Bridle, J. (2018/20). La nueva edad oscura. La tecnología y el fin del futuro. Barcelona: Debate.
El autor asume sin problemas su transversalidad académica, pues es artista, periodista, escritor y tecnólogo. A la ciencia y a la ciudadanía, en general, les suelen resultar útiles sus obras de divulgación, como la presente, pues en ellas se pueden ver confrontadas perspectivas muy distintas, incluso claramente contrapuestas, como es el caso de las posiciones manifestadas por las personas tecnófobas frente a las tecnófilas.
La condición más elemental para el cumplimiento de este objetivo –obra estimulante y enriquecedora- es que se dé al menos una relativa fundamentación científica y eso es lo que ocurre aquí. La tesis que se trata de justificar: los actuales avances tecnológicos están abriendo horizontes inimaginables para los humanos (sin ningún género de duda: de hecho no podemos situarnos fuera de ellos), aunque conllevan un lado más oscuro, que hasta el presente ha permanecido precisamente en casi total oscuridad (complejidad aumentada tecnológicamente; algoritmos depredadores; sistemas de recompensa automatizados: adicciones; granjas de troles; guerra psicológica: sacar provecho de cantidades enormes de datos para condicionar la voluntad de las personas; distopías de la automatización).
Pero la opacidad no es sólo instrumental (no comprendemos en su totalidad el funcionamiento interno de la inteligencia artificial: el espacio invisible en el cual el aprendizaje automático produce su significado), sino también política: programas generalizados de ocultación (desnudos indeseables; oscura jerga tecnológica; vigilancia masiva global; secretismo político) y eliminación de documentos esclarecedores de lo sucedido (en situaciones comprometidas para unas minorías). Se da aquí una retroalimentación mutua entre el secretismo político y la opacidad tecnológica (nadar en sensores ahogándose en la infinidad de datos; todo está aparentemente más iluminado con la expresa finalidad de que en realidad no se vea casi nada –que afecta sobre todo a la gran mayoría-).
Más información no genera necesariamente más claridad, sino en general más confusión. La red nos proporciona toda la información imaginable –nos ilumina- y, a la vez, nos deslumbra con sus infinitos destellos que acaban desorientándonos. Estamos, pues, condenados a vivir en la zona gris: la zona de las diversas visiones del mundo, irreconciliables y en permanente conflicto. La información digital puede incluso convertirse en un arma peligrosa, si no hay regulación y voluntad política de actuar correctamente (humanamente).
Uno de los fines de esta obra es por ello repensar las nuevas tecnologías (es necesario superar nuestras actuales miopías –la nube del no saber– y fantasías –derivadas al menos en buena medida del solucionismo computacional-), adoptando una actitud crítica, capaz de trascender los cercanos nubarrones (amenazas existenciales; estulticia digital; opacidad- computación opaca-; impredecibilidad; violencia tecnológica), que se ciernen sobre nosotros y que obnubilan nuestra adecuada visión sobre el alcance y significado reales de estas nuevas herramientas digitales.
Necesitamos, por tanto, una verdadera alfabetización digital que vaya más allá del conocimiento de su uso funcional –el de la herramientas-, al incorporar sus contextos y consecuencias y posibilitar de este modo una interacción más reflexiva capaz de hacer frente a sistemas inmisericordes e inescrutables. Esta interacción nos aboca a algo que experimentalmente ya ha dado sus primeros frutos positivos: la cooperación entre personas y máquinas, que por un lado contribuye a reducir la opacidad computacional (lo que no es poca cosa) y, por otro, supone una estrategia más efectiva que la llevada a cabo por el ordenador hoy día más potente por sí solo, en la solución de problemas o en la consecución de determinados objetivos, al menos en cuanto a algunos juegos se refiere (ajedrez cíborg o centauro: ajedrez avanzado).
Nuestro mundo está evolucionado inexorablemente en esta dirección: la de la digitalización y sus implicaciones. Ser ajenos a esta realidad no nos va a hacer más sabios ni más saludables. Ser conscientes de la misma (que en modo alguno supone su aceptación incondicional), conllevará a buen seguro beneficios personales y sociales. La lectura de este volumen puede sernos de considerable ayuda al respecto. Buena suerte, pues. La vamos a necesitar para poder sobrevivir sanamente en medio de esta nueva edad oscura.