Oreskes, N. y Conway, E. M. (2023/24). El gran mito. Cómo las empresas nos enseñaron a aborrecer al Gobierno y amar el libre mercado. Móstoles (Madrid): Capitán Swing.
Estos dos historiadores -ella y él-, bien conocidos internacionalmente por sus obras, van a describirnos la historia real de una idea falsa. El mito (más allá del analfabetismo científico -traición a la ciencia-) de la magia del mercado. Se nos hablará del fundamentalismo de mercado: de dejar que el mercado ejerza su magia sin intervención gubernamental; de la ideología –evangelio– promercado y antigobierno (antirregulación), del neoliberalismo; del derecho absoluto de propiedad; de la empresa contra sindicatos y gobierno (antiestatismo).
A priori suena bien que alguien, con probada autoridad académica, nos desvele este arraigado mito (difundido por universidades, colegios, libros, cine, teología del libre mercado, clubes de lectura, programas educativos …). Resulta motivante. Pues no perdamos el tiempo, entonces. Veamos lo que nos dicen y, sobre todo, cómo queda fundamentado, científicamente hablando.
En tanto polos ilustrativos de lo que se va a tratar, están, por un lado, el neoliberalismo (fundamentalismo de mercado) y, por el otro, la Era Progresista (indemnizaciones a los trabajadores, leyes contra el trabajo infantil…), el New Deal -sobre todo- y el movimiento ecologista (regulación medioambiental, solastalgia…), en tanto respuestas a fallos bien patentes del mercado -los mercados no son mágicos, por lo que es necesario gestionarlos, regularlos socialmente-.
Nuestros mercados han creado problemas que nuestro sistema de mercado no ha podido resolver. Necesitamos, en consecuencia, una visión más realista de lo que son capaces de hacer y no hacer, de sus aciertos y de sus fracasos, junto con el papel -positivo y negativo- del Gobierno (y de los sindicatos). Este sería justamente el objetivo del libro. ¿Se conseguirá? Hemos de ser conscientes de que la fecha de caducidad del mito ya pasó. Nuestro futuro va a depender en buena medida de que sea rechazado -una vez esclarecido, con el fin de actuar consecuentemente-.
Sus comienzos (como mito): el Mercado existe como algo que tiene voluntad e inteligencia -deificación del mercado-, por lo que funciona tanto mejor (gracias a las desigualdades naturales) y, sobre todo, en función de cuantas menos molestias -constricciones- gubernamentales o sindicales tenga que soportar -demonización de ambas entidades-, pese a sus manifiestas -documentadas- crisis de los accidentes, externalidades (efectos de vecindad) e inmensos costes (males) sociales (finales del siglo XIX y principios del XX).
Los mercados, pues, serían siempre eficientes, una vez que se les deja total libertad de acción (libertad económica, de empresa; inseparabilidad de la libertad política y económica). La clave residiría en transformar el modelo laissez faire -más teórico- en laissez-nous faire (implementación total). Fuera, por tanto, cualquier tipo de regulación externa a los mercados (reglamentación = amenaza de la libertad), pues ellos mismos se autorregulan. Capitalismo y libertad son los dos lados de la misma moneda -la estadounidense-, sin parangón en positividad con el resto del mundo -incluida Europa-. La libre empresa queda así indisolublemente asociada a la democracia política y a la libertad civil.
Ahora bien, incluso en los primeros tiempos, ya hubo minorías lúcidas que entendieron, y así lo expresaron en sus obras, que los aspectos sociales (bienestar público) debieran ser tan importantes o más que los financieros (sesgo proindustria) cuando del disfrute de los principales avances científicos de cada época se trataba (máquina de vapor, electricidad, infraestructuras -carreteras, puentes, puertos…-, etcétera). Algunas autoridades políticas -algún presidente estadounidense (New Deal)- implementaron, con sus políticas (regulación federal, estatal…), esos planteamientos teóricos.
De aquellos polvos de los comienzos del mito -con ubicación privilegiada en Estados Unidos- surgieron estos lodos con vigencia ahora ya a lo largo de todo el siglo XX e inicios del XXI y, además, a lo ancho de nuestro planeta. Todavía seguimos confiando en una mano invisible que no existe y continuamos siendo voluntariamente ciegos a las ventajas de las regulaciones -adecuadas- y a los impuestos -justos-. Son poderosas herramientas para que nuestros sistemas económicos funcionen mejor, sean más equitativos. Por supuesto, el Gobierno no es la solución a todos nuestros problemas, pero sí lo es a muchos de los más importantes (tenemos el caso paradigmático de los fallos del mercado de la Gran Depresión y los éxitos del intervencionismo del New Deal).
Aunque es cierto que casi todo el trabajo se centra en lo ocurrido en Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta nuestros días -tercera década del siglo XXI-, las conclusiones son, en general, válidas a escala internacional, pues el marco conceptual -libertad plena para las empresas e intervenciones de los Gobiernos reducidas al mínimo- es común para la mayoría de los países democráticos (trípode: democracia representativa, libertad política y libre empresa).
Muy recomendable, en consecuencia, la lectura de este buen trabajo. Muy claro, muy bien documentado (más de 700 páginas) y válido -generalizable- más allá de las fronteras de Estados Unidos. Un buen antídoto, en definitiva, contra el mito todavía persistente -vivo-, a escala mundial.