Mundos extraterrestres

Kaltenegger, L. (2024/25). Mundos extraterrestres. A la caza de nuevos planetas. Barcelona: Paidós.

¿Sería posible hacer de cada día una hermosa aventura? Veamos lo que se nos propone para conseguirlo, pues creo sinceramente que merece la pena intentarlo –buscar vida en el universo-, sobre todo dentro del ámbito de la buena ciencia -un mundo de la ciencia que suele comenzar con algún tipo de pregunta aparentemente sencilla ¿estamos solos en el universo?-.

De momento, un dato importante para la reflexión: los fascinantes nuevos planetas ya desvelados están consiguiendo transformar nuestra visión del mundo: el descubrimiento de 51 Pegasi b y del resto de exoplanetas desde entonces ha puesto de manifiesto que la configuración de nuestro sistema solar es solo una posibilidad entre miles (no tiene por qué ser la norma); la existencia del planeta WD1586 b, que sobrevivió a la desaparición de su estrella, era algo difícil de hipotetizar (supervivencia planetaria); además, los planetas errantes -vagabundos- no tienen estrellas en torno a las que girar; también ocurre que dos soles -estrellas binarias- atraen a un planeta. No es poco, ¿no?

Empecemos pues este apasionante viaje de la mano de quien está muy capacitada para hacerlo: la autora, directora del Instituto Carl Sagan y reconocida -internacionalmente- astrofísica y astrobióloga. La preocupación básica se asienta en la paradoja de Fermi: la discrepancia entre la falta de pruebas de vida extraterrestre y la probabilidad de su existencia.

El telescopio espacial James Webb, fruto del espíritu de colaboración de la humanidad, nos está proporcionando imágenes que nos posibilitan una nueva forma de ver el cosmos, a la par que ofrecen un manifiesto apoyo empírico a la relatividad einsteiniana, todo ello dentro del gran silencio del cosmos. En este contexto, necesitamos que afloren, por un lado, la creatividad humana -despojada de prejuicios (disco de oro…)- y, por otro, la excelencia tecnológica. Ambos aspectos -creatividad y tecnología- han de orientarse hacia la zona de habitabilidad (ZH) –zona con agua líquida en la superficie– en las inmediaciones de alguna estrella, pues es ahí donde hay más probabilidad de encontrar vida. Ahora bien, se ha de tener en cuenta que una ZH no es habitable por naturaleza y que el estar fuera no implica forzosamente ser inhabitable.

Mientras tanto no está mal -si queremos evitar un poco probable final trágico de nuestra civilización- que vigilemos lo que ocurre en el espacio -prueba de redireccionamiento de un asteroide binario…-, por un por si acaso.

Dentro de ZH -que puede ser temporal- necesitamos un planeta y energía -una estrella que la produzca-, siendo conscientes de que estamos formados de antiguo polvo de estrellas y de que cada planeta acabará en su momento por culpa del fuego o del hielo -el mundo se mueve constantemente (todos los días se forma suelo nuevo y se destruye el antiguo)-. Un tercer elemento imprescindible es la atmósfera ciclo carbono/silicato-, a fin de no llegar, por ejemplo, al páramo baldío de Venus.

Ahora ya podemos dar un paso más para preguntarnos por el origen de la vida -presencia del agua y una superficie en la que las sustancias químicas puedan mantenerse unidas (energía, oxígeno, carbono, ozono, glucosa…)-. Además, ya conocemos que la vida ha ido cambiando considerablemente el planeta (condicionamiento circular, pues).

Algunas lecciones patentes en el volumen: 1) La interdisciplinariedad (humildad científica) -a los astrónomos solos nos resulta difícil encontrar vida en el cosmos-. Las redes de colaboración son, pues, necesarias. 2) La impresionante diversidad de la vida -más de ocho millones de especies animales y vegetales (quimioheterótrofos, quimioautótrofos, fotoheterótrofas, fotoautótrofas)-, de los entornos, de los exoplanetas (supertierras), incluso de los mundos antiguos. De ahí que si se encuentra vida fuera de nuestro planeta (¿o en lunas habitables?) su aspecto podría ser una auténtica caja de sorpresas -buscar vida no debiera ser lo mismo que buscarnos a nosotros-. 3) La ciencia también ha padecido desgraciadamente -y todavía sigue en la actualidad- el sesgo de género. Parece llegada la hora de acabar con él. Podemos.

Y para terminar, no se me ocurre nada mejor que como se hace en el propio libro: ¿y si no estamos solos en el cosmos? Apasionante e ilustrativo, ¿no? Pues eso.