intra como interespecies. 

En medio de esta patente variación en el envejecimiento -proceso de lo más intrincado e interconectado en sus diversos niveles (moleculares, celulares, corporales, sociales…)-, ¿acabaremos siendo capaces de identificar los mecanismos esenciales de este complejo proceso? Esta es la gran cuestión.

Para una respuesta de aproximación, cada vez mejor fundamentada, necesitamos ir avanzando por nivelesescalas– estrechamente concatenados, empezando por el más bajo en complejidad: la molécula de ADN del núcleo de cada célula. Las enzimas de reparación son las verdaderas centinelas de nuestro genoma. Cualquier defecto en esta reparación conlleva envejecimiento. Así contamos con un elemento esencial de todo el engranaje, al igual que ocurre cuando tenemos en cuenta los efectos de la telomerasa

Sigamos, pues, con otros mecanismos, pues si algo sabemos hoy con certeza es que la biología no es tan deterministadestino inamovible-, como todavía mucha gente -incluidos expertos en distintas disciplinas- cree: a) se producen cambios epigenéticos (marcas epigenéticas) -patrones de metilación del ADN, acetilación de las histonas, desmetilasas, desacetilasas…-; b) contamos con células madre –embrionarias, pluripotentes inducidas…-; c)  con mitocondrias -centrales energéticas y con implicaciones relevantes en el metabolismo celular-; d) con una respuesta integrada al estrés; e) con un sistema ubicuitina/proteasoma; f) conocemos los efectos de la autofagia –mitofagia…-, la rapamicina, la restricción calórica, el ejercicio físico, la parabiosis, entre otros asuntos de interés para la investigación sobre el envejecimiento en nuestros días.

Así pues, el envejecimiento ya comienza antes de nacer, por lo que tal vez sea pertinente cambiar de marco conceptual si queremos entender mejor el proceso complejo de envejecer lo más sanamente posible. Volvemos así al inicio: al funcionamiento de los sistemas complejos. Y una conclusión: sabemos ciertamente bastante sobre el envejecimiento -algunos de sus mecanismos-, pero todavía nos queda mucho más por conocer. Así en la actualidad, todavía nos preguntamos si el envejecimiento es un proceso normal de la vida o una enfermedad.

Tras la lectura detenida del libro, creo que cabe afirmar sin excesivo temor a equivocarme que estamos ante una obra de divulgación científica excelente, muy en línea con el enfoque adoptado desde ACIPE (cuán estrechos de miras son muchos científicos, con escaso aprecio por lo que tiene lugar fuera de sus limitadas especialidades). Al tratar un asunto que necesariamente nos afecta a todas las personas, más nos valdría aprovechar esta oportunidad para comprendernos mejor y poder gozar con el conocimiento científico así adquirido (dieta, ejercicio y sueño). Viviremos más y mejor y alegraremos, de paso, la vida de las demás personas (formaremos una espiral virtuosa).

Contribuyamos, en lo posible, a hacer realidad este sueño, haciendo frente a las desigualdades actuales en la cantidad y calidad de vida, derivadas de los propios avances médicos, que favorecen a una minoría -los que gozan de vidas largas y en buena salud- frente a la mayoría -el resto- e, igualmente, a las soledades no deseadas, a los desequilibrios (económicos…) intergeneracionales -sociedad estancada-, por solo citar algunos de los frentes abiertos. Necesitamos, en consecuencia, un trabajo colaborativo interdisciplinar. Pongámonos, pues, manos a la obra.

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