Finn, E. (2018). La búsqueda del algoritmo. Imaginación en la era de la informática. Barcelona: Alpha Decay.
Este profesor universitario y director fundador del Center for Science and the Imagination tratará de desvelarnos en esta obra cómo poder llevar a cabo una lectura algorítmica del mundo (complejidad inherente a la computación –cultura computacional- y ambigüedad en su implementación para los humanos; imaginación algorítmica), gracias a la cual (alfabetización) entendamos plenamente el significado del algoritmo y sus implicaciones en la cultura digital, a fin de evitar la posible tiranía de los algoritmos (teocracia computacional) mediante una orientación algorítmica adecuada, referida a los asuntos más diversos de nuestra vida cotidiana (el código puede ser mágico, puede cambiar el mundo y puede cambiar la mente más allá del mito del código omnisciente).
El análisis histórico del algoritmo es el análisis de una brecha existente entre los sistemas computacionales ideales y lo implementado, entre la computación y la realidad material, entre la búsqueda del conocimiento universal junto al perfecto autoconocimiento y una realidad que nos puede convertir en adoradores o mascotas de las máquinas culturales. La solución propuesta: la colaboración (si hemos de vivir con las máquinas más vale entenderlas que idolatrarlas – reemplazo de Dios por el Algoritmo; evangelio del Big Data-). Eso es lo que debiera hacer el algoritmo: negociar la brecha. Así el modelo algorítmico de Netflix lo que pretende justamente es cubrir la brecha entre computación y cultura, aunque la consecución no sea plena. Aquí cobra todo su sentido la ya denominada ética algorítmica: ¿todo vale ante la computabilidad efectiva, el Régimen de Computación? ¿Pensamiento humano y computacional son equivalentes? ¿Qué consecuencias laborales y económicas puede tener el arbitraje algorítmico? ¿Se pueden conciliar nuestras necesidades y los negocios, nuestra lógica y la de las máquinas? La máquina cultural debiera, pues, operar tanto dentro como más allá de la computabilidad efectiva.
Dado que los algoritmos (poderosos, pragmáticos y lucrativos) están por todas partes (trabajo, hogar, espacios públicos, todo tipo de negocios y hasta en el arte y la creatividad), necesitamos aprender a leer y comprender lo que son, sus mensajes y su efectividad. De hecho el propio autor habla de edad del algoritmo, en tanto estructura ontológica para comprender el universo y como medio de cambiar nuestra forma de pensar (mente extendida; creamos máquinas que nos “re-crean” a su vez a nosotros). Se debiera tener en cuenta que desde Google, Apple, Amazon, Facebook, Microsoft y otras muchas entidades semejantes se está trabajando duro para extender a todas partes y en todas las direcciones la computabilidad efectiva (frontera ilimitada para un procesamiento computacional ilimitado; éxtasis computacional, apoteosis del algoritmo, computación ubicua; pensamiento algorítmico; ciencia automatizada).
Un ejemplo ilustrativo de la edad del algoritmo es el de los asistentes inteligentes, capaces de actuar por sí mismos en su interacción con los humanos (no sólo saben muchas cosas de interés para ellos, también las aprenden; su objetivo: responder, conversar, anticipar): Siri, por ejemplo. Siempre conectados a la nube de datos. Aquí encajaría, como complemento, la persona algorítmica: todo el cuerpo humano como espacio de computación (pasos, latidos…yo algorítmico). Necesitamos, pues, aprender a tener mejores conversaciones con nuestras máquinas aprendices.
Así pues, los nuevos desafíos que emergen de esta cultura algorítmica están servidos. Desaparecerán las esperas (acceso instantáneo) y los límites geográficos. Nuestros deseos serán satisfechos de modo casi inmediato (personalización total: contenidos diseñados a medida para cada uno), aunque también podamos hablar de personalización corrupta: la cultura algorítmica acabará desdibujando los límites entre nuestros deseos genuinos y los productos ofertados, debido a los diseños persuasivos. El mundo estará repleto de recomendaciones (los átomos fluyen como bits), basadas en nuestras huellas digitales. Se incrementará la ludificación (¿mecanismos de explotación?, ¿transformación de la atención humana en ingresos?, ¿colisión mundo laboral y recreativo?) y aumentarán también los juegos adictivos. Se irá imponiendo la economía de interfaz: interacciones sociales y comerciales mediante aplicaciones y pantallas (Uber, Airbnb…) y la inteligencia artificial artificial: los humanos son meras extensiones técnicas de una máquina cultural computacional (literatura artificial artificial). Ya en estos momentos el algoritmo actual ha rebasado nuestra capacidad para gestionarlo sin ayuda computacional. No es una ironía. Estamos, pues, a las puertas de una ontología del conocimiento completamente computacional.
Si vamos a tener que convivir con los algoritmos, como así parece, preparémonos para gozar de sus múltiples beneficios y superar sus deficiencias y limitaciones. Esta obra puede ayudarnos en esta función vital, dentro de un mundo ya muy digitalizado y algoritmizado.