Yong, E. (2022/23). La inmensidad del mundo. Una historia de cómo los sentidos de los animales nos muestran los reinos ocultos que nos rodean. Navarra: Tendencias.

Ya hemos recensionado otra obra de este autor. Está claro que le gusta una visión amplia de la vida –la inmensidad del mundo-. Solo un raquitismo mental se negaría a asimilar la riqueza de esta oferta -este volumen-. Luego, empezamos, ¿no?
Lo inicia con un espacio hipotético -¿experimento mental?- que pone de manifiesto los distintos Umwelten -la parte del entorno que cada animal es capaz de percibir y experimentar-, ciertamente con un denominador común, pero sobre todo con la especificidad de cada uno de los que forman parte de este conjunto -supuesto- de seres vivientes (elefante, serpiente, mosquito… y Rebecca). Cada cual está encerrado en su particular Umwelt, sin poderse percatar de la inmensidad del mundo. No se pretende realizar comparaciones de valor, sino poner de manifiesto la diversidad -científica- de estas criaturas.
Parece que nos puede interesar y mucho, ¿no te parece?, pues no es bueno encerrar la inmensidad de la naturaleza en cinco sentidos, que encima no son todos los sentidos, ni siquiera en los humanos –filtro de la simplicidad: nuestro Umwelt opaca al resto; necesitamos un salto imaginativo bien informado, tener una lupa mágica-. Si ampliamos nuestro específico Umwelt, ampliaremos a la par nuestra mente. Pues vamos a ello, si lo consideras oportuno.
Olores y sabores. Existen muchas especies de animales -los perros, por ejemplo- que se pasan buena parte de su vida en estado de exploración olfativa de su entorno (epitelio olfativo > receptores odoríferos > bulbo olfatorio…). Nos puede ayudar a compensar –nariz talentosa– nuestras carencias olfativas, aunque hemos de ser conscientes de que subestimamos nuestro sentido del olfato -sesgo occidental-. Incluso, contrariamente a lo que en su momento se pensó, también las aves tienen olfato. Ahora bien, las comparaciones entre especies no suelen aportar información relevante -en ocasiones más bien nos confunden-. Los entornos gustativos de los distintos seres vivientes se han ido ampliando o contrayendo a lo largo del tiempo para su mejor adaptación vital –alimentaria, por ejemplo-.
La luz –las visiones-. Enorme variación de ojos, que posibilita una mezcolanza inmensa de entornos visuales, dando lugar a interpretaciones muy diferentes de cómo es el mundo para las distintas especies. Cada criatura ve lo que necesita ver -entornos singulares-. Con cierta sabia -científica- ironía (sensibilidad, resolución…) podríamos decir que vemos a las otras criaturas con los ojos equivocados: los nuestros. Necesitamos muchos y diversos experimentos para hacernos conscientes de la infinidad de modos de visión, fruto de la evolución (diurna, nocturna, dentro del agua, en los diversos ecosistemas de la superficie…).
Lo dicho para los olores, sabores y la luz –cambiando lo que proceda cambiar-, es válido –según la tesis aquí defendida: los particulares Umwelten de cada especie- para: a) el color –mitos y realidades: las opsinas, la oponencia, seres tetracromáticos… (para una ballena azul, el océano no es azul; la visión en color no es necesaria para todos los seres vivientes; ver más colores tiene sus ventajas y desventajas; las flores desarrollaron colores propicios para los ojos de los insectos)-; b) el dolor -el dolor no se siente igual en todo el reino animal: es inherentemente subjetivo y muy variable-;c), el calor -sensores calibrados para los diferentes cuerpos y según los distintos estilos de vida; cada especie cuenta con su rango específico de calor y frío (termotaxis…)-;d) el contacto -tacto (mecanorreceptores)-: uno de los sentidos menos estudiados, aunque con entornos bien diferenciados para cada especie (tacto remoto, oripulación, neuromastos, tricobotrios…); e) las vibraciones de superficie -de sustrato-: paisaje vibratorio –canciones vibratorias: vibrómetros láser- del que disfrutan algunas especies, bastante poco estudiado hasta el presente; f) el sonido: los oídos están sintonizados a las necesidades de cada especie y se encuentran ubicados en las partes más diversas de los respectivos cuerpos (rumores infrasónicos, cantos ultrasónicos…).
Análisis semejantes son válidos para los ecos -murciélagos…-, los campos eléctricos -baterías vivientes: electrolocalización-, los campos magnéticos -magnetorrecepción, el único sentido sin un sensor conocido- y la unión de todos los sentidos -la multisensorialidad: los sentidos se complementan, se combinan, forman parte de una unidad unificada-. Para finalizar, una importante advertencia: ¿proseguiremos, debido a la contaminación sensorial –contaminación de la desconexión– con la aniquilación biológica? Hemos de repensar la naturaleza. Es difícil -casi imposible- imaginar que alguien decida perderse este gratificante viaje –ver de formas nuevas el mundo– por los distintos sentidos de las más diversas especies. Pues eso, a aprender -mucho-, disfrutando -también mucho-. Así es la buena ciencia