
Me parecerá bien. Es lo que ha estado haciendo Dennett a lo largo de su fructífera vida, desde su especialidad: la filosofía. Los objetivos tal vez más destacados de sus reflexiones: la mente y la consciencia (teoría fiscalista o materialista de la mente…). Bienvenidas, pues, sus memorias [Dennet, D. (2023/24). He estado pensando. Barcelona: Arpa.]. A buen seguro nos serán de utilidad –existencial-. Veámoslo, entonces.
He aquí la grandeza de un buen pensador –filósofo-: el excelente hábito de dar gracias a la excelencia -a la buena ciencia: teorías que se van renovando en función de lo que nos aporta la empiria-. Nos encontramos ante un imán intelectual –capacidad de reflexionar– que ha logrado atraer a personas superinteligentes (serio e irónico polemista, además). De ahí que resulte tan relevante lo que se nos narra en este volumen sobre el pensamiento puntero –aventuras intelectuales– de lo que llevamos de siglo y de aproximadamente la última mitad del anterior.
El ambiente cultural –gran experiencia de aprendizaje– de las primeras etapas de la vida condicionan el tipo de desarrollo del resto de periodos del ciclo vital. He aquí una buena prueba empírica –su biografía-, que debiera servirnos de gran ayuda a la hora de comprender nuestras vidas. Dentro de estas, el que predomine el goce intelectual por el aprendizaje sobre las calificaciones puede condicionar sustancialmente nuestra existencia. Piensa en ello –pensar es difícil y arriesgado-. No es lo más frecuente.
Camino de la especificidad de lo académico, nos encontramos con uno de los grandes escollos (pecado académico), el plagio -en alumnos y profesores-, así como con el engreimiento tradicional de parte de los filósofos (charlatanes necios y soberbios), con las luchas poco disimuladas de los egos de los científicos, con las extravagancias, con la omnipresente presión académica de ganar puntos sobre los rivales, con la incapacidad para aceptar las críticas bien fundamentadas, con las pandemias intelectuales, es decir, con la cara no muy conocida -poco edificante- del desarrollo científico. Es obra de humanos –sistemas intencionales-, querámoslo o no.
También nos encontramos, como parece lógico, con alusiones a las discusiones filosóficas de altura (ingeniería inversa intelectual) sobre: los qualia –descalificados-, el test de Turing/habitación china, el libre albedrío –inflación del libre albedrío; La evolución de la libertad-, la religión –los cuatro jinetes del nuevo ateísmo-, la evolución –La peligrosa idea de Darwin-, la inteligencia artificial, la percepción del tiempo, los memes –De las bacterias a Bach-, la ceguera al cambio y, por supuesto, la mente –La evolución de la mente– y la consciencia –La conciencia explicada-.
Y dentro plenamente del mundo de la buena ciencia: las buenas teorías prosperan con intentos serios de refutarlas y que fracasan de forma instructiva. Nos va mucho en ello. Si este no es el marco conceptual, dentro incluso del mundo académico, no es de extrañar que surjan los negacionistas -eligen negar la realidad para evadir una verdad incómoda, que sí es apoyada empíricamente en un determinado momento histórico-.
Solo he traído a colación unas pinceladas para poner de manifiesto el mundo que le tocó vivir a un autor amante de la buena ciencia, en contextos que distaban bastante de ser estimulantes para el desarrollo de la misma, incluso cuando tuvo la oportunidad de codearse con las mentes más privilegiadas de su tiempo –fiesta interdisciplinaria-. La lectura nos proporciona una radiografía bastante certera de los que es el contexto -internacional- en donde ha tenido lugar la evolución de la ciencia, desde mediados del siglo XX hasta nuestros días: los aspectos sumamente positivos al igual que otros bastante alejados de la excelencia (hay mucho prejuicio en el mundo académico, hay acosadores académicos -abusivos-…). En el fondo: podemos captar la esencia de la condición humana, siendo conscientes en todo momento de que la vida es corta. Hay, pues, que aprovecharla al máximo, más -si te fuere posible- en compañía de las mentes más privilegiadas -el olimpo de la excelencia-.