Case, A. y Deaton, A. (2020). Muertes por desesperación y el futuro del capitalismo. Barcelona: Deusto.
Que la psicología incide considerablemente en la economía es un hecho bien establecido sobre todo tras la concesión del Premio Nobel de Economía a un psicólogo: Kahneman (2002). Ahora será un reciente Premio Nobel de Economía (Deaton, 2015) y su colaboradora en esta obra (Case) quienes, desde la economía, se adentren brillantemente en asuntos que afectan muy de lleno a la psicología: el aumento de suicidios, de consumo de drogas –epidemia de opioides– y de alcohol.
El marco de análisis es el de la doble cara del capitalismo, capaz por un lado de liberar a millones de personas de la pobreza extrema (les trente glorieuses, la aristocracia obrera), mientras que por otro puede conducirnos, si no ponemos el oportuno remedio, a un gran desastre (la gran confusión social y económica), que implica que el equilibrio de la mente se vea perturbado, propiciando de este modo las muertes por desesperación (gran desmoronamiento para la clase trabajadora, sin estudios universitarios; un cambio tecnológico sesgado a favor de los muy cualificados; una manifiesta brecha educativa).
El objetivo esencial de esta obra es precisamente intentar ofrecer ese remedio, bien fundamentado científicamente, que evite el previsible desastre, teniendo en cuenta los datos provenientes básicamente de Estados Unidos. De hecho, los autores se preguntan, ya muy avanzado el libro, si no hubiese sido mejor, más acertado y riguroso añadir al final del título la palabra estadounidense –capitalismo estadounidense-. En todo caso, queda patente que lo sucedido en ese país es un claro aviso para los navegantes de otras latitudes (Estados Unidos es simplemente el líder del desastre).
Ya sólo por ello merecería mucho la pena la lectura de este volumen, pues prevenir es mucho mejor que curar, corregir el proceso es mejor que arreglar los resultados. Únicamente mediante el pertinente aprendizaje (el que se nos ofrece en el libro) podremos escapar de la excepcional incapacidad mostrada hasta ahora por Estados Unidos y que puede ser lamentablemente contagiosa para todos los demás países.
Los autores parten de una cruda realidad estadounidense, en principio extraña: la tasa de suicidio de personas blancas de mediana edad (45/54 años), no pertenecientes a minorías, estaba aumentando recientemente –desde finales del siglo XX hasta nuestros días- con enorme rapidez, junto con otros tipos de muertes (autoinfligidas: drogas y alcohol; epidemia de muertes), es decir, muertes por desesperación.
A esto ha de añadirse que este fenómeno se producía ante todo en los que no contaban con estudios: con grados/licenciaturas (el mercado funciona mejor para los más instruidos: brecha entre bien formados –universitarios- y peor formados). Los intereses y el bienestar de esta gente (atención al deterioro de los indicadores de salud y a las causas de las muertes, al dolor) han quedado relegados en beneficio de una minoría centrada en la captura de rentas (monopolios opresivos, redistribución hacia arriba frente a la prosperidad general).
Es imprescindible, en consecuencia, intervenir (limitar) la captura de renta –redistribución de Robin Hood a la inversa– (causa subyacente o causa de causas) como un primer paso acertado hacia la solución de nuestro gran problema humano y social que, aunque de momento afecta principalmente a los blancos estadounidenses de mediana edad, ya está extendiéndose también a los más jóvenes, a las generaciones que se van paulatinamente acercando al envejecimiento y también a otro tipo de personas.
Ahora bien, antes de intervenir es preciso ser conscientes de algunas falsas pistas como la relación directa entre desigualdad y mortalidad, entre economía deprimida y muertes por desesperación o la identificación sin más del bienestar (que implica a la familia, a los hijos, a la religión, a los sindicatos…) con el dinero, del salario con el bienestar material.
Entre las situaciones (injusticias) más típicas para las que es prescriptiva la intervención (planes de acción: intentar invertir la epidemia de muertes por desesperación), se pueden destacar dos:
- La sanidad (estadounidense), que debiera evitar por supuesto el daño directo (errores médicos, tratamientos incorrectos…), pero sobre todo el indirecto: los costes extraordinariamente inapropiados, cuyos enormes ingresos y beneficios van a parar a manos de una minoría, mientras supone una profunda desesperación (muertes…) para una mayoría -desprotegida y vulnerable-.
- El capitalismo (estadounidense) que necesariamente ha de ser más justo y beneficioso para las personas con menos estudios. No ofrece una vida aceptable a un porcentaje sustancial de la población (los trabajadores). Se produce una subordinación de la necesidad humana al beneficio (empresarial): el de una minoría. Se recompensa, en definitiva, la redistribución desde el trabajo hacia el capital. El capitalismo occidental ofrece así un futuro sombrío a los trabajadores poco cualificados.
Por lo aquí indicado, no nos ha de extrañar que esta obra haya sido ya calificada como libro fundamental, extraordinario y muy importante.
Muy interesante el comentario Juan.
El gran problema de EEUU siempre ha sido la falta de justicia social, ese liberalismo extremo es injusto de partida.
Me gustaría saber si conoces datos comparativos entre EEUU y Canadá porque, a mi modo de ver, comparten liberalismo económico pero difieren, y mucho, en justicia social (Canadá más próxima a Europa). Esa comparación permitiría ver la corrección que introduce la justicia social (propia de los países europeos con «seguridad social» implantada), sobre los efectos del liberalismo económico a ultranza.
Gracias por la reflexión,