Pensamiento crítico para el tercer milenio

Perlmutter, S., Campbell, J. y MacCoun, R. (2024/25). Pensamiento crítico para el tercer milenio. Cómo dar sentido a un mundo sin sentido. Barcelona: Paidós.

Portada del libro

Estamos ante una obra que es el fruto de la colaboracióninterpretación compartida de la realidad– de un físico –Perlmutter (Premio Nobel)-, un filósofo –Campbell- y un psicólogo –MacCoun-. El punto de partida: la sobrecarga informativa, la información excesiva –a menudo además contradictoria-, las cámaras de resonancia mentales. El objetivo: conseguir un conocimiento más lúcido, gracias a argumentaciones más racionales, que nos posibiliten tomar decisiones más saludables, tanto desde el punto de vista personal como social. El medio: un pensamiento crítico específico del tercer milenio –cultura de la ciencia-. ¿Lo conseguirán? Pues vamos a verlo.

Empecemos, entonces: la calidad de las decisiones. Parece bien constatado que la mayoría de las personas se inclina por conocer lo que mejor funciona en cada caso. De ahí el interés por lo que nos pueda proporcionar la cienciala buena ciencia-, dado que se ha puesto de manifiesto -de forma fiable y válida: fuentes de información fidedigna y objetiva- que lo científico suele dar mejores resultados (ante enfermedades, problemas de diversa índole…) que lo no científico, siempre teniendo en cuenta que nosotros -cada uno- somos los que, al final, decidimos (personas libres y autónomas). Lo deseable en la toma de decisiones, individual o colectivamente, es mantener cierto ponderado equilibrio -pensamiento probabilístico…- entre los conocimientos de los científicos, los valores de una determinada sociedad y la autonomía.

Las decisiones se toman dentro de un contexto -el mundo común (la realidad compartida, que va más allá de los sentidos: telescopios, microscopios… frente a la ficción)-, sin el cual se hacen inviables. La autoridad de la ciencia se fundamenta justamente en su constante autocuestionamiento (se puede demostrar que algo es falso, pero hay que ser más cauto al afirmar que algo es verdadero -praxis en permanente mejora, triangulación, exploración interactiva-).

Si queremos conocer adecuadamente esa realidad -compartida-, hemos de adentrarnos en el modus operandi básico, que es típico de la buena ciencia: diferenciar correlación -correlaciones espurias…- y causación (qué causa qué), mediante la experimentación (asignación aleatoria, consistencia, temporalidad, plausibilidad…), sobre todo cuando nos estamos refiriendo a la causalidad general -aunque sin olvidar la especificidad de la singular-.

Hay algo que resulta bien patente: es mucho lo que ignoramos e igualmente mucho de lo que no estamos seguros –incertidumbre-. Ante esta situación, echar mano del pensamiento probabilísticoflexibilidad mental frente a una forzada visión binaria– nos puede ser de una gran ayuda –fortaleza de la ciencia– (supuestos contrafactuales/escenarios alternativos). Bienvenida, entonces, la humildad científica –epistemológica-, que se distancia oportunamente de las certezas absolutas -infalibilidad o exceso de seguridad-. Se hace necesario, en consecuencia, calibrar nuestros niveles de confianza -el metaconocimiento-.

El pensamiento crítico para el tercer milenio (PC3M) nos exige aún bastante más: filtrar los ruidos en los que suelen venir envueltas las señales -patrones significativos- (relación señal/ruido), para poder evitar los falsos positivos y falsos negativos y centrarnos en los verdaderos positivos y verdaderos negativos (tabla de 2×2: cuádruple tipología. Necesitamos además distinguir la incertidumbre estadística de la sistemática -sesgos-.

Ante esta situación -el pensamiento crítico ciertamente nos demanda mucho-, hemos de mantener una actitud posibilista -espíritu posibilista: optimismo científico (estimaciones de Fermi/prueba de cordura) frente a una cultura cínica (no lo intentes, sé lo que me digo…)-. En todo caso, siempre hay que tener cuidado -ser relativamente escépticos: la ciencia también se equivoca- para no tropezar en el camino hacia la buena ciencia: sesgos cognitivos (de confirmación –análisis ciego con respecto a los resultados…-, de correspondencia, retrospectivo, endogrupal…), señales de advertencia (criterios de Langmuir…) que nos pueden ayudar en la detección de la ciencia patológica o la pseudociencia. A todo ello es necesario añadir la pertinente ponderación de los valores en las distintas decisiones, personales y sociales –equilibrio reflexivo, deliberación iterativa y dinámica (sondeo deliberativo), pensamiento colectivo (colaborativo), planificación de escenarios (futuro: tablas 2×2), mercados de predicción (superpronosticadores), optimismo social, redes de confianza…-.

Son muchas las razones, en consecuencia, para aconsejar la lectura de este volumen: a) ser el fruto de la cooperación interdisciplinar; b) el asunto tratado: el pensamiento crítico capaz de dar sentido a la incertidumbre mediante buenas herramientas conceptuales, válidas tanto para los individuos (decisiones individuales) como para los grupos (decisiones grupales) –decisiones, por tanto, bien fundamentadas-, y c): el  valor de la buena ciencia (ciencia abierta, prerregistro, triangulación…) al servicio de la ciudadanía frente a la pseudociencia… Adelante, pues. Muy probablemente no te vas a arrepentir. Acabarás practicando el pensamiento crítico, que buena falta nos hace -por el bien de la humanidad-.

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